China fabrica el futuro, Argentina liquida el presente

China se posiciona en términos geopolíticos como vanguardia en tecnología e industria.

20 de diciembre, 2025 | 21.50

El capitalismo a escala planetaria vive un proceso de transformaciones vertiginosas. Más allá de los todavía impredecibles cambios en la organización de la producción y el empleo que traerá la irrupción, también acelerada, de la IA, estas transformaciones no son una novedad en sí mismas. Lo verdaderamente nuevo ocurre en China. Si hasta hace pocos años se veía a la potencia asiática como una simple factoría que copiaba las tecnologías desarrolladas en el resto del mundo, hoy el panorama cambió radicalmente. China está al frente de la innovación en la mayoría de las tecnologías consideradas críticas. Según la revista Nature esta mayoría alcanza al 90 por ciento de los sectores.

El objetivo declarado por China es, además, que las cadenas de valor de estas tecnologías sean completamente autónomas de la provisión de insumos tecnológicos del resto del mundo, especialmente estadounidenses. Cada prohibición de venta de un producto de tecnología crítica de una empresa estadounidense siempre terminó, además, en su reemplazo por producción local, muchas veces mejorada y a menor costo.

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China es, paradójicamente en los términos convencionales, el mejor ejemplo de las dimensiones más virtuosas del capitalismo. Luego, geopolíticamente, lo que busca es evitar cualquier tipo de boicot, cualquier tipo de interferencia en el marco de la nueva guerra fría desatada por Estados Unidos como respuesta tardía a la declinación de su hegemonía.

China se consolida como líder en el mercado mundial.

Estas nuevas capacidades tecnológicas chinas resultan lógicas si se considera no solo su capacidad de planificación a largo plazo y su estabilidad política, sino también la cantidad de ingenieros y científicos en todas las áreas que posee y multiplica. Según la WIPO, la organización mundial de la propiedad intelectual, China ocupa el primer puesto global en número de patentes, tanto solicitadas como concedidas. En 2024, por ejemplo, presentó 1,8 millones de solicitudes, sobre 3,7 millones del total mundial. Estados Unidos, en tanto, solicitó algo más de medio millón.

En términos de poder global es una suerte que la nación asiática sea una potencia “autocentrada” que, a diferencia de las potencias occidentales, no busca exportar sus valores y modo de vida al resto del mundo. Y también que no sea expansionista más allá de la natural búsqueda de reunificación territorial, su política de “una sola China” que se consumará con la reincorporación de la isla de Taiwán, la vieja “China nacionalista” a la que escaparon los perdedores de la guerra civil.

Su vínculo con el resto del mundo es esencialmente comercial. Y como toda potencia industrial compra mayormente insumos y vende productos terminados, lo que le reporta gigantescos superávits comerciales. En 2025 este superávit, a pesar de la guerra arancelaria de Donald Trump, superará por primera vez el billón de dólares (trillones anglosajones). La estimación exacta de la aduana china para los primeros 11 meses de 2025 fue de 1,075 billón de dólares, solo en bienes. Alrededor de un tercio de este superávit es con Estados Unidos y otro tercio con Europa.

Visto desde una economía capitalista periférica como la argentina, el dato es la imposibilidad real de competir de manera directa, en modo economía abierta, con la potencia productiva china. A medida que se consolida la electromovilidad, por ejemplo, una de las principlales industrias locales, la automotriz, tiene los días contados. La abrumadora superioridad china en vehículos eléctricos (EVs) ya es reconocida en todo el mundo. Resulta imperioso para el sector automotor local buscar formas de asociación y de transición. La líder mundial BYD, por ejemplo, acaba de invertir casi 1000 millones de dólares en Brasil y en octubre pasado abrió en el estado de Bahía su mayor planta de EVs fuera de Asia. Con esto China empuja lo que el economista Jorge Schvarzer llamaba en otros tiempos “sustitución de exportaciones”. Fue así como desde mediados del siglo XX comenzó la industria automotriz argentina, pero mejor no derivar.

Estas dificultades para competir se agudizan en el caso de productos más estandarizados, como por ejemplo textiles, calzados, plásticos y metalmecánica, entre otros, lo que vuelve difícil pensar que para la economía local la alternativa sea el regreso a una industrialización sustitutiva o autónoma como la que se pensaba a mediados del siglo XX. Incluso la misma producción industrial va camino a dejar de ser un sector generador directo de mano de obra. China, por ejemplo, cuenta con más de 2 millones de robots industriales, sobre alrededor de 4,5 millones que existen en todo el mundo. Por eso se habla de las fábricas que funcionan “a oscuras” y sin trabajadores. No falta mucho para que la figura del obrero industrial, “de cuello azul”, será una imagen del pasado. Lo que sí genera empleo, en todo caso, es el ecosistema industrial, el entorno de investigación y desarrollo, el desarrollo de bienes de capital y la formación de mano de obra híperespecializada, eso mismo que Argentina desincentiva y desfinancia.

Las opciones industriales realistas en el capitalismo periférico pasan por buscar asociarse en cadenas de producción globales o en productos en los que pueda conseguirse alguna diferenciación. Pero nada de esto está presente en la actual política local, que por el contrario simplemente parece querer deshacerse de la industria. De otra forma no puede entenderse que el RIGI, el régimen para las grandes inversiones, se desentienda absolutamente de la provisión local de insumos, lo que reduce al mínimo el efecto multiplicador potencial de las actividades extractivas que se busca promover.

Si los proveedores de la minería y los hidrocarburos se entusiasmaron con la llegada del mileísmo, no les faltará tiempo para arrepentirse, desde los Paolo Rocca que ya no podrá competir contra los caños chinos, hasta los micro proveedores de insumos para la minería de la región cuyana. Todo será importado, más aun mientras se sostenga el empujoncito adicional del dólar barato. La economía local transita un cambio estructural hacia economías de enclave con nulo efecto multiplicador regional que puede transformar a los conurbanos de las grandes ciudades en periferias invivibles. El cortoplacismo de las dirigencias no advierte que las capacidades productivas que se pierden rápido son de muy lenta o imposible recuperación. Pronto podría ser demasiado tarde.