Las tácticas de las ultraderechas del mundo en la batalla cultural: "Hacen política desde la manipulación de la emoción"

En diálogo con El Destape, la investigadora española Nuria Alabao habla de su libro Las guerras de género y echa luz sobre cómo las ultraderechas usa estrategias políticas para manipular las emociones de su electorado, tales como el encarnizamiento contra la población trans y LGBT o la negación de la violencia de género.

25 de octubre, 2025 | 00.05

 “Lo que utiliza la extrema derecha para hacer política es la manipulación de la emoción, y la sexualidad es un mecanismo que despierta grandes emociones”, dice Nuria Alabao, doctora en antropología e investigadora de los feminismos y de las extremas derechas globales. Su libro  Las guerras de género, la política sexual de las derechas radicales (Katrakat, 2025) -de libre descarga aquí- es una herramienta fundamental para historizar y analizar cómo se construyen los discursos sociales de pánico moral que terminan organizando las inequidades materiales. “La intención de las ultraderechas es plantear la construcción de los roles de género como algo natural o de origen divino, lo que estructura su idea de sociedad y naturaliza, por ejemplo, la división sexual del trabajo que es uno de los pilares de desigualdad social más fuertes”. Lo que trae Alabao, además, es la constatación de que la alianza entre liberales de mercado y conservadores religiosos empezó a gestarse desde los últimos años de la década del ‘60 con estrategias políticas, comunicacionales y de financiamiento que ahora alcanzan resultados globales en una época liminar en la que ya ningún acuerdo internacional ni de Derechos Humanos parece tener relevancia, máxime después de Gaza.

“Elegí hablar de ‘guerras de género' para hacer vínculo con su propio lenguaje, ese que pone a la ‘ideología de género’ como la fuente de todos los males”, dice Alabao, que aun cuando estudia los procesos de las derechas radicales en Estados Unidos y Europa, sirven perfectamente para entender cómo el gobierno de Milei y su planificada búsqueda de chivos expiatorios encaja en la estrategia internacional.

 Aquí el término que se usa -y al que el libertariado le pone bastante mística- es “batalla cultural” ¿En tu libro también planteas esta “guerra” como cultural?

--El libro está organizado a partir de una reflexión que parte de la noción clásica de guerra cultural, que es una noción estadounidense de los años 90, y lo que dice es: ha habido un momento en el que la política ha dejado de organizarse en torno al eje redistributivo, por así decirlo, y las elecciones se juegan sobre la base de conflictos que llamamos culturales. A modo de ejemplo, en Estados Unidos pueden ser las armas de fuego pero también la cuestión del aborto, en Europa, las cuestiones de género y de sexualidad tienen un papel súper relevantes. Y esto responde también a que muchos partidos socialdemócratas han perdido su base de votantes representada por la clase trabajadora y empiezan a representar a otros sectores sociales

¿Puede deberse a una movilidad social que se estancó?

--En cualquier caso, es lo que le permite decir a las derechas radicales que estos partidos ya no responden a las necesidades de la clase trabajadora sino que forman parte de la cultura política de estas clases medias profesionales representadas como privilegiadas. Ese es el concepto canónico y es verdad que luego nosotras desde el feminismo decimos que precisamente lo material y lo cultural no es tan fácil de delimitar. Y que esas cuestiones culturales tienen consecuencias profundamente económicas y materiales. Entonces, es verdad que las guerras como las utilizan ellos sí que puedes ver un cierto tacticismo. Las utilizan para desviar la atención de cuestiones materiales o de conflictos políticos, aunque en el fondo muchas de ellas claro están totalmente imbricadas. Por ejemplo, en relación al trabajo que está estratificado socialmente a partir de líneas de género, de color de piel, por ser migrante, etc.

