Casa Amalia, la refinada blanquería que funciona desde 1937 en Recoleta y que continúa realizando bordados a mano

Amalia Mango heredó el negocio de su madre y ofrece toallas, servilletas y manteles, todos con bordados a mano.

04 de noviembre, 2025 | 00.05

Sobre la calle Arenales al 1200, una de las más paquetas del barrio porteño de Recoleta, sobrevive una blanquería que funciona hace 88 años. Es atendida por Amalia Mango, de casi 88 años, que heredó el negocio de su madre. Es famosa por su oferta en toallas, servilletas y manteles, todos con bordados a mano; vestidos para comuniones; y ajuares para bebés, que pueden incluir un bordado con el nombre del recién nacido.

Un local con historia

El negocio fue inaugurado por la madre de Amalia en 1937, aunque previamente la mujer ya había tenido otro local ubicado en Avenida Santa Fe y Carlos Pellegrini, durante un breve período de tiempo. Cuando quedó embarazada de su primera y única hija decidió mudarse al local de Arenales 1247, que contaba con vivienda en el fondo, y lo bautizó “Casa Amalia”. La vivienda contaba con un comedor, dos dormitorios, un patio y hasta una sala de música para que la pequeña Amalia pudiera tocar uno de los primeros pianos chicos marca Werthein que llegaron al país.

En ese entonces, el negocio era comandado por la madre de Amalia y ofrecía casi lo mismo que en la actualidad: toallas, toallones lisos o bordados, sábanas, manteles, individuales, servilletas de tela y bordadas, agarraderas, ropa de ajuar para bebés recién nacidos y vestidos para comunión.

“Mi mamá, que era muy viva y muy pícara, antes de abrir su propio negocio, había trabajado con un dibujante que tenía máquinas con bordadoras. Ahí fue cuando ella aprendió el oficio: mirando y de oído”, cuenta Amalia en diálogo con El Destape.

El negocio fue creciendo y haciéndose conocido en el barrio de Recoleta. Durante la década del 40, la madre de Amalia también confeccionaba vestidos bordados en piedra y las clientas le hacían encargos para asistir, por ejemplo, a las galas del teatro Colón. “Las modistas la citaban a mi madre de noche para explicarle lo que querían y cuidar que no se copiaran los modelos. Mirá qué época era esa. ¡Ahora van todas iguales!”, exclama Amelia.

“Aprendí el oficio mirando a mi madre”

Amalia fue aprendiendo el oficio desde chiquita. “A los 12 años me metí en el taller, que tenía cuatro máquinas Singer, pero mi mamá me sacó volando porque me decía que yo tenía que dirigir. Ella quería que yo estudiara pero me metí de lleno en el negocio”, recuerda. Años más tarde, cuando sus padres se divorciaron, en el negocio quedaron Amalia y su madre.

Durante la década del 60, la madre de Amelia compró un departamento en un nuevo edificio que se estaba levantando justo enfrente del negocio, y mudó su casa ahí. De esta forma, el negocio se extendió y se construyó un taller de costura y bordado.

Madre e hija trabajaron juntas durante varias décadas. “Éramos muy pegadas pero ella me tenía al trote”, asegura. A mediados de la década del 70, Amalia hija se puso al frente, continuó con los diseños de su madre y con los propios, dejó de lado los diseños en piedra y ahondó en el rubro de los “bébes”. Fue a partir de ahí cuando aparecieron los baberos bordados a mano, las almohadones y conjuntitos para recién nacidos. “Si bien me expandí con esas cosas, no quiero que se pierda todo lo que es el rubro blanquería y menos ahora que hay cada vez menos”, señala.

La casa del perrito

El cartel del negocio se identifica con la imagen de un perro caniche color negro. Se trata de un perrito que tuvieron madre e hija a mediados de la década del 60 que se llamaba “Top”, que iba casi todos los días al negocio y se sentaba siempre al lado de la puerta. “Las clientas, que muchas tenían chofer, empezaron a identificar al negocio como “la casa del perrito”.

