Boina roja y lazo en mano, Carolina Mancebo Rodríguez reivindica en redes la destreza gaucha de las mujeres, derrumba estereotipos y sueña con crear una red para ayudar a visibilizar otras trabajadoras rurales. Con sus casi treinta mil seguidores, siente “la obligación de ser referente como mujer rural” poniendo siempre sus valores primero: “Ser humana, tener algo lindo para decirle al otro, ser humilde, empática, cuidar los comentarios y el mensaje que una transmite”.
Carolina podría ser descrita a través de las historias que sube a su Instagram personal (@caritomancebo.rodriguez): una foto suya con las manos abiertas y extendidas, deseándole a sus seguidores un gran día. Un manojo de perros arreando vacas en el campo, el sonido de ladridos y el chirriar de la montura. Su foto de perfil y la historia diaria, con un corazón rojo haciendo eco de la campaña de #UnCorazónParaAna, una niña que espera junto a su familia un trasplante pediátrico en Tandil.
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“Tengo muchos sueños y pienso que voy a tener más. Soy muy soñadora, es lo que me motiva a vivir”, dice. Uno de sus sueños más grandes es su proyecto “Mujeres rurales”, donde coordina un grupo de mujeres que realiza destrezas gauchas y exhibe sus talentos en festivales regionales. Su primera tarea fue reunirlas, la segunda, fomentar las exhibiciones. Para eso, busca recaudar fondos que le den la oportunidad de participar de los encuentros a otras chicas que no tienen los medios para llegar y hasta aportar lo recaudado a organizaciones que se dediquen a erradicar la violencia de género en el ámbito rural. Para eso, dió forma a “Mujeres rurales” (@mujeresrurales2024) una cuenta de instagram, que difunde las labores de campo hechas por mujeres a lo largo de todo el país, tanto en terreno virtual como presencial.
El segundo proyecto, que le ilumina la cara, lo apodó “Haciendo patria, cultura y tradición”: un espacio de aprendizaje para personas que comparten el amor por la tradición, pero que también buscan pensarla y aprender sobre la cultura gaucha.
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Lo que distingue a Carolina de tantas otras mujeres que viven en el campo y pisan fuerte en las redes, es su trabajo como divulgadora: sus proyectos hacen pie en lo humano y buscan trascender las barreras de la virtualidad para generar vínculos de solidaridad. Ya sea entre mujeres rurales, para visibilizar su trabajo y disputar los roles de género que se ponen de manifiesto en el ámbito rural, como entre otros ciudadanos unidos para pensar la cultura argentina en “Haciendo patria, cultura y tradición”.
Mujeres rurales: un proyecto que busca difundir la estampa femenina del campo argentino
“Toda la movida de las mujeres rurales empezó en El Modelito”, dice Carolina Mancebo recordando el festival del año pasado. Esta es la escena: su boina roja entre muchas otras, los ojos grandes, marrones y atentos, el parche de plástico negro para cuidarse de las resbaladas y el lazo trenzado en la mano. Caro espera su turno junto a su papá y su hermano. Era un día de sol y la familia entera se apoyaba contra el alambrado. Todos visualizan lo mismo: la largada de los terneros, el lazo de cuero en el aire y el tiro justo en las patas, después la deslizada triunfal y el tumbo del animal, que cae de bruces al suelo. Están a 260 kilómetros al sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en la fiesta provincial “Del Modelito”. Casi diez mil personas asisten a un festival en el que se ven destrezas gauchas, como la jineteada y la pialada, competencia para la que se preparaba Carolina, y a la noche se baila folklore, se toma vino y se agitan gritos. Había 389 “pialadores” –hombres que competían para enlazar cinco terneros y llevarse dos millones de pesos– y una sola pialadora. Cuando recuerda ese momento, Caro sonríe y dice “no es común ver una mujer que tira, predominan los hombres siempre”.
