El día a día de los voluntarios que curan en medio del gas y los golpes en la marcha de jubilados: "Con los más indefensos"

Pertenecen al Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA) y son un grupo de médicos, psicólogos y especialistas en emergencias. La clave de sus primeros auxilios en medio de un contexto de violencia contra los adultos mayores.

09 de octubre, 2025 | 00.05

Cuando Esteban Chalá tenía 11 años, ya sabía que quería ser asistente humanitario. Lo que nunca se imaginó es que, 37 primaveras más tarde, tendría que socorrer a adultos mayores lastimados por la policía en las inmediaciones del Congreso. Lo hace junto a Dana Holzman y Yianina Figueredo, dos jóvenes que dejan su vida de lado para socorrer a los heridos, y otras decenas de médicos, psicólogos y especialistas que forman parte del Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA). “Si no hacemos esto, dejaríamos a la gente más indefensa y desprotegida”, dice Chalá, que es el presidente de la organización, en diálogo con El Destape.

Foto: Santiago Carrillo

Los miércoles, como cada semana, se realiza una nueva marcha de jubilados. Sobre la Avenida de Mayo y la esquina de la calle Rivadavia, un cordón de infantería levanta sus escudos y avanza contra un grupo que no supera las 50 personas. Los golpean con cachiporras y les arrojan gas lacrimógeno al rostro. Algunos manifestantes terminan detenidos y otros resultan heridos, como el caso de una mujer de unos 60 años que quedó tendida en el suelo, con el rostro ensangrentado, gritando de dolor y diciendo que no podía respirar. Chalá es un imprescindible en esas ocasiones: junto con otros socorristas, realiza vendajes en la cabeza, coloca solución fisiológica en los ojos para quitar el ardor de la pimienta y tranquiliza con sus palabras. 

"Siempre quise ser asistente humanitario"

“Siempre quise ser asistente humanitario. A los once años me inicié en los Scouts y me entusiasmaba mucho lo que tenía que ver con los primeros auxilios”, recuerda Chalá, en un momento de tensa calma posterior a la represión. Cuando era un niño, él ya sentía un fuego por dentro al mirar películas sobre personas que ayudaban a civiles en diferentes guerras de África y Medio Oriente. Además, su madre fue clave para marcar un camino que ya no tendría vuelta atrás. “Ella era enfermera voluntaria en diferentes hospitales. Y de a poco se me metió el bicho de querer colaborar como sea y hacerle un bien a la comunidad”, dice. Las primeras acciones en las que participó sucedieron en hogares de ancianos. “Hacíamos muchas actividades para combatir la soledad y la depresión. Quizás por eso viene hoy mi cariño especial con los adultos mayores. Creo que quien no respeta a sus abuelos no puede pretender construir nada serio en un país”, asegura.

Foto: Santiago Carrillo

De adulto, formó parte de Cruz Roja y otras asociaciones de asistencia humanitaria. Hasta que en el estallido social de 2001 hubo un punto de inflexión en su vida, como le pasó a gran parte de la sociedad argentina. “Veía que ninguna organización iba a ayudar a la gente con lo que estaba pasando. Así que agarré mi morral y fui solo”, dice sobre el momento en que partió hacia el centro porteño para atender a los heridos de la Masacre del 19 y 20 de diciembre, que concluiría con 39 muertos y 500 heridos en todo el país. “Ahí entendí que había que cambiar la forma de ayudar a la gente”, recuerda Chalá.

Foto: Santiago Carrillo

Meses más tarde, Chalá se mudó a Puerto Madryn, en Chubut, embriagado por un viejo amor. Allí fundó CEPA con la idea de crear un grupo de voluntarios que pudieran dar asistir civiles, desde represiones a la población, hasta catástrofes naturales. Las primeras intervenciones fueron colaborar en las emergencias del Hospital Dr. A.R. Isola, “que estaba muy necesitado”, recuerda. “Hoy somos 14 filiales en el país y dos internacionales, en Costa Rica y República Dominicana. Hacemos de todo: prevención en eventos masivos, asistencia humanitaria, campañas de vacunación y hasta le damos abrigo y comida caliente a las personas en situación de calle”, detalla Chalá parte del trabajo de CEPA. La organización tiene alrededor de 80 integrantes por cada filial y se financian de brindar cursos de primeros auxilios a diferentes empresas que los contratan. El resto del trabajo voluntario es puro pulmón. “Los uniformes nos los compramos nosotros y cada uno paga su propia cuota de seguro. En algunos lugares hemos podido instalar guardias sanitarias que son pagas. Hay muchos compañeros que en el último tiempo se quedaron sin laburo y podemos darle un trabajo que, si bien no es mucho dinero, ayuda”, cuenta. 

