Influencers al poder y la erosión de la calidad democrática en Argentina

07 de junio, 2025 | 19.00

En los últimos años, pero sobre todo con la llegada del Javier Milei a la Casa Rosada, la política doméstica ha sido testigo de un fenómeno tan ruidoso como preocupante: la irrupción de influencers, tuiteros, streamers, figuras virales y personajes del universo digital, sin formación específica ni experiencia institucional, en puestos clave del Estado con poder de decisión e impacto en la vida de los 50 millones de argentinos y argentinas. El fenómeno puede ilustrarse en casos paradigmáticos como el de Lilia Lemoine, que pasó de maquilladora y cosplayer a Diputada;  la falsa abogada Juliana Santillán, quien solo cursó una diplomatura de 6 meses; Daniel “El Gordo Dan” Parisi cuya función es tan abarcadora que no puede delimitarse en un puesto institucional del organigrama gubernamental; o Iñaki Gutiérrez que se convirtió en uno de los principales responsables de la comunicación y estrategia digital de Milei, especialmente en Tik Tok.

Si bien en muchos casos estos personajes han ganado sus espacios o bancas legítimamente, por medio de elecciones democráticas, lo que resulta significativo es el proceso por el cual se volvieron figuras atractivas en términos electorales y por ende votables por la ciudadanía. Cabe preguntarse ¿Cómo es posible que una estilista y cosplayer como Lilia Lemoine haya llegado desde las redes sociales al Congreso como diputada nacional y se atreva a despreciar el trabajo de un médico? ¿Por qué la diputada Santillán, quien se hizo conocida no por su labor parlamentaria sino por sus enfrentamientos mediáticos, pueda con total impunidad pedirle a un médico del Garrahan que viva con 360 mil pesos, utilizando como fuente información equivocada del INDEC? ¿En qué momento habilitamos que Daniel Parisi lance a modo de parodia un “el brazo armado” de La Libertad Avanza, o pida desde un micrófono de un streaming partidario "reprimir más fuerte"?

Dichos funcionarios y comportamientos no son excepciones aisladas o producto del azar, sino parte constitutiva y estratégica de un plan de reemplazo poblacional y desprofesionalización del aparato estatal, por el cual el gobierno de Milei se propuso eliminar las antiguas capas históricas de mandatos anteriores, catalogadas como "ñoquis” o burócratas, y privilegia la llegada de nuevos integrantes cuyo único mérito es la lealtad ideológica, la irreverencia ante los consensos sociales y el poder de espectacularización. Más que idoneidad, formación, responsabilidad y compromiso para ocupar los distintos puesto que la administración pública requiere, en cualquiera de sus poderes, lo que este modelo pregona es la conformación de “soldados leales” a Milei, integrantes de una “guardia pretoriana” que resguarda su liderazgo y es capaz de perder la dignidad, humanidad e integridad por el proyecto.

Desde ya, la intención del gobierno libertario no es gestionar la política pública para hacerla más eficiente, tampoco es bajar el déficit fiscal para mejorar el Estado, sino “destruirlo desde adentro” para convertir los derechos, como la salud y la educación, en negocios de sus amigos. Esto no es solo una mala praxis de gestión, sino una forma de desinstitucionalización deliberada. En ese marco, los personajes antes mencionados son fundamentales para la implementación del plan: mientras se van destruyendo los caños y erosionando las estructuras que mantienen en pie al estado, el gobierno mantiene en escena un elenco de personajes nefastos, burdos, deformes, capaces de llevarse el foco de atención a través de una performance que incluye consignas virales, declaraciones controversiales, antagonismos permanentes, y provocaciones, en lugar de un debate racional, la construcción de consensos, o el análisis riguroso.

El traslado de la lógica de las plataformas y redes sociales a la política, que en su momento ilusionó por un posible ejercicio de democratización de las voces y comunicaciones, dio como resultado la incorporación del principio básico de los algoritmos al debate y la gestión: la competencia por la atención. Al gobierno le genera buenos resultados, es el entorno perfecto ya que le permite manipular la opinión pública, cambiando el foco de atención y el enmarque de los asuntos, y al mismo tiempo instalar a nuevos referentes que, por sus acciones y maneras auténticas, se presentan como verdura fresca en medio del caldo contaminado que es la vieja política.

