Astrónomos confirmaron que una roca del tamaño de un edificio viene viajando junto a la Tierra desde hace décadas sin que nadie lo notara. El objeto, bautizado PN7, no es un asteroide común, sino que, por su comportamiento orbital entra dentro de la categoría de cuasi-luna.
El hallazgo llegó casi de casualidad esta temporada y sorprendió incluso a los especialistas. Ben Sharkey, astrónomo de la Universidad de Maryland, contó que cuando escuchó hablar de PN7 por primera vez pensó que se trataba de “otro más”, porque este tipo de objetos se están encontrando cada vez con mayor frecuencia. Pero rápidamente quedó claro que este descubrimiento tenía algo particular: el nuevo compañero de la Tierra lleva décadas compartiendo trayectoria sin que los telescopios lo detectaran.
Las cuasi-lunas son objetos que orbitan alrededor del Sol, no de la Tierra, pero lo hacen de un modo tal que su camino forma un bucle alrededor nuestro. A veces quedan adelantadas, otras se ubican detrás, y eso da la sensación de que están girando alrededor del planeta.
Cuántas cuasi-lunas existen, cómo son y se detectan
La lista de cuasi-lunas conocidas es corta. Con PN7 ya son al menos siete, aunque los astrónomos creen que hay más, escondidas en el fondo oscuro del espacio. Detectarlas es complejo, ya que son pequeñas, rápidas y reflejan muy poca luz solar. Por eso solo los telescopios más sensibles pueden registrar su presencia.
Según las observaciones, PN7 habría empezado a sincronizarse con la órbita terrestre a mediados de los años 60, mucho antes de que el ser humano pisara la Luna. Y seguirá viajando a nuestro lado hasta 2083, cuando cambiará su trayectoria y dejará de acompañarnos. Este tipo de “amistades astronómicas” pueden durar décadas o incluso siglos. Un ejemplo es Kamoʻoalewa, otra cuasi-luna descubierta en 2016, que lleva más de 100 años orbitando con la Tierra y seguirá así por otros 300.
Además de las cuasi-lunas, existen las llamadas mini lunas, pequeños objetos que la Tierra llega a capturar temporalmente por gravedad. Suelen quedarse menos de un año y luego vuelven a escaparse. Son tan pequeñas, a veces no más grandes que una roca, que casi no se detectan. Hasta ahora solo se registraron cuatro casos confirmados.
Lo más interesante de todo es que nadie sabe con certeza de dónde salen estas “no-lunas”. Las teorías van desde fragmentos de asteroides desviados por la fuerza gravitatoria de Júpiter hasta pedazos desprendidos de la propia Luna tras impactos antiguos. En algunos estudios, como los que se hicieron sobre Kamoʻoalewa, la composición parecía más cercana a la lunar que a la de los asteroides comunes, lo que mantiene abierta la discusión.
