Entrar al bar La Tayuela, ubicado en la esquina de Rodríguez Peña y Bartolomé Mitre, en el barrio porteño de San Nicolás, es introducirse en un oasis que resiste el paso del tiempo. El lugar es chico y el ambiente es cálido. El cafetín no tiene mesas ni sillas, solo banquetas y una pintoresca barra cóncava de fórmica verde con una guarda de madera maciza que dibuja un pequeño arco por cada comensal. Los clientes lo eligen por sus sándwiches en pan de miga, pebete o árabe, sus minutas, su buen café “caliente pero no quemado” y la buena atención. Es de esos bares de los que van quedando pocos.
El lugar es atendido por Hipólito Rodríguez, un jujeño que comenzó siendo sandwichero del local hasta que en 2001, en plena crisis económica, se la jugó y compró el fondo de comercio.
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La Tayuela está ubicado cerca del Congreso, en una zona que supo tener muchas oficinas. Hipólito se lamenta por la caída de la clientela, sobre todo, desde de la pandemia, época en la que estuvo a punto de cerrar. Hoy en día, dice que los miércoles son los “peores días” porque la represión policial a las marchas de los jubilados hacen que la gente no se quiera acercar a la zona.
Un típico bar de gallegos
El bar fue fundado en 1982 por dos gallegos que desde el comienzo se especializaron en sándwiches y minutas. En 1986 lo compraron un padre e hijo de origen asturiano y de apellido Álvarez. Fue bajo esa gestión que Hipólito comenzó a trabajar en La Tayuela como sandwichero. “Nací en la localidad de Los Lapachos, en la provincia de Jujuy, y vine a vivir a Buenos Aires en 1981”, rememora.
En 1996 el negocio pasó a estar al frente de un hombre que “mandó a la lona” a Hipólito y al resto de los empleados. Al tiempo apareció un garante que pagó las deudas, se hizo cargo del negocio y reincorporó a Hipólito y al resto de los empleados con la condición de no reconocerles los años de antigüedad. “Siempre que llegaba el momento de pagar los sueldos nos lloraba”, recuerda en diálogo con El Destape. Hasta que en 2001, en plena crisis económica, Hipólito le ofreció comprar el fondo de comercio.
Hipólito le dio un nuevo impulso al bar: amplió el menú con minutas, le sumó licuados, tartas, milanesas, cambió el color de la barra de amarillo a verde, y le imprimió a todas las tazas el logo de “La Tayuela” en letras bordó y azul. “Todavía estamos pero está complicada la cosa”, se lamenta.
Una estética particular
El bar es pequeño, se caracteriza por su estilo ochentoso y mantiene el antiguo letrero negro con letras móviles blancas con precios desactualizados. Unas banquetas de metal y cuerina bordó rodean la mítica barra cóncava que tiene distribuidos varios servilleteros con servilletas “que no secan”. Arriba de todo, casi en el techo, hay un estante con numerosas macetas de donde cuelgan hojas de potus.
A un costado de la barra hay un gran estante con varias “campanas” que protegen los sándwiches frescos que allí se exhiben. Pueden ser de pan de miga, árabe o pebete. El más elegido es el de pollo, lechuga, tomate y huevo en pan árabe. También hay tortilla de papas, medialunas y torta de manzana. Todo se prepara en el día y a veces también en el momento. El café lo sirven junto con un vasito de agua.
En La Tayuela también hay un frasco con los reconocidos alfajores Orense, muy populares en la zona sur del Gran Buenos Aires y ganadores de la categoría “Mejor Alfajor Industrial de Argentina” el año pasado.
La palabra “tayuela” es de origen asturiano y remite a un asiento de tres patas, sin respaldo y con un agujero en el medio que era utilizado para ordeñar vacas. Su diseño se encuentra impreso en cada una de las tazas de café y en uno de los espejos del negocio.
“La gente pregunta mucho por la máquina de café que está en arreglo porque muchos saben que es de 1942, es la gran reliquia del bar”, cuenta Hipólito. La otra joyita que mantienen es un viejo teléfono semipúblico ubicado cerca de los baños.
El trato con la gente
En el bar, además de Hipólito, trabajan otras dos personas. “Antes éramos cuatro pero ahora no se justifica porque no hay mucho trabajo”, se lamenta. La Tayuela funciona de lunes a viernes de 7 a 18 horas y los sábados de 7 a 12 del mediodía. “Si entran clientes un ratito antes de las 18 no puedo decirles que se vayan porque estoy por cerrar. En ese caso me quedo hasta que se van”.
Hipólito dice, sin dudar, que lo que más le gusta de su trabajo es el trato con la gente. “Nosotros, los que estamos de este lado de la barra, siempre tenemos que estar bien porque viene mucha gente que está mal, nos cuentan sus problemas y yo siempre que puedo escucho. Somos como sus psicólogos. Muchas veces dicen que se van de acá más contentos y animados, entonces de este lado tenemos que estar bien”, relata.