Acá en Argentina observamos cómo desde que Javier Milei llegó al gobierno, la batalla cultural y las ideas más conservadoras y religiosas se han ligado más íntimamente que nunca a las estrategias políticas y de gobierno, y lo mismo se ve en otros países o en los foros donde las ultra derechas se encuentran. Ya no se habla sólo de la familia o del aborto, sino de todo eso en relación a la economía, la política y el lugar del Estado ¿Por qué crees que se ha afianzado esta relación entre conservadores y liberales -en nuestro caso, libertarios?

--En el libro pongo el ejemplo de Estados Unidos: la nueva derecha estadounidense es una especie de alianza entre el neoliberalismo naciente -en la segunda mitad de los ‘70- y los conservadurismos que empiezan a hacer grandes temas de los avances feministas y de las disidencias sexuales y de género. La reacción, que en ese momento se presenta así, va a decantar en una apuesta política que dará lugar a las victorias de Ronald Reagan en Estados Unidos, Margaret Thatcher en Inglaterra y que precisamente van a transformar el mundo de una manera radical, hegemónica, que llega hasta nuestros días, con el triunfo del neoliberalismo.

Pero ¿son alianzas buscadas, coordinadas, a uno y otro lado del océano?

--En esa época, lo que vemos es una organización de actores conservadores en varios planos. Empiezan a trabajar las cuestiones de género y su oposición a determinados derechos. Y a partir de ellos van a generar una determinada gramática política: "Si adoptáis esta gramática política vais a conseguir ganar elecciones. O vais a conseguir aumentar vuestra influencia o vuestro poder social.”

Entonces, son 40 años en que estas organizaciones van a generar sus espacios de encuentro, va a haber mucha financiación

Claro, pero el neoliberalismo guardaba su postura democrática e incluso desde los feminismos y movimientos LGBTIQ* nos preocupábamos más por el Pink washing que otra cosa…

--Bueno, ahora se están produciendo múltiples crisis, una de ellas es la del proyecto neoliberal y emergen actores que ya están cuestionando la propia democracia liberal. Es el momento de oportunidad en el que toda esa cadena de actores que llevan más de 40 años organizándose, generando recursos, redes, pero también un determinado discurso y una apuesta política, empiezan a ocupar la centralidad en muchos países.

¿Hablás de actores como el Congreso Mundial de Familias? Porque es una organización interreligiosa con mucho poder de lobby…

--El Congreso Mundial de la Familia en realidad es un contenedor, surge de una organización ultraconservadora de carácter religioso, pero va más allá y suma varias funciones. Una es poner en conjunto a todos estos diferentes niveles organizativos que pueden ser desde actores laicos, partidos políticos, organizaciones como Citizens Go o como la Red Política por los Valores (ligada a Viktor Orban) con actores, narrativas y recursos, o sea, con quienes utilizan sus encuentros para tejer esas redes. Entonces, ellos miran el mapa global y donde ven que va a haber una batalla importante, montan un congreso. Por ejemplo, en España, cuando lo hicieron en 2012 fue porque se abría una batalla contra el matrimonio igualitario.

 

En donde se cuece el relato antifeminista 

“Lo que termina pasando es que te viene en contra” decía Patricia Bullrich en el programa de stream Carajo para hablar de feminismos extremos y los supuestos peligros del empoderamiento en relación al doble femicidio cometido por Pablo Lautra. Encuentros -como la Cpac, donde negocios, política y moral conservadora van juntos- surgen narrativas coordinadas,  porque más allá de la poca habilidad para hablar de Patricia Bullrich, de diversos modos y en distintos países se está abonando a una figura femenina desapoderada, justamente.

-- Por una parte es evidente que comparten argumentos pero también tienen que hacer una adaptación a los contextos donde operan y al tipo de consensos más arraigados en las distintas sociedades. Por ejemplo, Marie Le Pen votó a favor de la constitucionalización del derecho al aborto en Francia o Gerd Wilder, de Países Bajos, el líder del Partido por la Libertad, apoya el matrimonio igualitario, apoya los derechos LGTBI.