Con el número dos en la espalda, Carolina entró al corral y se preparó para sus cinco minutos de gloria. “Me lo tomé como una aventura, quería participar pero no estaba pensando en ganar la competencia”, recuerda. Los nervios, no sabe cómo, pero los controló. Pese a sus esfuerzos, los primeros tres terneros pasaron de largo, pero en la largada del cuarto, pasó lo impensado. “Y no solo eso”, agrega emocionada, “sino que el quinto lo pialo también”. Pasaron los cinco minutos y como saliendo de un sueño, Carolina escuchó la ovación: “había mucha gente y todos me gritaban, me felicitaban, yo lloraba de la emoción, mi mamá también”.
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Después se viralizaron sus videos de la competencia, en la interesante danza entre la ruralidad y la tecnología. La siguieron muchas personas en su Instagram, “muchas chicas, nenas y nenes me empezaron a tomar como referente”. Al tiempo, los organizadores del festival la llamaron para organizar una demostración de mujeres mujeres enlazando terneros. Esa fue la primera vez que Carolina creó un grupo de Whatsapp que desembocó en una exhibición donde mujeres tiraron el lazo y pialaron terneros incluso desde arriba de un caballo. La hija del organizador, cuenta Carolina, se sentía muy orgullosa de que su festival cuente con la presencia de mujeres destacadas.
Fue el inicio de muchos otros llamados para otras exhibiciones en distintas localidades de Buenos Aires y del Instagram que Carolina crearía dedicado a difundir la cultura gaucha con A: @mujeresrurales2024. “Discierno un poco con lo que se vende en las redes sobre la mujer rural”, dice Carolina sobre otra de las razones que la impulsó a lanzar el proyecto, “que puede trabajar en el campo pero tiene que estar arreglada, tener el pelo divino y ser 60-90. Eso no existe”. La lucha de Carolina es contra los estereotipos y para derribarlos, también tiene que entablar cierta actividad didáctica para poder explicar para mucha gente del sector, qué son los estereotipos y por qué una imagen hegemónica oprime a las mujeres en la ruralidad. Con sus trenzas y sus labios pintados, Carolina defiende el propósito de su página: “La mujer real tiene las manos curtidas, el pelo seco y se arregla la que le gusta y la que no, es femenina igual”.
“Es muy difícil porque vos como mujer en este ámbito tenés que todo el tiempo romper con ideales, con ideologías y demostrar”, esgrime Carolina. La palabra demostrar se repite una y otra vez: “Lo que he logrado, lo que hemos logrado, lo hicimos demostrando”. Una doble vara separa a los hombres y las mujeres, reflexiona, “en una pialada tiraba cualquier hombre que no sabía manejar lazo y nadie lo juzgaba ni lo miraba mal. Pero a mí sí, por ser mujer”. Con esa altura que no se entiende bien de dónde saca, tal vez de esos valores clavados bien hondo que le dan templanza ante los desafíos, Carolina siempre responde con amor: “sí, somos mujeres, pero nos gusta pialar tanto como a vos”.
Pero el proyecto de “Mujeres rurales” no se trata solo de exhibiciones y destrezas gauchas. Sino que Carolina sueña con poder recaudar fondos para poder ir a otras fiestas y costear el traslado de varias de las integrantes del grupo que viven lejos. “Estamos desparramadas”, dice y es otro de los desafíos que tiene la creación de una red que une a mujeres distantes entre sí. A través de eventos y sorteos, Carolina también aspira a donar fondos para instituciones que ayuden a mujeres en situaciones vulnerables, como víctimas de violencia de género.
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Ahora, que el proyecto ya tiene un año, Carolina mira el presente con los ojos abiertos, “hoy vos vas a una jineteada, a una pialada y seguro te encontras una mujer porque antes hubo varias que hicieron voz. Siento que abrimos camino para las mujeres en la actividad”. Hoy en día, en el grupo que tienen de Whatsapp, no solo hay quienes que viven en el campo sino también otras que defienden la tradición y apoyan el movimiento. “Lo primero que digo cuando agrego a alguien al grupo es que somos sororas, compañeras, que hay empatía y nos potenciamos”, relata Carolina. De la misma manera en que lo hace en sus redes, expulsa la envidia y la competencia, transmite sus valores y de a poco, despliega los conceptos que fundan la red de Mujeres Rurales.
