Más que nunca, el orgullo es contra el fascismo

Los hilos de la historia unen escenas que parecen sueltas: la bandera del Frente de Liberación Homosexual en los años ’70 con otra bandera que llevó la misma consigna el último 18 de junio, para denunciar la proscripción a CFK. La lucha contra el racismo también en la revuelta de Stonewall y en la marcha del 1 de febrero de este año. Y el grito “No en nuestro nombre” que la comunidad LGBTIQ+ internacional interpone a la justificación del genocidio perpetrado por Israel contra el pueblo palestino. Así llega el día internacional del Orgullo, mucho más allá de las identidades, más cerca del antifascismo.

28 de junio, 2025 | 00.05

“Hasta que reine en el pueblo el amor y la igualdad”, decía la bandera del Frente de Liberación Homosexual (FLH) con la que aparecieron en la Plaza de Mayo en 1973. Es una línea de la marcha peronista que sirvió para enmarcar a un grupo de militantes que incluía anarquistas, socialistas, feministas, lesbianas, al poeta Néstor Perlongher y a Juan José Sebreli, que se convertiría en un intelectual conservador. Con esa bandera quisieron sumarse a las enormes columnas de las juventudes peronistas, escucharon clarito el intento de avergonzarles, “no somos putos, no somos faloperos, somos soldados…” de organizaciones revolucionarias que no bajaron ni un ápice la altanera capelina de Perlongher. No se usaba en este sur la palabra “orgullo”, pero la respuesta política al escarnio había sido puesta en acto.

La frase del FLH y de la marcha popular, un deseo tanto como una meta, no dejó nunca de salir a la calle. La última vez, el 18 de junio pasado, cuando Cristina Kirchner empezaba su primer día de prisión domiciliaria y “marikas con Cristina” la anotó en un trapo blanco con pintura dorada. Flameaba junto a cuerpos disidentes que estaban en la protesta no por peronistas sino por entender que esa condena es una zancada más hacia un modelo de gobierno autoritario y neofascista que no cesa ni un día de intentar replegar al pueblo a la vergüenza y al hambre, la humillación y la desposesión. Este 28 de junio, como hace más de 50 años, el orgullo es una respuesta política pero no sólo por habitar y hacernos cuerpos disidentes, no sólo por las formas de relacionarnos, de hacer familias (sí, en plural), de inventar comunidades; también porque somos esos y esas trabajadores del Estado a los que el presidente les prometió crueldad, esos kukas, zurdos y degenerados, a quienes quiere poner a temblar.

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Somos quienes no llegamos a fin de mes, aunque digan que los salarios aumentan, los jubilados y las jubiladas a quienes se humilla cada viernes y cada vez que cobran un ingreso de hambre, pero siguen ahí, resistiendo, orgulloses de su lucha. También las travestis que exigen reparación por haber sido perseguidas, torturadas y asesinadas por las fuerzas de seguridad hasta mucho después del fin de la dictadura. Y como ellas, reclamamos desde el orgullo de estar al margen del lema que repiten los “argentinos de bien”: dios, familia y propiedad. Decimos Orgullo con les adolescentes trans que se plantan para exigir la derogación del decreto que modificó la ley de identidad de género para quitarles su derecho a la salud integral. Y con les residentes de los hospitales públicos que insisten en su tarea y su lucha. El orgullo que defiende la enorme mayoría del movimiento LGBTNBIQ+ en nuestro país, ese que nació entre las luchas populares y la demanda de reconocimiento a las propias existencias, nunca pidió solo por derechos individuales, sino desde el pueblo y para el pueblo la igualdad, el deseo, el orgullo de ser y existir porque resistimos las imposiciones que buscan llenarnos de vergüenza.

“En el origen de nuestra lucha está el deseo de todas las libertades”, decía en otra línea histórica el documento de la primera Marcha del Orgullo (sólo gay para ese momento), en 1992. Habían pasado veintitrés años desde la Revuelta de Stonewall, ese bar en Nueva York donde se juntaban maricas, travestis y lesbianas que el 28 de junio de 1969 le dijeron "¡Basta!" a la persecución policial, a las noches en cana, a la extorsión económica o sexual y durante varias noches desde entonces estuvieron resistiendo mientras llegaban más y más compañeres. Nadie sabe a ciencia cierta si fue Marsha P. Johnson, negra y transexual o Sylvia Rivera, travesti y latina, la que tiró el primer ladrillo contra los uniformados, se sabe sí que después, entre las dos, hicieron la organización STAR, para asistir a las personas transexuales y travestis migrantes, en situación de calle o sin documentos. La palabra “orgullo” tardó muchos años más en gestarse, y más todavía en Argentina para ponerla en la calle porque en el medio la dictadura y antes la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), a la que el Frente de Liberación Homosexual denunció como “fascista” en 1975 –la AAA ya habían asesinado a Pedro Barraza y Carlos Laham, orgullosa pareja de periodista y reportero gráfico- por su declarada intención de matar o encarcelar homosexuales, tal como se había publicado en la revista El Caudillo.

El gobierno libertariano no es una dictadura, se escuchan demasiadas dudas de calificarlo como fascista, pero la persecución y el odio declarado contra las disidencias sexuales, el aliento a la violencia social y a la vez la negación de ese odio -como cuando Manuel Adorni negó que la masacre de Barracas, en mayo de 2024, fuera un lesbicidio- amparan ataques físicos que se hacen en el nombre de los lemas de Antonio Laje y los muchachos de Las Fuerzas del Cielo: Dios, Patria, Familia. En el mensaje que escribió la Triple A sobre los cuerpos acribillados de Barraza y Lahama se leía: “Patria y hogar, todo iluminado por el señor Jesucristo”.