Foto: Santiago Carrillo

Mientras Chalá desarrollaba CEPA, se convirtió en uno de los pilares más importantes de Cascos Blancos, la organización dependiente de Cancillería Argentina, creada en 1998 y con reconocimiento de Naciones Unidas, que ha participado en la asistencia en varias de las catástrofes humanitarias más importantes de la historia reciente. “En 2006, empecé como voluntario para una misión especial en Haití, en la frontera con República Dominicana. Fue antes del gran terremoto y formamos en gestión de riesgo al Ejército, Policía y Defensa Civil. Pasé un año allá”, cuenta. Luego, lo convocaron para ser empleado permanente. Algunos lugares en los que trabajó fueron Libia, Siria, Sudán del Sur y la guerra de Ucrania, entre otros. “Trabajé un año entero en el campamento humanitario más grande del mundo, con 1.2 millones de refugiados, en Bangladesh”, recuerda.

Foto: Santiago Carrillo

Sin lugar a dudas, vivir bajo un cielo en guerra durante un largo período de tiempo no es una tarea sencilla. Aunque para Chalá, la parte más difícil del trabajo siempre fue encontrar la armonía con su vida personal. Él confía que, si bien hoy está en pareja y tiene tres hijos, cuenta con dos separaciones anteriores porque “el mundo humanitario no va de la mano con tener una familia y una vida ordenada”. Chalá recuerda que cuando estalló la guerra en Ucrania tuvo que pedirles perdón a sus hijos. “Les había prometido que no iba a hacer esos viajes de nuevo. Y rompí mi promesa. No me pude contener, esa es la verdad”, dice. Luego, continúa: “los chicos tienen 23, 15 y 5 años. Los junté y les expliqué la situación, cosa que me trajo bastantes problemas”.

Foto: Santiago Carrillo

Después de un áspero intercambio de opiniones, Chalá recuerda que sus hijos le dijeron: “No te preocupes, papá. Nosotros estamos orgullosos de lo que hacés”. Él describe este momento como uno de los más hermosos de su vida y que le hizo dar cuenta que es un hombre afortunado. “Me dedico a mi pasión y mi familia me acompaña un montón, a pesar de que es difícil para ellos porque paso mucho tiempo fuera de casa. Pero tengo una compañera de fierro que me soporta hace quince años. Obvio que es del palo también. Ahora está cuidando al enano, sino estaría acá”, cuenta.

Foto: Santiago Carrillo

A Chalá pueden caberle varios adjetivos para describir su persona: amable y servicial son las primeras que cualquiera podría notar al conocerlo. Pero además es alguien con un gran poder para inspirar la influencia, desde un lugar calmo, a partir de sus propias acciones y ejemplo. La muestra de ello es su hija más grande, Sol, quien hoy también es una socorrista voluntaria. “CEPA nació el 15 de agosto de 2002. Yo lo hice dos días antes. Por lo cual, somos mellizas. Siempre estuve en todas las actividades y poco a poco me fui enamorando de este sentimiento de que cualquier sufrimiento humano tiene que ser mitigado”, dice la joven que también colabora con la Comisión Provincial por la Memoria (CPM).

Sol no solo confirma que el diálogo sobre el viaje de su padre hacia la guerra de Ucrania fue cierto, sino también lo difícil que fue atravesar su ausencia cuando era niña. “Más que nada nos comía la cabeza la preocupación de perderlo. Pero sabemos que él es feliz ayudando a la gente y que no puede vivir sin eso. Cuando era chica me costaba un poco. De todos modos, él siempre estuvo presente, aunque sea llamándome a la distancia. Me acuerdo que en el colegio hice un trabajo para historia sobre la independencia de Bangladesh porque justo estaba trabajando ahí, así que le pedí fotos y que me contara cosas. Mis amigos no podían creerlo y me decían ‘¿posta es tu viejo?’. Eso me encantaba porque yo lo amo y hoy estoy feliz de trabajar con él. Mi papá es mi orgullo”, dice Sol.

Foto: Santiago Carrillo

Chalá no trabaja en Cascos Blancos desde la presidencia de Mauricio Macri. Él cuenta que lo echaron porque decían que su imagen recordaba los tiempos del peronismo. “Me despidió Rogelio Frigerio. Una lástima porque siempre fue una iniciativa que se mantuvo indiferentemente de los gobiernos, lo cual es interesante porque es una de las pocas políticas de Estado que perduraron en el tiempo”, sostiene. Mientras cuenta esto, hay otra vez una represión en las inmediaciones del Congreso. Un camión hidrante de la Policía de la Ciudad arremete contra un grupo de diez periodistas que se encuentran a pocos metros del Cine Gaumont. Un violento chorro de agua impacta en el oído derecho del fotógrafo Rodrigo Abd, dos veces ganador del Premio Pullitzer, que lo tumba al suelo y lo dejaría mareado hasta el día siguiente. En otro sector del caos, el cronista de C5N Nicolás Munafó recibe dos balazos de goma. En ambos casos, el equipo de CEPA asiste a los reporteros heridos.

