Sigamos hablando de Malvinas

03 de abril, 2025 | 11.11

Al contrario de lo que sucede cada 24 de marzo, cuando el duelo compartido por los crímenes de lesa humanidad cometidos por la última dictadura cívico militar se convierte también en una jornada de lucha y de memoria de las luchas del pasado; el 2 de abril queda capturado por las fanfarrias militares y el relato de los héroes sin nombre. Vientos y redoblantes que tienen que sonar fuerte para acallar el murmullo de la memoria colectiva, plebeya y dispersa, contradictoria en sus sentires; que se conduele por los caídos, se envuelve en la consigna “las Malvinas son argentinas”, pero se retoba frente al relato heroico. ¿Cómo hacer héroes de conscriptos que fueron llevados a matar o morir sin ninguna preparación, ni técnica ni emocional? Ni siquiera habían elegido ser soldados.¿Cómo hacer héroes a los altos mandos, partícipes de un genocidio planeado sistemáticamente?

“Las naciones escriben su historia y su historia es la del honor. Que nosotros los argentinos seamos los únicos giles que salimos a criticarnos es muy loco”, dice el actual director del Museo Malvinas, Estaban Vilgré Lamadrid, en una entrevista en el diario La Nación. “Los chicos no preguntan si el sargento Cabral era bueno o malo antes de la batalla de San Lorenzo…”, sigue este ex combatiente que no era un alto mando sino un cadete de cuarto año del Colegio Militar que elige contar una historia de cuadritos fijos, sin profundidad, sin proyección. ¿Para qué invitar al conflicto a un Museo cuando se lo puede acallar con el presente puro del heroísmo en la trinchera, sin importar por qué se pasaba hambre, por qué las armas eran obsoletas, por qué tantos muchachos apenas podían disparar? Vilgré Lamadrid se jacta de haber luchado con 46 hombres y haber replegado con 13. Y por la memoria de los que murieron no quiere entrar en detalles.

La memoria siempre es llamada desde el presente, acude a veces como un rayo al percibir un olor, en un sonido particular, en un rostro que se ve entre la multitud. Lo que trae esa memoria intempestiva suele ser una llave para un conflicto presente, una interpelación. Al ver que del acto del 2 de abril en Buenos Aires quedaron fuera tantos ex combatientes con sus familias, que no pudieron acercarse al cenotafio de la Plaza San Martín, lo que acude como memoria espontánea es un silencio estruendoso: ¿Alguien recuerda cómo fue la vuelta de los soldados de Malvinas? ¿Hay imágenes de ese regreso circulando?

Frente al paupérrimo discurso de Javier Milei, su inexplicable “voto con los pies” para que “los isleños” quieran ser argentinos porque tendremos el “PBI más alto del planeta”, a la memoria colectiva acude, como un mecanismo de defensa, el nacionalismo, el deber para con los caídos de no entregar la soberanía sobre esas islas que están en el corazón de los relatos que hablan de la pertenencia a un territorio para las mayorías. Los pibes de Malvinas aparecieron en los cantos del último mundial, aparecieron durante todo el 2 de abril en los videos que se editaron con la voz de Diego Maradona contando que el partido contra Inglaterra en el Mundial del ´86 era para vengar el dolor de las madres de “los chicos” que fueron muertos en Malvinas.

“Fueron muertos”, la guerra no habilita la palabra asesinato (tampoco “víctima”, a no ser que sean civiles). Matar es el lenguaje y el mandato de la guerra, ganar es matar más que el enemigo; causar más daño, así de sencillo. La razón es ciega, hay que obedecer; aunque la supervivencia es más fuerte y es en sí misma una victoria. Por eso los soldados rasos desafiaban a sus superiores y robaban comida. Por eso terminaban estaqueados sobre el piso, en ese frío aterrador. Claro que hubo gestos heroicos, gestos solidarios cuando la vida no valía nada para salvar la vida al compañero. Esos relatos, fragmentados, los escuchamos mucho, muchísimo después de la vuelta a casa de los soldados a quienes se ocultó deliberadamente ¿para que no cuenten sus padecimientos? ¿Por qué? Todavía se dice que la sociedad les dio vuelta la cara pero lo cierto es que no hubo un regreso acorde al sacrificio que les impusieron a los más de mil sobrevivientes de la guerra de Malvinas.