Es que el supuesto horizontalismo que proponen los dispositivos nunca estuvo vinculado a aquel objetivo democratizador. Lo que se busca en la era del capitalismo de plataformas es la extracción de datos de los usuarios a través de estímulos para captar la mayor cantidad de tiempo y atención posibles. El fin último es que las personas interactúen, consuman, dejen huellas de su patrones de conducta, sus gustos, emociones, y opiniones políticas. Una economía de la atención es una minería de datos permanente de las acciones de los usuarios, que luego servirán como insumo para moldear deseos, miedos y necesidades, a través del dispositivo móvil que funciona como un órgano vital más. El resultado es un monitoreo algorítmico que intenta influir en las conductas y con suma eficacia, de manera impersonal. Es una nueva forma de poder para gobernar sociedades ingobernables.

En la era digital de las relaciones humanas, el antiguo ciudadano con derechos y obligaciones pasa a ser un prosumidor, una combinación del clásico rol de consumidor y una parte activa, creativa y expresiva que estimulan las plataformas para generar datos, la principal materia prima en esta era del capitalismo. No es casual desde esta perspectiva la obsesión que tiene Javier Milei con las redes sociales, la cantidad de visualizaciones y el impacto que generan sus acciones en el debate público. Dichas métricas son para él la forma de evaluar el éxito o fracaso de su gestión. Un paradigma completamente alejado de objetivos territoriales y materiales, como el bienestar social y la mejora en las condiciones de vida, medibles a través de parámetros que hoy evidencian un fracaso total de la gestión política.

Fácilmente se puede advertir cómo lo digital y la economía de la atención producen efectos en el individuo, en las subjetividades, las formas de relacionarnos y comunicarnos con los otros. Y por ende, efectos en la convivencia y la vida democrática. Pareciera ser que hoy se puede decir o hacer cualquier barbaridad con tal de generar que la rueda gire, estimular la interacción de los usuarios, vistas, reproducciones, métricas, compartidos, porque lo que importa es ser vistos por la mayor cantidad de gente posible. Todo pasa por la lógica de la mercancía, cada individuo es un empresario de sí mismo, una marca, y como dice la frase  atribuida a P.T. Barnum, "no hay mala publicidad" cuando se trata de ganar atención. En el debate público y la conversación social el resultado es la legitimación de la ignorancia e improvisación como virtud, invirtiendo la lógica democrática que valora el conocimiento, y la normalización del desprecio por lo institucional. El mensaje de Lilia Lemoine en ese sentido es muy claro: no hace falta estudiar, no hace falta formarse, no hacen falta la Universidad, ni carreras estratégicas para la vida comunitaria como es la medicina. 

Llevado al extremo, tiene graves consecuencias políticas y para la democracia, régimen que no se agota en el voto, sino que implica instituciones sólidas, funcionarios preparados, políticas públicas fundadas en evidencia, y representantes capaces de pensar en el bien común más allá de su electorado cautivo. En el escenario político actual pareciera que todo da igual y puede ser equivalente e intercambiable. La formación académica, la experiencia y trayectoria política, quedan en el archivo, ya no son requisito para acceder a la función de representación pública. El congreso termina adquiriendo los atributos del nuevo espectáculo en streaming, los diputados parecen los foristas en línea enajenados descargando ira, frustraciones y todo tipo de emociones que alimentan la economía de la atención.

Cuando el Estado es copado por personajes como las celebridades libertarias lo que se erosiona es la confianza pública, la eficacia estatal y el contenido mismo de la representación. Plantear este debate no significa elitismo o una mirada conservadora, sino responsabilidad social, comprensión histórica y sentido común democrático, teniendo en cuenta que la vida de millones de vidas depende cada día de sus decisiones. En esta conformación política no se busca el consenso para intentar transformar la realidad o mejorarla, que era quizá el fundamento de la democracia, sino alimentar la propia esfera de validación, y ello a cualquier precio. Por eso las diputadas dijeron lo que dijeron con total impunidad. Es el triunfo del algoritmo sobre el argumento, del meme sobre la ley, del fanatismo sobre la responsabilidad. Es el traslado de las formas de relacionarse de las redes al juego democrático. No importa la calidad sino la cantidad.