El mundo tal cual como lo conocemos podría dejar de existir en los próximos años. Y es que un grupo de científicos alertó sobre la posibilidad de que nazca un nuevo océano luego de que el continente africano se termine de dividir en dos por la grieta que está generando el movimiento de placas tectónicas.
África es un continente rico en cultura y recursos naturales, pero ahora se encuentra en mira de todo el mundo por un particular suceso: su geología está cambiando debido al movimiento de las placas tectónicas que afecta a varios países. Precisamente una extensa grieta se extiende cada vez más rápido y ya lleva abarcados más de 6.000 kilómetros entre Etiopía, Kenia y Mozambique. Aunque esto por el momento solo supone un caso para investigar y estar alerta por el peligro que supone, se conoció que podría traer como resultado el nacimiento de un nuevo océano.
Aunque si bien este es un suceso que avanza hace 25 millones de años, los efectos ahora son más perceptibles: hay zonas en donde, literalmente, se puede ver cómo los territorios están partidos en dos. Precisamente, una de las zonas más afectadas es el Cuerno de África, donde se encuentran Somalia, Etiopía y parte de Kenia, que se está alejando poco a poco del resto del continente. Lo particular de este fenómeno es que, de terminar de separarse, podría dar lugar a un nuevo océano, como ya pasó hace millones de años.
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“Los océanos de la Tierra surgen de la fractura de un continente que se divide en dos”, explicó Gilles Chazot, geólogo y profesor de la Universidad de Bretaña Occidental. Precisamente, cuando Pangea se separó y conformó lo que hoy conocemos como África y América, terminó naciendo el océano Atlántico. Esto es lo mismo que podría suceder en los próximos años; sin embargo, todavía no hay certezas.
Un lote olvidado de salmón vencido podría ayudar a salvar los océanos
Un descubrimiento fortuito convirtió un lote olvidado de latas de salmón en una inesperada ventana al pasado ecológico de Alaska. Un estudio publicado en abril de 2024 en la revista Ecology and Evolution detalla cómo un conjunto de 178 latas, procesadas entre 1979 y 2021 y almacenadas originalmente con fines de control de calidad, lanzó información única sobre la evolución de parásitos marinos y la salud de los ecosistemas en el golfo de Alaska y la bahía de Bristol.
Las conservas, que incluían ejemplares de salmón chum, coho, rosa y rojo (Oncorhynchus keta, kisutch, gorbuscha y nerka), permitieron a investigadoras de la Universidad de Washington, lideradas por Natalie Mastick y Chelsea Wood, analizar la presencia de gusanos anisákidos, parásitos comunes en el entorno marino. A pesar de haber pasado décadas encerrados en latas, muchos de estos gusanos, de aproximadamente un centímetro de largo, se conservaron en un estado lo suficientemente bueno como para ser estudiados.
Lejos de representar una amenaza, la presencia de anisákidos fue interpretada como un indicador de salud ambiental. “La presencia de anisákidos es una señal de que el pescado que tienes en tu plato proviene de un ecosistema saludable”, explicó Chelsea Wood. Estos parásitos desempeñan un rol clave en la cadena alimentaria marina: pasan del krill a los peces como el salmón, y culminan su ciclo vital en mamíferos marinos.
A través de técnicas que permitieron estimar la densidad de parásitos por gramo de salmón, el equipo reconstruyó una línea de tiempo de la evolución de estas poblaciones parasitarias a lo largo de más de 40 años. Se observaron aumentos progresivos en los niveles de anisákidos en las especies chum y rosa, una posible señal de ecosistemas estables o incluso en recuperación. Por el contrario, los niveles en las especies coho y rojo se mantuvieron constantes, lo que sugiere diferencias en sus relaciones ecológicas con los parásitos.
Este hallazgo no solo arroja luz sobre la biodiversidad marina de décadas pasadas, sino que también plantea nuevas preguntas sobre las preferencias parasitarias según la especie de salmón y las dinámicas internas de los ecosistemas. Además, abre la puerta a investigaciones futuras en tres áreas clave: la evolución ecológica a largo plazo, los efectos del cambio climático en la fauna marina y las complejas interacciones entre parásitos, peces y mamíferos. “Este descubrimiento inesperado demuestra que la ciencia a veces puede encontrar tesoros de información en los lugares más insólitos”, concluyen las autoras. Lo que una vez fue una simple reserva alimentaria para controles de calidad, hoy se convierte en un archivo ecológico de incalculable valor.