Crecer como una mujer en el campo
Las pasiones que fueron forjando la vida de Carolina empezaron cuando ella era una niña. A 29 kilómetros de Tandil, justo por donde pasaban las vías del tren, está la Estación Iraola. Un pueblo de 30 habitantes y un único almacén, donde vive gran parte de la familia Mancebo Rodríguez. Creció en el campo rodeada de primos y ladridos de perros, con juegos que hacían ecos de la tradición. Jugaban a la jineteada, a uno le tocaba ser el caballo y a otro ser el jinete. Todos tenían un personaje, “yo era un gaucho muy conocido de acá, Pachi Castillo”, recuerda Carolina. Con cualquier cosa que encontraban, jugaban a la pialada. A los ocho años, su hermano levantaba cables del piso, les hacía un nudo redondo y practicaba embocarle las patas a los perros. Sonríe Carolina cuando recuerda que su hermano le tiraba a cualquier cosa, “incluso a mí, si pasaba cerca”.
También jugaban a la maestra, su abuela le daba papeles y agendas, sus primos hacían de alumnos. Con el tiempo, ese deseo se hizo realidad y Carolina estudió para ser maestra en Tandil, carrera donde aprendió mucho de los conceptos que hoy la impulsan a promover a promover la justicia social y la igualdad de género.
De su infancia Carolina trae escenas: sus abuelos haciendo música frente al fuego, su abuela concertista con la guitarra y el vino que corría libre hasta que se hacía de día. Fue de ellos que Carolina heredó la misma pasión musical. Su abuelo le regaló su guitarra y su abuela, le enseñó a tocarla. También le enseñó a su primo y a los doce años, ya andaban musicalizando una jineteada que organizaba su papá. “El camino te va llevando, vos lo vas transitando con el corazón porque vas haciendo lo que te gusta y sin querer vas impactando en distintos contextos”, dice Carolina, lenta y pensativa, mirando hacia atrás.
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A los 16 años se mandó a hacer su primer lazo, pasión que vendría para quedarse. Llegaba de la escuela y se iba al patio y ahí agarraba la carretilla y practicaba tirarle a las manijas como si fueran las manos de un ternero, “así me habían enseñado mi abuelo, mi viejo, mi hermano”.
Hoy en día vive en el mismo lugar donde nació y mientras lo cuenta casi parecen sonar los Manseros Santiagueños diciendo “estaba donde nací lo que buscaba por ahí”. Fue muy difícil para ella estudiar en la ciudad de Tandil, lejos del campo, dice, se marchita como una flor. “No es fácil vivir en el campo”, dice Carolina y sobra de su mate. Le cuesta en lo económico porque, aunque Carolina está anotada en las listas de las escuelas rurales, el sistema burocrático de puntajes no le permite trabajar en las aulas. Más allá de esa imposibilidad, su pasión es estar arriba de un caballo hasta que le duela los cueros, salir a arrear vacas, domar, trabajar en la manga. Y eso es lo que hace. Para ganarse el pan, Carolina trabaja como jornalera, en trabajos diarios de campo que están tan asociadas a la figura masculina que no existe siquiera una palabra femenina para designar “peón”. No es fácil a veces, “¿sabés cuántos no me dieron trabajo por ser mujer? Y tienen empleados que saben menos. Pero como yo soy mujer, entonces tenés que demostrar”. Aunque más allá de los desafíos, que Carolina siempre enfrenta con entereza; salir y ver a sus “bichos” cerca, a su perra echada al sol y a su familia detrás del alambrado, hacen que los sacrificios valgan la pena.