Antes como ahora, la comunidad LGBTIQ+ respondió. “Por una lucha total y sin claudicaciones por el amor y la vida contra la represión y la muerte”, escribió en 1975 el FLH en un volante que pasó de mano en mano. Marcha del Orgullo Antifascista y Antirracista LGBTIQ+, fue la respuesta multitudinaria, federal e internacional que recibió Javier Milei después de decir en Davos que los homosexuales son pedófilos. Y esa respuesta no fue sólo de las disidencias sexuales, la masividad que se vio el 1 de febrero en la calle es porque la sociedad, transversalmente se movilizó. Porque “sin libertad sexual no hay libertad política”, como también decía el documento de la Marcha del Orgullo de 1992.

Tirar de los hilos de la historia se hace necesario, no porque se repita y entonces se la pueda leer como un mapa de futuros recorridos. Sí para inscribirse en una genealogía, también para bajarle el precio a las brutalidades de las ultraderechas actuales sin dejar de considerar cómo nos ponen en peligro. Están copiando guiones hechos, su nostalgia de un pasado de orden no es más que un canto marcial que afirma su identidad en la denostación de los otros. “El enemigo ya está definido”, dijo Javier Milei el jueves a la noche en su acto en La Plata y siguió vomitando insultos y referencias a culos rotos, su obsesión anal desatada. Festejar ese show es grave, se cobra vidas, también su integridad. Lo saben la pareja de lesbianas que sufrieron el incendio de su casa en Cañuelas; Roxana, Andrea y Pamela asesinadas en Barracas, Sofía, la única sobreviviente; Inés Zarantonello y Analía Cóceres, también atacadas por sus vecino en Abasto. Lo saben Paola y Osiris, dos mujeres trans detenidas por la modificación a la ley de migraciones, por delitos cometidos y ya pagados hace años, a la espera de ser deportadas a países en los que no les queda nada después de más de 10 años de residir acá.

Según el informe de la UFEM, la unidad fiscal especializada en violencia por razones de género que dirige Mariela Labozzeta, que releva femicidios y travesticidios desde 2015, del total de 200 crímenes, 11 corresponden a mujeres travestis. “Con respecto a la cantidad de población trans están sobre representadas -dice Labozzeta-, lo mismo pasa con las mujeres migrantes, hay una incidencia mayor con respecto a la población total. Están en mayor riesgo, igual que la población travesti”. Paola y Osiris, llevan en el cuerpo los dos riesgos juntos.

No hay orgullo en el genocidio

Fue a mitad de los años ’90 cuando la marcha del orgullo, que se extendió por múltiples ciudades del mundo, cambió de fecha. Las muertes por la pandemia del VIH-SIDA se multiplicaban, las personas que vivían con el virus temían contraer algún virus oportunista que complique su diagnóstico si marchaban en pleno invierno y la jornada de lucha y celebración del orgullo se trasladó al primer sábado de noviembre, que además recordaba la fundación del grupo Nuestro Mundo en 1967, una organización que hoy podemos llamar queer, previa a la Revuelta de Stonewall.

Sin embargo, a partir de 2016, los 28 de junio fueron resignificados en nuestro país como la fecha para denunciar los travesticidios, crímenes de odio a la identidad de género que faltan “en la agenda emocional” de la sociedad, como dice la activista y DJ Violeta Alegre. Un festival, a partir de las 14 en Plaza de Mayo, será el espacio donde, este año, el nombre de Sofía Fernández, asesinada en una comisaría de Pilar en 2023, tendrá un espacio particular ya que el único detenido de los 10 policías imputados fue liberado el 30 de mayo pasado. De Sofía se sabe que fue detenida sin más causa que averiguación de antecedentes, a su hermana le dieron dos versiones distintas sobre esa detención, después le dijeron que se había suicidado. El perito forense dio por tierra de inmediato con esa versión: en la garganta de Sofía había pedazos de frazada y una bombacha. Cuando el movimiento travesti denuncia que para el Estado sus vidas valen menos, esta exhibición de impunidad de los responsables de la Comisaría 5ta de Derqui da cuenta del peso de cada palabra. 

¿Por qué pensaron que podrían encubrir su crimen tan fácilmente?

Otro grito recorrerá este año el mundo, en el marco de un nuevo 28 de junio: uno que no se parece en nada a los que acompañan la música de la fiesta que suele darse en la calle en tantas ciudades donde el Orgullo es celebración y también, con el correr de las décadas, marketing. Es un grito de denuncia sobre el genocidio que está perpetrando el Estado de Israel sobre la población palestina de la franja de Gaza. “No puede haber gays con banderas palestinas, allá los matarían”, es el lugar común de quienes justifican la matanza indiscriminada, los disparos sobre la gente que va a buscar ayuda humanitaria, el bombardeo permanente sobre el territorio y el llamado a que lo abandonen definitivamente.

El pinkwashing -una palabra en inglés para dar cuenta de la operación de ocultar crímenes como los que suceden en Israel bajo el “lavado de cara” que ofrece el supuesto respeto por las identidades LGBTIQ- llegó a su extremo, dentro y fuera de su territorio las personas queers palestinas existen y dentro y fuera de territorio la discriminación contra las existencias queer sigue existiendo.

La foto de un soldado Israelí con una bandera del orgullo tomada sobre los escombros de Gaza y con tanques militares detrás es más que una burla, una provocación. La respuesta de la comunidad internacional LGBTIQ+, en su gran mayoría -porque el pinkwashing no es privativo de Israel, es una práctica de mercado extendida-, es plantarse: “No en nuestro nombre”. No hay libertad posible en un genocidio, ni antes ni después se podrá pelear por la libertad y la identidad de las personas queer sin pelear por el amor y la igualdad para el pueblo, como decía la bandera del FLH en los años 70.