La influencia del evangelismo en el poder: de Bolsonaro a Trump, qué hay detrás de los acercamientos de Milei

19 de julio, 2025 | 19.00

“¿Cuándo una democracia deja de serlo y se convierte en una teocracia?”, es la pregunta que se hace la brasileña Petra Costa en su documental, recientemente estrenado en Netflix, “Apocalipsis en los trópicos”. Para aproximarse a una respuesta propone un recorrido minucioso del ascenso de Jair Bolsonaro como referente político en Brasil hasta su llegada a la presidencia (en el medio transcurren la destitución de la ex mandataria Dilma Roussef, y el encarcelamiento de Lula Da Silva), enfocándose en el poder de la iglesia evangélica para la consolidación de su base electoral y el rol que cumplieron los pastores pentecostales como cabezas del lobby político empresarial.

La producción deja en evidencia que el evangelismo teje alianzas con la política desde mediados del siglo pasado y el modelo de Guerra Espiritual está en plena expansión de la mano de líderes como Donald Trump en Estados Unidos o Javier Milei, en menor escala, en Argentina, en el marco de una crisis global entre representantes y representados que ha distanciado a los sectores populares y trabajadores del catolicismo y los progresismos.

La cruzada religiosa

El hilo conductor del largometraje es la figura de Silas Malafaia, un popular pastor pentecostal brasilero, multimillonario, dueño de una editorial, y famoso por su extensa trayectoria como “televangelista". Consciente del poder que maneja, este pastor decidió dejar el templo de barrio, jugar fuerte en política y construir un imperio a nivel nacional. Cabe resaltar que en Brasil el control de la fe religiosa se volvió un dispositivo fundamental, particularmente el evangelismo que pasó de representar el 5 por ciento al 30 de la población en cuatro décadas.  

La directora de “Al filo de la democracia” muestra cómo, a través del lobby, Malafia sedimenta su relación con Jair Bolsonaro y logra catapultarlo al Palacio de Planalto. Además consigue ampliar la bancada evangélica en el Congreso (Bancada de la Biblia); triunfa en el nombramiento de Andre Mendonça, primer Juez evangelista en la Corte Suprema de Justicia; e impulsa una feroz campaña de desprestigio y fake news contra el PT y Lula da Silva.

La estrategia utilizada por Malafaia, en coordinación con los medios de comunicación y el empresariado corporativo brasileño, es tan conocida como efectiva: instalar a Bolsonaro como el enviado de Dios, un guerrero sagrado; y vincular a Lula, a la izquierda, a los “marxistas”, a los “comunistas”, a los feminismos y a los militantes por los DDHH. En una linea discursiva conservadora, también se enfocaron en resaltar los valores de la familia, criminalizar el derecho al aborto, y patologizar la "ideología de género”.

Para alimentar el personaje, Bolsonaro fue bautizado por el famoso líder religioso en las aguas del río Jordán, en Israel, en 2016, en plena campaña y adoptó Messias como su segundo nombre. No solamente eso sino que el atentado que sufrió el 6 de septiembre de 2018 en una visita a la ciudad de Juiz de Fora, en el estado de Minas de Gerais,  fue resignificado y utilizado a favor como un mensaje milagroso: su supervivencia era la confirmación de que ganaría las elecciones por mandato divino. Si bien Bolsonaro perdió las últimas elecciones, consolidó un vínculo identitario y se calcula que el 70% de sus votantes responden a esta corriente pentecostal, mucho más que cualquier otro grupo social.

Trump, el enviado de Dios

La estrategia de presentación de candidatos de derecha como elegidos de Dios para salvar a la Nación del caos, y a sus enemigos políticos como fuerzas del mal es parte de un fenómeno internacional. Desde las iglesias y templos convocan a los fieles a subirse a una batalla del bien contra el mal, una guerra espiritual encabezada por los autoproclamados apóstoles, enviados y profetas que afirman estar "salvando a la humanidad en el fin de los tiempos" del comunismo, de la ideología de género, de la agenda Woke, del globalismo. Del mal. El Estado es el enemigo ya que es considerado un demonio. La salvación es siempre individual, se alcanza por sí mismo, sea a través del esfuerzo, la fe, el mercado o incluso las armas. El objetivo final es desmantelar el Estado secular.

Lo vimos también en Estados Unidos donde Donald Trump ganó el apoyo evangélico blanco en 2016 bajo la promesa de que si era elegido presidente “el cristianismo tendría poder”. Luego, en su carrera por el segundo mandato, renovó dicha alianza alegando que les otorgaría “un poder a un nivel que nunca antes habían tenido”, y anunciado medidas enérgicas contra las personas transgénero en las escuelas y en la sociedad. A propósito del intento de asesinato del actual presidente de EUA en un acto de campaña en Pensilvania, Billy Graham, un legendario evangelista local, sostuvo que “Dios mismo desvió la bala unos pocos milímetros para salvar la vida del presidente”.