“Nosotros no tenemos campo”, cuenta Carolina, más allá del gallinero y la chancha que tienen en la parte de atrás de su campo, los animales que tienen con el resto de su familia están desparramados en la larga vía de tren deshabitada. “Estancia La Larga, le llaman”, dice sonriendo, “son los campos de los gauchos pobres”.
Toda su familia vive en Iraola. Están tan cerca, que mientras charla con El Destape, su papá la viene a saludar a caballo. Carolina ríe y sale a saludarlo, el padre monta un tordillo, un caballo blanco con un lazo trenzado del lado derecho.
Aprendizaje colectivo en el campo: “Sueño con crear un espacio donde podamos debatir, analizar y aprender sobre la cultura nuestra”
Carolina chupa la bombilla, tiene los labios pintados de rojo y dos trenzas a los costados. “El grupo de las mujeres rurales y el proyecto educativo, van de la mano”, dice. El título que le puso a este segundo sueño es “Haciendo patria, cultura y tradición”, pero el verbo “haciendo” podría intercambiarse por “pensando”. Carolina visualiza un “semillero”: jovenes sentados alrededor de una mesa, con torta fritas y mate tal vez, aprendiendo entre todos sobre distintos aspectos de la cultura argentina.
La iniciativa surgió, como tantas otras cosas, mirando a su papá. Él había aprendido todo lo que sabe porque era necesario, creció en una estancia donde tenía que saber pialar para poder trabajar los animales y curarlos, por ejemplo. Tenía que saber andar a caballo para desplazarse, saber mirar para aprender todo lo demás. “Estaba obligado a aprender a domar, a tuzar (cortarle las crines, los pelos del lomo del caballo), a esquilar (cortar la lana de las ovejas) porque era lo único que había. Ahora hay otros trabajos, otras formas de vida”, reflexiona Carolina. Lo ve en los desfiles que hay en los pueblos, donde los más chicos no saben ensillar un caballo pero quieren ir con sus mejores pilchas gauchas y a caballo porque quieren honrar la tradición. Su proyecto apunta a no solo celebrar y vivir la cultura como en un desfile o una jineteada, sino a pensar esa cultura, a aprender hasta dónde llegan sus raíces.
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Entre encuentros virtuales, entrevistas en vivo a través de Instagram o en la radio, y otros espacios presenciales, donde apareció la Federación Agraria de Tandil como posible sede, Carolina piensa un espacio para pensar el campo y sus maneras. “Vamos a hacer le voy a hacer como un recorrido sobre la historia del gaucho y de la China en su contexto. Si hablamos de danza, la chacarera, el chamamé, ¿de dónde proviene? ¿Cómo se baila? ¿Cuál es su historia?”. La manera en que la cultura muta de provincia a provincia y de localidad a localidad, los roles de género en la historia del pueblo rural, la gastronomía, todo ese material sensible es el que Carolina quiere desplegar en este proyecto. Para ella, el proyecto es una manera de “continuar un legado” y unir referentes de la cultura y la tradición.
“Tengo muchos sueños y pienso que voy a tener más porque soy muy soñadora, ¿viste?” dice Carolina y sonríe, no solo con la boca sino con los ojos, con el cuerpo. Sus proyectos son la energía que la impulsa hacia adelante; además, el deseo de vivir tranquila, con sus animales y su familia. Y en honor a sus labios pintados, su último y más reciente sueño: un emprendimiento de cosmética natural, “Calandria”. “Actuar siempre de corazón ha sido mi mejor herramienta para lograr lo que he logrado”, dice Carolina volviendo a esa base que la sostiene como raíces de un gran árbol, “sino no me seguirán todas las chicas, todas las personas que apoyan estos proyectos”. Mira hacia arriba, soñadora, “siento que dejás alguna huellita en esas personas y eso va a trascender. Ese es mi legado. Mientras obre con mi bandera, descanso tranquila”.