Pero no siempre van a buscar la centralidad. Muchas veces lo que tratan es de componer a los desafectados de esos consensos sociales. Por ejemplo, Vox, que es más radicalmente antifeminista que otras extremas derechas equivalentes de la región. Si hablamos de la ley de violencia de género, todos los partidos españoles apoyan la actual ley de violencia de género salvo Vox y esa postura le permite decir, "Nosotros somos diferentes, nosotros somos antisistema, nosotros nos atrevemos a decir lo que muchas personas no se atreven."

Pero ¿a quiénes captan con ese discurso tan ultra?

--Vox tiene el mayor número de votantes de hombres divorciados. Van componiendo entre diversos grupos de agraviados una masa de votantes, aunque a la vez les dificulte conseguir una centralidad que les permita gobernar…

Podríamos pensar que Milei toma la misma estrategia de Santiago Abascal, a quien siempre rinde pleitesía. Porque también aquí hay un fuerte consenso en contra de la violencia por razones de género pero desde el gobierno y sus seguidores insisten en su cruzada contra la misma palabra femicidio.

--En realidad, lo que quieren hacer es luchar contra esta idea que trae el feminismo de que hay estructuras sociales que son las que provocan determinados modos de la violencia. Estructuras sociales históricas, construcciones que son las que posibilitan entender eh cómo esa violencia se dirige especialmente hacia las mujeres o cuerpos feminizados o hacia determinadas personas. Y ellos lo que tratan es de negar que eso exista.

También comparten una vuelta a la retórica del valor de la familia cerrada, tradicional…

--Eso es un tema que también arrastramos desde hace mucho porque cuando se produce la alianza entre el neoliberalismo naciente y el conservadurismo, uno de sus caballos de batalla --lo explica muy bien Melinda Cooper en un libro que se llama Los valores de la familia--, era algo muy parecido a la asignación universal por hijo que era una ayuda a madres solteras a las que, a modo de caritucatura, se llamó en inglés las Welfare Mothers y se utilizó en Inglaterra para representar a aquellas personas que vivían de las ayudas sociales y que no querían trabajar. Como para representar los aprovechados del sistema.

--La traducción argentina podría ser “se embarazan por un plan”, que es algo que se escuchó mucho cuando empezó a entregarse la AUH.

--Vale, exactamente. Es muy curioso porque esos argumentos vienen de los ’70, ‘80 y al principio hubo como una especie de gran consenso a favor del estado del bienestar, incluso por parte de la derecha. Lo que pasa es que los conservadores empiezan a ver que este tipo de ayuda lo que hace es rebajar la dependencia de las mujeres de sus maridos. Y entonces dicen, "No podemos dar ayudas que estén debilitando la institución familiar."  Esto es uno de los grandes símbolos de por qué hay que ir contra el estado del bienestar y la implicación de esto es por qué hay que fomentar los cuidados dentro del hogar quitando impuestos a las familias y haciéndo que ellas se ocupen de la atención sanitaria, el cuidado del hogar, la crianza, etc.

En definitiva, que se ocupen ellas.

--Es que precisamente muchos de los esquemas y de los conceptos que se utilizan ahora vienen de esa época de muchos cambios en la vida de las mujeres y las personas lgbtiq+, en la que hay una expansión de formas de vida posibilitadas por estas luchas feministas y de las disidencias sexuales y de género que también están tramadas con otra serie de luchas del momento por la ampliación del Estado de Bienestar, contra la colonización, por la liberación sexual, etcétera. Los conservadores le van a atribuir a estas luchas todos los males sociales: la pérdida de autoridad paterna, la delincuencia, las adicciones. Y hasta hoy buscan reinstaurar esa autoridad.

Esa nostalgia les funciona a las derechas para cosechar votantes, sobre todo masculinos.