Por estas cosas fue proclamado el “nuevo Ciro”, en relación al rey Ciro de Persia, que liberó a los judíos del cautiverio babilónico,  y su victoria fue celebrada como un hecho ordenado por Dios. El triunfo de Trump se convirtió en una cruzada espiritual para sus seguidores más devotos. Según un informe del medio NBC News cerca del 80% de los evangélicos blancos respaldaron a Trump en las elecciones, el 67% de los evangélicos latinos, y el 14% de los evangélicos negros. Una de sus primeras medidas fue nombrar a su asesora Paula White, telepredicadora evangélica, exponente de la teología de la prosperidad estadounidense, al frente de la Oficina de la Casa Blanca para la Fe, área cuyo objetivo es “fortalecer a las familias estadounidenses”.

La fe como dispositivo de disciplinamiento

Detrás de la fe hay una estrategia de poder que se logra gracias a la capilaridad en el territorio físico y digital. La producción de Costa recopila videos de escenas e imágenes de los últimos años que lo demuestran con creces: iglesias y templos colmados; pastores bendiciendo bancadas en el congreso; presidentes arengando en clave bíblica contra el fantasma del comunismo; miembros del gabinete de Bolsonaro pidiendo a sus compatriotas rezar para combatir la pandemia del covid mientras se desarmaban las políticas sanitarias y morían millones de personas;  Jair Bolsonaro participando en ceremonias religiosa celebradas en la Cámara de Diputados; líderes religiosos llamando a los fanáticos a tomar armas; y ciudadanos pidiendo la intervención de las Fuerzas Armadas a los gritos en nombre de Dios luego del triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en 2022.

Entre las imágenes más paradigmáticas del documental se encuentran las que reconstruyen la gesta y concreción del ataque a los tres poderes de Brasil el 8 de enero de 2023, hecho por el cual es investigado Jair Bolsonaro acusado de incitar a la insurrección y la desestabilización del Estado de derecho democrático, con el objetivo de anular las elecciones. En esa jornada miles de simpatizantes del ex presidente invadieron el Congreso Nacional, el Palacio de Planalto y el Supremo Tribunal Federal, en Brasilia, clamando por una intervención militar en el nombre de dios. No fue una reacción social espontánea, sino un plan orquestado por los bolsonaristas, hábiles comunicadores y agitadores en plataformas y redes sociales, en alianza con las iglesias, neopentecostales y las fuerzas armadas.

Las similitudes entre el asalto bolsonarista y la toma del Capitolio en 2021 en Washington son tan marcadas que no parecen mera casualidad, sino un patrón. Las escenas de violencia en Brasilia nos remiten directamente a Washington, insurrección que para muchos seguidores de estas corrientes, que responden al nacionalismo cristiano, fue interpretada como una cruzada divina, impulsada por el propio Trump luego de su derrota y la denuncia de fraude electoral. En ambos episodios miles de personas fanatizadas por líderes mesiánicos, en nombre de Dios y de la patria, se movilizaron bajo la promesa de un rescate divino contra una élite “maligna”. Al respecto es recomendable ver también el documental “4 horas en el Capitolio” donde a través de una narrativa visual y testimonios se exponen los sucesos de aquel día. Tanto el 6 de enero en EUA, como el 8 de enero en Brasil, las tomas estuvieron impregnadas de símbolos y consignas religiosas: banderas con la frase “Dios por encima de todo”, pancartas que proclamaban a Jesús, cánticos evangélicos, biblias, oraciones públicas, rifles, y referencias a una “guerra espiritual”. Todo en medio de una dantesca espectacularización del patriarcado y la masculinidad violenta. Tal es la coincidencia simbólica que, así como en D.C. se viralizó la imagen de Jacob Angeli, conocido como el “chamán de QAnon”  con sus cuernos de bisonte y la cara pintada, haciendo una plegaria pública para recuperar “América’ y entregársela de nuevo a dios, en el documental de Costa se ve a un hombre con las mismas características pero luciendo los colores de la bandera brasileña. Apocalipsis en el Trópico muestra cómo ese caldo de cultivo del caos, fue preparado y orquestado durante años desde los púlpitos evangélicos como el de Malafaia, bajo la amenaza del “fraude” y el “apocalipsis moral”.