Foto: Santiago Carrillo

En la actualidad, no solo se mantiene ocupado en CEPA. De forma particular, también es asesor en emergencias en la provincia de Buenos Aires.

Panteras negras: el origen de los "street medical"

CEPA no es el único equipo de asistentes humanitarios que está presente cada miércoles en la marcha de los jubilados para atender a los heridos. También se encuentran voluntarios de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) y la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires y la Posta de Salud y Cuidado, entre otros. En nuestro país se los conoce como socorristas, aunque en el mundo son llamados Médicos Callejeros (Street Medical) y tienen una historia que nació lejos de Argentina.

Los Street Medical fueron creados por las Panteras Negras, en Estados Unidos, durante las brutales represiones policiales de los años ‘60, en el contexto de las manifestaciones contra la segregación racial principalmente sufrida por los afrodescendientes. Esta organización marxista leninista tenía al Che Guevara como uno de sus referentes intelectuales y parte de sus novedosas acciones directas fue la creación de un cuerpo de médicos que pudieran atender a las personas heridas durante las protestas como un método de autodefensa. Con el tiempo, la iniciativa fue adoptada en las protestas de todo el mundo. Una de las más importantes sucedió en 2018 durante el Movimiento de los Chalecos Amarillos, en Francia.

Foto: Santiago Carrillo

Si bien en Argentina las principales organizaciones de izquierda de los ’70, como Montoneros o el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), también habían fundado centros comunitarios de atención sanitaria para la población más vulnerable –de la misma forma que habían hecho las Panteras Negras en California-, el concepto de los médicos callejeros no se haría presente en nuestro país hasta el estallido social de diciembre de 2001. Sin saberlo en aquel entonces, Chalá estaba creando la versión nacional de los Street Medical.

Foto: Santiago Carrillo

Plaza de los Dos Congresos, cuatro y media de la tarde pasadas del 30 de julio es el momento en el que se desata una nueva represión contra los jubilados. Esta vez, la policía utiliza más gas pimienta del que acostumbra. Este es un químico algo más que molesto. Aunque uno se encuentre lejos de las aspersiones, es imposible no toser ni sentir ardor en los ojos. Pero cuando se lo recibe directo en el rostro, el dolor se vuelve insoportable. Esto le pasa a una señora, seguramente mayor a los 70 años, que queda ciega por unos minutos y dos socorristas naranjas la sujetan de los brazos para sacarla del caos. La sientan en un banco de cemento y le vierten solución fisiológica, mientras intentan calmarla. Ella no para de llorar y grita: “¡¿Por qué nos lastiman así!? ¡Por qué!”

Foto: Santiago Carrillo

Al cabo de unos minutos, cesa la violencia. Entre las cinco o seis docenas de personas presentes, entre jubilados, manifestantes y reporteros que casi todos se conocen las caras por compartir cada miércoles, se preguntan si están bien. Los socorristas de CEPA recorren el lugar ofreciendo agua y caramelos para quitar la amargura. De pronto, la señora que había quedado ciega, intercepta a Chalá y le da un fuerte abrazo. Luego se despega y sujetándole el rostro como si fuera su abuela, simplemente se le oye decir “Gracias, corazón”.

Hay otros que la represión les aumenta la adrenalina y cuentan exaltantes como acaban de salir ilesos del tiroteo de goma. “¡Pin! ¡Pin! ¡Pin! ¡Nos rebotaban los balines en los pies! Y nosotros con un señor entre los brazos ¡Pin! ¡Pin!”, cuenta una chica de risa contagiosa que parece bailar cuando muestra la habilidad con la que gambeteó los disparos. Se llama Dana Holzmann, tiene 27 años y es una de las médicas de CEPA.

Foto: Santiago Carrillo

"No queda otra, me tengo que comprometer"

“Estábamos ayudando a un jubilado que se cayó en medio de los disparos de la policía y un grupo de manifestantes. Lo sacamos con un compañero. Nosotros sabemos que podemos recibir un balazo o golpes, sobre todo golpes. Es terrible, pero entre los compañeros de CEPA nos cuidamos y nos entrenamos mucho para estas situaciones, de lo contrario no podríamos ayudar a nadie”, cuenta Holzmann sobre la anterior represión de la que salió ilesa. Para la joven no es agradable encontrarse en medio de la violencia, pero ella elige hacerlo porque no soporta ver esta cruda realidad sin hacer nada por cambiarla.