Tanto fue así que, en su honor, Amalia diseñó las bolsas del negocio con su imagen pintada en acuarela por un exclusivo pintor. Después de Top le siguieron otros caniches pero de color blanco: primero llegó Laica, luego Shakira y actualmente se encuentra Cocot, que está siempre en la puerta y ante la llegada de cualquier cliente se tira panza arriba para recibir mimos. “Siempre tengo que tener un perro porque si no, las clientas preguntan”, dice entre risas Amalia.

“Casa Amalia es sinónimo de calidad”

En el negocio también trabaja Teresa, una empleada que tiene décadas de experiencia junto a Amalia y su madre. “Yo arranqué vendiéndoles medias por teléfono durante nueve años. No nos conocíamos personalmente, solo reconocíamos nuestras voces. Un buen día dejé de trabajar y en 1992 la madre de Amalia me salvó”, cuenta.

Teresa recuerda las épocas en que en el negocio había cuatro vendedoras y cada una tenía su talonario de ventas. “Es un local que vende artículos exclusivos. Decir Casa Amalia siempre es sinónimo de calidad”, asegura.

La madre de Amalia falleció en 2005. “Teresa ama lo que hace y es una ayuda muy grande para mí. Somos familia”, agrega Amalia.

Los bordados

Casa Amalia siempre fue reconocida por sus diseños bordados a mano. Los baberos y los almohadones bordados con nombre de los recién nacidos son algo distintivo del negocio porque son personalizados y lo mismo sucede con los vestidos de niña de punto smock. “Eso es un clásico que se encuentra solo acá”, asegura.

Lo mismo sucede con los individuales, manteles, pañuelos o toallas de toilette con las iniciales de la persona bordadas a mano. “Los dibujos o las letras son originales de mi madre o míos. No son de revistas ni copiados y eso a las clientas les encanta”, asegura Amalia. También ofrecen agarraderas para el horno en forma de gallina. “Es algo tradicional que tenemos desde la década del 50”, apunta.

Sin embargo, advierte que los gustos cambiaron y hoy en día “casi nadie plancha” entonces cambiaron los usos y costumbres de los manteles o individuales de tela. “De todas maneras, mis clientas saben que acá van a encontrar cosas que no hay en otro lugar”.

Hoy el negocio tiene 4 bordadoras que realizan diferentes puntos. “A las bordadoras las trato mejor que la familia, no hay que perderlas”, dice Amalia entre risas.

Amalia asegura que su clientela se caracteriza por ser muy exclusiva y portar doble y hasta triple apellido: Fortabat, Miguens, Devorik, el amigo de Lady Di, Caride, Zuberbühler, Díaz de Vivar, Santamarina, Molina, Anchorena, Saint Felix son algunos de los apellidos que frecuentan el negocio. “Es gente de cuna”, asegura Amalia.

La crisis

Con tantos años al frente de la blanquería, Amelia dice que el negocio ya atravesó muchas crisis y que el secreto está en que “hay que saberlas aguantar”. Sin embargo, señala que la crisis actual es “de las más fuertes” y que en el negocio se siente. “La gente joven en vez de comprar un mantel de tela pone uno de plástico y en su lugar compra comida o ropa”, cuenta.

“Es un momento muy complicado. No se ve futuro ni salida de todo esto. Nosotras solemos tener fechas fuertes como el Día del Maestro o el Día de la Madre pero este se vendió poco y nada”, admite.

Además, señala que cuando se abren las importaciones, mucha gente elige comprar “afuera” porque es más barato. Sin embargo, cuando eso sucede después se da vuelta el fenómeno porque se dan cuenta de que no es la misma calidad y vuelven. Hay una diferencia sustancial y es que nosotras no trabajamos con máquinas eléctricas sino que aún utilizamos una maquina a pedal, al estilo antiguo. Eso hace mucha diferencia”, asegura.

Amalia detalla que todos los días, al caminar hacia el local, va pensando en un nuevo dibujo y colores para sus diseños. “Trato de hacerlo un poco difícil para que no me lo copien”, desliza. “El negocio es mi vida, me enloquece y todavía me llevan un poco el apunte”, concluye.