Argentina: Milei y el templo evangélico en Chaco

En las últimas semanas empezamos a ver que Milei se alinea en ese eje ya de forma explícita. La visita del Presidente al megatemplo evangélico “Portal del Cielo”, en Resistencia, no es menor, ni un capricho estético: es parte de una construcción. Allí el pastor Jorge Ledesma le dio su bendición y agradeció por haber sido, textualmente, “instrumento de Dios para liberar a la Argentina”. No casualmente el líder libertario eligió lanzar el mensaje desde una de las provincias más pobres de nuestro país, que ostenta un fuerte auge del evangelismo en los últimos años: se calcula que es la segunda religión más predominante con un 25 por ciento de chaqueños practicantes. En 2022, según datos de la Dirección de Cultos local, se registraron más de 5 mil templos evangélicos distribuidos por todo el territorio provincial, advirtiendo que en realidad ese número es solo el 20% del total existente.

En plena depresión socioeconómica, sin políticas públicas que contengan la caída brutal del poder adquisitivo de las personas, sin red estatal ni promesa colectiva, Milei se abraza a los templos y busca legitimidad donde el Estado se retira, como si en el reino del cielo se pudiera reconstruir la comunidad arrasada en la tierra. No inaugura obras ni hospitales o escuelas, pero sí viaja a bendecir el ajuste en clave espiritual, habla con naturalidad de “las fuerzas del cielo” y dice que “La justicia social es un pecado capital”. Y agregó: “El Estado es el maligno”. Así, el anarcocapitalismo encuentra en este sector del evangelismo una legitimación afectiva, emocional, mística, en la que no se trata de convencer con datos, sino de movilizar con fe. La pobreza no es injusticia, es prueba divina, y el ajuste no es crueldad, sino un sacrificio redentor.

Hay varios patrones que se repiten en EUA, en Brasil, y en Argentina. En primer lugar, el evangelismo político necesita de la construcción de enemigos internos, se habla de comunistas, kirchneristas, feministas, militantes de derechos humanos como amenazas morales. En nuestro país, influencers y referentes cercanos al oficialismo piden “cazar kirchneristas”, meter bala a opositores, mientras Milei habla de mandriles y “parásitos del Estado”. Se habla de fuerzas del mal y en esa lógica todo está permitido. El documental muestra cómo esas narrativas binarias y discursos de odio habilitaron, en Brasil, la violencia política, la destrucción de las instituciones, el encarcelamiento de líderes y la desacreditación del sistema democrático.

En segundo lugar tanto Bolsonaro, como Trump y Milei, utilizan lenguaje de “fin de los tiempos”, apelando a un pueblo elegido que lucha contra una élite corrompida. Esa narrativa, con un fuerte tono épico, se convierte en combustible electoral y legitimador de acciones por fuera de la institucionalidad y los acuerdos democráticos. Y acá es necesario entender algo clave: ¿qué significa “Apocalipsis” para este tipo de evangelismo? Según relata el documental de Petra Costa, la imagen del apocalipsis no es una metáfora del colapso, sino parte constitutiva de una profecía literal. La lectura que hacen de las santas escrituras promueve la versión de que el mundo está entrando en su fase final, y por ende las imágenes del caos (pandemia, hambre, inflación, migraciones, revueltas sociales, muerte) son señales de que el diablo está avanzando y pronto será el regreso de Cristo a la tierra para vengar a sus fieles. Las imágenes muestran a un Jesús, ya no compasivo y misericordioso, encabezando un ejército celestial.

Bajo la lógica apocalíptica, el mundo seguirá empeorando y los líderes como Trump, Bolsonaro o Milei son instrumentos de Dios en la batalla final entre el bien y el mal. La narrativa del dolor y el sacrificio no se evita, sino que se acepta y abraza como parte del camino hacia la redención. Por eso en la esfera terrenal no importa el sufrimiento, ni los despidos, ni el ajuste brutal, ni el abandono de enfermos, ya que todo es parte de una “guerra espiritual” contra el mal.  Un discurso que es profundamente funcional al modelo de país concentrado y para pocos de Milei, que tiende a la justificación de las medidas políticas y la violencia social como parte de una voluntad divina.

Si bien la película no da respuestas ni propuestas cerradas, deja entrever dos llamados de atención: en principio advierte que cuando la fe se convierte en doctrina de gobierno, y el Estado se destruye en nombre de dios o del mercado, lo que se rompe no es solo la política, sino el pacto civilizatorio; y en segundo lugar deja en evidencia, de hecho es lo que tuvo que finalmente hacer Lula, que casi ningún proyecto político, de derecha o izquierda, puede hoy consolidarse y ser una opción electoral viable sin el apoyo o, por lo menos, una aproximación a los votantes evangélicos.