Gabriela Paredes Domanico nació en 1973 en un contexto difícil. Desde muy chica tuvo que hacerse cargo de sí misma: trabajó a partir de los 12 años como empleada doméstica, sostuvo a su familia vendiendo comida y hoy, después de tres décadas de escritura silenciosa, publica novelas que dialogan con su propia historia. Fue construyendo un universo personal donde la escritura se volvió el espacio para pensarse, rebelarse y soñar.
Ese mundo íntimo se tradujo en libros que llegaron a ver la luz recién tres décadas después. Bajo el seudónimo de Anyi Paredes, Gabriela escribió y reescribió historias atravesadas por su experiencia de vida. “Cuando escribo, me enamoro totalmente de la historia”, confesó. Hoy sigue expandiendo su obra y se prepara para un acontecimiento especial: la presentación de sus libros en Quilmes, la ciudad donde estudia, vive y comparte su día a día. Allí, rodeada de los suyos, la autora llevará sus historias al mismo territorio donde su vocación comenzó a hacerse real. Gabriela, con tres novelas publicadas, cuenta cómo vive su presente donde la literatura y la educación conviven con igual pasión.
—En Tres flores de un invierno relatás parte de tu propia historia personal. ¿Cómo fue el proceso de transformar una vivencia tan íntima en literatura sin perder la distancia necesaria para narrarla?
—Cuando comencé a escribir Tres flores… iba a la secundaria, en 1993. Lo hacía como si le contara a una amiga lo que me había pasado, incluso usaba mi propio nombre. Hasta que llegué a mi presente y no sabía qué más escribir. Un día lo releí y sentí como si lo hubiera escrito otra persona. Ahí entendí que podía cambiar la historia, esa y tal vez la mía. Lo reescribí con otros nombres y personajes, algunos los redimí, a otros no tanto. Después de más de treinta años me gusta el resultado.
—Durante muchos años publicaste como Anyi Paredes y recién después tu apellido paterno pasó a ser oficial. ¿Qué significa hoy para vos firmar con ese nombre?
—Con eso tengo un conflicto que sigo trabajando en terapia. En su momento, usar ese apellido en el seudónimo era una revancha, un acto de rebeldía. Pero cuando pasó a ser legal perdió el significado. Antes “Anyi Paredes” me hacía sentir orgullosa; hoy Gabriela Paredes aún no me identifica del todo. Confío en que voy a reconciliarme con ambas algún día.
—Trabajaste como empleada del hogar y también vendiendo comida para sostenerte. ¿Cómo impactó eso en tu identidad como persona y escritora?
—Creo que todo lo que pasó me convirtió en alguien combativa, siempre alerta. Eso condicionó mi maternidad, claro que deberían juzgarlo mis hijas, pero sé que no soy una mamá muy fácil. Como escritora me dio la capacidad de ponerme en el lugar de todos los personajes un ratito, sin enamorarme de ninguno, sino de la historia. Irme de casa a los 12 y trabajar en casas de familia me permitió conocer gente buena y otra no tanto, pero de todos aprendí.
—Comenzaste a escribir hace más de tres décadas, pero recién publicaste en los últimos años. ¿Cómo vivís la experiencia de ser escritora mujer en Argentina?
—Recién el año pasado publiqué mi primer libro, y en menos de un año terminé publicando tres. Tengo otros cuatro listos y dos en escritura. Mis hijas siempre me pedían que publicara y yo les decía que lo hicieran cuando yo no estuviera. Finalmente lo hice yo. Ser mujer escritora en Argentina lo siento como una ventaja: creo que a las mujeres se nos acepta más jugar con las emociones que a los hombres.
—Estudiás Economía y Gestión además de escribir novelas. ¿Cómo dialogan esas facetas en tu vida?
—Me apasionan en igual medida escribir y hacer balances. Como tejer y coser, como ser Susanita y Mafalda fusionadas. Cada cosa me hace feliz y no pienso en la otra cuando la hago.
—En tus libros aparecen protagonistas que atraviesan dilemas profundos. ¿De dónde surge la inspiración para darles vida?
—Soy observadora y me gusta escuchar. Nunca escribí una historia real ajena, pero sí matizo personajes con rasgos de gente que pasó por mi vida. Me enamoro de la historia y mi cabeza está el 100% del tiempo en ella hasta que la termino. Una vez, mientras hacía milanesas, tuve que cortar hojas de rollo de cocina para anotar una escena. Otra vez, en una caminata por Villa Gesell, se me armó una novela entera en la cabeza.
—¿Qué fue lo más inesperado que te devolvió un lector o lectora?
—Las devoluciones siempre fueron hermosas. Me sorprendía que me hablaran de personajes secundarios, incluso pasajeros, que igual les habían dejado algo. Y una vez mi psiquiatra me dijo, después de leer Brillo propio: “Te encontré en un fragmento”. Yo no me había visto ahí y me puse a llorar: en ese momento me descubrí.
—Si tuvieras que pensar en un género o un proyecto literario completamente distinto a lo que venís haciendo, ¿cuál sería?
—Justamente mis dos proyectos nuevos, que calculo terminaré en 2027, tratan de cosas en las que jamás había incursionado. Uno es sobre la discapacidad, un diagnóstico de neurodiversidad en una familia. No llega a ser una novela, tiene testimonios y creo que va a ser mi mejor libro. El otro trata de un voto de amor cárnico, gracias a una frase que me dijo una compañera. Ninguno tiene título aún: los nombres llegan cuando menos lo esperás.
—Más allá de tu rol como escritora, ¿qué lugar ocupa la lectura en tu día a día y qué autores sentís que marcaron tu estilo?
—No tengo tiempo de leer tanto como quisiera. Últimamente leo muchos libros de economía, pero en mi mesa de luz tengo los que quiero leer este verano. No hay un autor que me haya marcado en particular, me gusta olvidarme de quién escribió el libro hasta que lo termino. Disfruté La casa de los espíritus de Isabel Allende, El baile de las luciérnagas de Kristin Hannah, y El Principito, que aún me hace llorar después de decenas de lecturas.
—Vas a presentar tu libro en Quilmes, lugar donde también estudiás y desarrollás tu vida cotidiana. ¿Qué peso tiene para vos compartir tu obra en tu propio territorio?
—No solo en mi territorio, sino en el profesorado, el lugar donde todo comenzó a hacerse más real. Con mis compañeros, mi familia, mis amigos, los que me padecen día a día y me acompañan. Me produce una expectativa rara y a la vez miedo de no poder disfrutarlo todo lo que quiero. A veces pienso que es un sueño de chica y que me voy a despertar en ese momento.
—¿Qué esperás que suceda en la jornada de literatura en Quilmes cuando presentes tu nuevo libro? ¿Qué mensaje te gustaría que se lleven quienes asistan?
—Espero disfrutarlo y que lo hagan también quienes me acompañaron en este camino. Me gustaría que se lleven la certeza de que nada está dicho ni debe darse por sentado. Que pueden lograr lo que quieran, aunque la meta parezca lejana. Una vez alguien me dijo que por mi perseverancia iba a lograr todo lo que me propusiera. Yo le creí, y espero que quienes concurran se lleven esa frase de regalo.