Durante cuatro años, desde 2020, di talleres de escritura autobiográfica para jubilados y jubiladas, dentro de un programa de estudios entre las universidades nacionales y PAMI. Ya completamente desfinanciado, por supuesto. Parte del trabajo era llamar a la memoria colectiva, en grupo -virtual-, la mitad del tiempo en pandemia. Cuando el tema fue la guerra de Malvinas las voces del silencio aparecieron enseguida: Juan Carlos recordó a su yerno pagando su pasaje a Buenos Aires desde Bahía Blanca a donde lo había dejado un camión del ejercito que salió de Comodoro Rivadavia, ni siquiera era gratis el pasaje.

María Inés, más de 90, escribió sobre un camión de soldados ojerosos y flacos que en julio de 1982 giró sobre la Plaza de Mayo. Y cómo ella y otra persona más lo corrieron sabiendo que eran “los soldados” para darle la mano al menos a uno de ellos, “una mano llena de cicatrices de vaya a saber qué”. Ali, que en el ’82 recién había llegado a Bahía Blanca, relató el miedo cuando la ciudad se tenía que oscurecer para evitar los bombardeos -un método de la Segunda Guerra Mundial, obsoleto para los años ’80…

Eran más de un centenar de alumnos y alumnas, fueron mayoría quienes hablaron del silencio impuesto ese 2 de abril en que Fortunato Galtieri se asomó a la Plaza para ser vivado por una multitud. El recuerdo fresco de la movilización del 30 de marzo de ese año que parecía que iba a quebrar el poder de la dictadura y a los tres días… no se podía desear que no hubiera victoria en esa guerra porque los genocidas se iban a quedar en el poder.

Esas memorias mínimas, como las cartas a los soldados que suelen aparecer en cada aniversario, también como gesto amoroso, están disponibles. Madres, padres, abuelos y abuelas; compañeres de trabajo, vecines; hay que preguntar y los relatos aparecen, son pequeños, así es como se hace la verdadera historia.

Ese descontento, esa imposibilidad de poner una palabra en disidencia frente al mandato del nacionalismo obturando la constatable verdad de los muertos durante el paro general del 30 de marzo de 1982. Tantas docentes entre mis alumnas contaron sobre las redacciones que tuvieron que pedir a sus alumnes -mientras tanto habían tenido que callar- y las cartas a los soldados que nunca llegaron, como tampoco las donaciones, las bufandas tejidas, los anillos de casamiento entregados a la patria en un programa de televisión.

Ese silencio para las contradicciones se sellaba -y tal vez se sella- con los cuerpos de los conscriptos de rehenes, porque ellos necesitaban un sentido de pertenencia, de honor, de heroísmo para vivir en adelante. Más de 500 no lo lograron. No es casual que emocione más el relato futbolero que aquellos pibes que sobrevivieron, la victoria sigue teniendo más seguidores que las vidas rotas.

Frente a la genuflexión al imperialismo colonial todavía vigente del presidente de la Nación, y frente al colonialismo mismo que hace de la guerra su lengua madre, sin ningún pudor ni contradicción, las Malvinas son argentinas. Pero la guerra fue y será indigerible y no es necesario que aquellos pibes -que hoy son hombres mayores a los que dejan sin medicamentos- sean héroes para reconocerlos y abrazarlos, para que reciban reparaciones acordes a la tremenda herida de haber sido conscriptos, soldados rasos, pibes que tuvieron que matar y ver morir -en una guerra instrumental a la dictadura más cruel de nuestra historia- sin que nunca se terminen de escuchar sus relatos.