Holzmann nació en Bahía Blanca y el año pasado se recibió de médica en la Universidad Nacional del Sur. “Yo elegí esta carrera para hacer algo por la sociedad porque uno es médico para ayudar a alguien, no solo para curar. Sino sostener, acompañar”, cuenta. Al terminar sus estudios, se mudó a la Ciudad de Buenos Aires para especializarse en cirugía. Una tarde del año pasado, asistió a una de las tantas movilizaciones de jubilados que terminó con la represión policial. “La violencia fue atroz. Nunca había visto algo tan brutal, hubo muchos balazos. Y dije que no puedo estar sin hacer nada, me tengo que comprometer. Así que conocí a los compañeros de CEPA y me uní a ellos”, cuenta la joven médica.

Foto: Santiago Carrillo

Hoy, Holzmann sigue viviendo en la Ciudad Buenos Aires. Pero una vez al mes vuelve al sur bonaerense para trabajar en la guardia del hospital municipal de Tornquist, a unos 80 kilómetros de Bahía Blanca. Allí, muchos de sus pacientes son jubilados y con cada consulta vuelve a recibir una cachetada de la cruda realidad con la que viven los adultos mayores del país. “Son personas que han tenido trabajos muy sacrificados y llegan a su vejez con mucha medicación por problemas de hipertensión, diabetes y un montón de otras enfermedades. Lo que tengo que recetarles nunca baja de los 200 mil pesos. ¿Cómo hace una persona que cobra la jubilación mínima para cubrir los medicamentos? Ellos se debaten entre alimentarse o comprar los remedios”, asegura Holzmann, sin ningún rastro de su risa contagiosa. Y con una voz cargada de rabia, remata: “los jubilados están reclamando por comer. Si alguien no se sensibiliza por ellos, hay que replanteárselo todo”.

Foto: Santiago Carrillo

Transformar la bronca

Otra de las integrantes de CEPA es Yianina Figueredo, tiene 31 años y una mirada dulce y apenada. Ella no necesita que le cuenten lo descarnada que es la realidad porque la vive cada día. “Vivo en un lugar muy precario donde la necesidad está presente todo el tiempo”, cuenta sobre el barrio San Jorge, ubicado en la localidad bonaerense de San Fernando. “Y bueno, por eso me surgió esto de ayudar”, continúa.

Figueredo estudió enfermería durante un año, pero tuvo que dejarlo para hacerse cargo de la panadería de su padre que había sufrido un problema de salud. Además, ella es madre de dos niñas, de 14 y 7 años. Como si fuera poca carga, acompaña el tratamiento oncológico de su propia madre. “Tiene un cáncer avanzado y estos días fueron duros porque nos dieron la noticia de que hay muy pocas probabilidades de que sobreviva. Además, conseguir los remedios es todo un problema”, cuenta en relación a los recortes presupuestarios de PAMI para los medicamentos.

Foto: Santiago Carrillo

Cada miércoles, Figueredo trabaja en la panadería de su padre desde las ocho de la mañana hasta la una del mediodía. Luego, viaja alrededor de dos horas hasta el centro porteño para ser una de las socorristas de CEPA en las protestas de los jubilados. Hace cuatro años que forma parte del cuerpo de voluntarios y, a pesar de los asuntos personales que debe atender, no piensa abandonarlo. “Para mí es importante porque me identifico con lo que ellos están viviendo porque yo también lo estoy pasando. Da bronca y duele”, responde. Además, dice que le “apasiona asistir a quien lo necesite”.

Uno de los hechos más infames de las fuerzas de seguridad durante las represiones de los miércoles sucedió cuando, en septiembre del año pasado, un efectivo de la Policía Federal roció con gas lacrimógeno el rostro de una niña de nueve años. La menor se encontraba en las inmediaciones del Congreso porque había ido con su madre a hacerse un estudio médico. Figueredo fue la primera socorrista que la atendió. “Me acuerdo que la nena lloraba desconsoladamente. Gritaba de dolor y decía ‘porqué le habían hecho eso si la policía tenía que cuidarla’. Es un momento que no se olvida”, dice Figueredo.

Foto: Santiago Carrillo

El tiempo no para

Aunque hayan pasado más de dos décadas del estallido social del 2001, son varios los que ven repetirse el pasado. Es esperable que en los próximos meses se profundicen las políticas de ajuste del gobierno de Javier Milei y, junto a ellas, aumente el conflicto en las calles.

“Cada vez que damos saltos interesantes para la historia del país, siempre volvemos a estos procesos. Yo creo que lo que estamos viviendo es parecido al 2001. Vamos por el mismo camino y es frustrante ver que no aprendimos nada”, dice Chalá. Sin embargo, él y la docena de socorristas voluntarios que lo acompañan cada miércoles mantienen firmes las líneas de la autodefensa ante la represión policial. Porque desde las Panteras Negras, hasta hoy, los socorristas callejeros mantienen vigente la máxima de otro médico, quizás la más profunda de las que escribió el Che: “Sean capaces de sentir, en lo más hondo de su corazón, cualquier injusticia cometida contra cualquiera, en cualquier parte del mundo”.