--Lo de la familia les funciona, porque precisamente en un momento de contracción del Estado del Bienestar, para mucha gente la familia es lo único que proporciona cierta seguridad dentro de la inseguridad social. Además, hay una base material de este conservadorismo social y es que los jóvenes dependen más de sus padres porque los salarios han perdido peso en relación, por ejemplo, a las rentas que vienen de la especulación inmobiliaria o rentas de la financiarización. Por la transformación de la economía también. Eso hace que tengas que someterte a las expectativas que la familia tiene sobre ti y eso es un socializador en roles de género fundamental y un espacio de control social muy fuerte. Por eso a los conservadores les parece tan importante la familia, porque sujeta de alguna manera la expansión de las formas de vida.

¿Qué crees que tienen en común estas derechas radicales, como les llamás vos, con el fascismo o el neofascismo?

--El fascismo, por un lado, quería detener determinados cambios sociales, pero por otro lado tenía una visión revolucionaria del futuro. En esta crisis de la modernidad, ya no pensamos que el futuro vaya a ser mejor. Es uno de los problemas más candentes de nuestro tiempo: el futuro está cancelado. Con el cambio climático, con las sucesivas crisis económicas económicas y sobre todo con que no hemos conseguido generar si no utopías, posibilidades reales de una transformación en un sentido emancipatorio, ¿no? Una transformación social profunda. Ese espacio de vacío lo han ocupado con estas retroutopías, como las nombra Bauman. Esta vuelta al pasado idealizado que nunca existió.

El fascismo nace fundamentalmente como una forma de detener esta revolución social de las clases obreras y también de los feminismos. Y lo cierto es que ahora mismo no tenemos una revolución social equiparable.

¿Las luchas y conquistas feministas o de las disidencias sexuales podrían calificar como revolución social?

--Diría que muchas de nuestras conquistas se han declinado en términos liberales, es decir, dentro de este propio sistema, ¿no?. Aunque creo que hemos conseguido muchas cosas, es cierto que la mayor parte de cosas que hemos conseguido no retan al sistema, no retan a la redistribución de la riqueza o al poder.

Digamos también que tienen esa potencia cuando pensamos en la agenda que pone el cuidado en el centro de la organización social, que disputa la reproducción de la vida como trabajo o incluso que busca desarticular la familia cerrada y tradicional.

-- Para eso tenemos que tener la fuerza social y política para imponer esta visión. Y no se puede hacer solo con las mujeres, esa es la otra otra gran cuestión. Que yo creo que en Argentina os estáis replanteando ahora mucho: está creciendo el antifeminismo ¿es porque se ha hecho todo bien? ¿porque es una reacción? No es la única lectura. Yo creo que es un momento también de replantearse que nuevas alianzas podemos hacer con los jóvenes en contra de la desigualdad, contra el verdadero enemigo que de ninguna manera somos los feminismos.

Así como evaluas que el neoliberalismo transformó el mundo, ¿Estamos ahora en un momento liminar frente al crecimiento de estas ultra derechas?

--Hay algo que es evidente y es que con el genocidio en Gaza se han traspasado todas las últimas fronteras incluso simbólicas de respeto a unos derechos internacionales, humanos, y esto supone un cambio fundamental que está unido a la transformación de la política internacional.

Estas extremas derechas, y Trump es un caso evidente, responden a la reorganización geopolítica de los poderes mundiales. Y del papel de Estados Unidos ante el ascenso de China y de otros países asiáticos. Estamos en un momento de recomposición global donde no se sabe muy bien qué va a pasar. En este escenario, Gaza aparece como un experimento brutal que lo que nos está diciendo es que ahora mismo no hay límites.

O sea, si en un momento dado las derechas, las ultraderecha o incluso los fundamentalismos estaban disputando en los organismos de derechos humanos como la ONU el lenguaje de los derechos, creo que ahora estamos en otra fase en que pueden sencillamente obviarlos, ignorarlos.  Trump, Netanyahu, son un ejemplo de eso.