El senador Bernie Sanders lo dijo con claridad: “Hay dos Estados Unidos muy diferentes entre sí, el de las mayorías y el de los ultrarricos, muy aislados el uno del otro”. Debe agregarse: y cada vez más peligrosamente enfrentados.
En apenas 9 meses y muy lejos de lo prometido, el presidente Donald Trump ha acelerado el camino hacia el desorden mundial y, en su país, ha profundizado un abismo de consecuencias impredecibles. La fractura de las Fuerzas Armadas (visible en renuncias como la del máximo jefe militar del Comando Sur, Alvin Halsey) y las polarizaciones en el interior de las agencias de inteligencia, en la base electoral de su organización –MAGA- y, sobre todo, en la sociedad, son cada vez más preocupantes.
El sábado 18, uno de esos Estados Unidos –el de la mayoría que lucha por cubrir sus necesidades básicas con sueldos magros, el que ya no ve progresar a sus hijos porque no puede mandarlos a la universidad- salió masivamente a las calles en 2.700 ciudades de los 50 Estados del país.
Con el lema de “No kings” (Sin reyes) millones de estadounidenses protestaron pacíficamente contra el presidente Donald Trump por varios motivos: la creciente militarización, las redadas, los recortes en los servicios de salud (Medicaid) y, sobre todo, por la deriva autoritaria del gobierno. Washington, San Diego, Detroit, Boston, todo el país mostró su indignación.
“La Constitución no es opcional” rezaba uno de los carteles colgados en el subte de Nueva York. “Hands Off Chicago”, coreaban los ciudadanos de esa magnífica ciudad de Illinois, la tercera más populosa del país, en una marcha que se extendió por más de 3 kilómetros.
“Es una realidad que busca ocultarse –explicó Bernie Sanders-. La prensa y el sistema político dominado por las corporaciones no quieren que se hable de esto, pero la verdad es que, por primera vez en la historia de nuestro país hay un grupo que desborda de opulencia, poder y codicia y otro, el de la mayoría, que no puede asegurarse las necesidades básicas para vivir. Y esos dos países está muy separados entre sí”.
“La economía de la desesperación”, la llamó el senador del ala más progresista del Partido Demócrata. Y dio varios ejemplos: “Un solo hombre, Elon Musk, acumula una riqueza equivalente a la que posee el 52% de las familias más pobres de EEUU. 85 millones de estadounidenses carecen de seguro médico. Hay 800.000 personas que viven en la calle. Las universidades son inalcanzables y las consecuencias ya se ven: en matemáticas, ciencia y lectura, nuestros jóvenes están por debajo de los promedios alcanzados por otras potencias.”
Los estadounidenses sienten que viven en un país que no conocen, que nada tiene que ver con aquel que los enorgullecía porque buscaba la democracia, la equidad social, los derechos civiles y las ideas de avanzada. “Protestamos porque amamos a Estados Unidos y queremos recuperarlo”, explicó a la prensa uno de los manifestantes en Los Angeles.
El presidente Trump respondió acorde a su idiosincrasia violenta y grosera: subió a las redes un video hecho con inteligencia artificial donde se lo ve con una corona, manejando el avión “King Trump” y bombardeando con excrementos a los manifestantes.
La guerra interna
Uno de los choques más graves es entre la Casa Blanca y los gobernadores e intendentes demócratas de línea centroizquierdista que Trump considera subversivos.
“Hay ciudades que no están en buen estado. Son las gobernadas por los demócratas de la izquierda radical, San Francisco, Chicago, Nueva York, Los Angeles… Son muy inseguras y vamos sanearlas una por una. Vamos a entrar a Chicago muy pronto”, advirtió durante la reunión en Quántico, donde convocó “de urgencia” a la cúpula del Pentágono, el pasado 30 de septiembre.
En ese encuentro Trump comunicó, entre otros despropósitos, que habrá purgas raciales y de género en el Pentágono y que los militares se encargarán, desde ahora, del “enemigo interno”. “Firmé un decreto para capacitar a una fuerza de reacción rápida que ayude a sofocar disturbios civiles. Estamos sufriendo una invasión desde dentro. Es lo mismo que una invasión extranjera, pero en muchos sentidos es más difícil porque no llevan uniforme”. Y agregó que esas “ciudades peligrosas” se va a usar como “campo de entrenamiento” para la formación de comandos urbanos que combatan a los inmigrantes, a los que trafican con fentanilo y a la izquierda radical.
La reacción fue inmediata. El muy popular alcalde de Chicago, Brandon Johnson (49), instó a realizar una huelga general. “Mis antepasados, esclavos negros, protagonizaron la mayor huelga general de la historia de este país desafiando a los ultrarricos y a las corporaciones. Hoy podemos hacer lo mismo”, propuso frente a una multitud que lo ovacionaba.
“Convoco a los negros, a los blancos, a los latinos, a los asiáticos, a los inmigrantes, a las personas LGTB a hacerle frente a la tiranía y mandar un mensaje claro a los ultrarricos y a las corporaciones: Vamos a hacer que paguen la parte que les corresponde de los impuestos para financiar escuelas, generar trabajo, garantizar la salud pública universal y mejorar el transporte público. La democracia va a sobrevivir gracias a esta generación.”
También el gobernador de California, Gavin Newsom (58), quien muy probablemente sea el próximo candidato a la presidencia por el Partido Demócrata, fue muy duro con Trump. “Somos una nación de leyes y rendición de cuentas, no una nación que ignora el abuso de poder. Donald Trump, un delincuente convicto que indultó a delincuentes condenados por agredir a agentes federales, está engañando al público con su falsa narrativa de que EEUU, y especialmente California, es un páramo sin ley. No nos inclinamos ante los reyes y nos enfrentamos a este aspirante a tirano”, expresó en un comunicado oficial.
Trump amenazó con mandar la Guardia Nacional a San Francisco (luego lo postergó) por considerar que esa ciudad californiana tiene los más altos índices de criminalidad, algo que los números no convalidan. “Si Trump nos invade, California lo demandará. Estamos listos para acudir a los tribunales”, contraatacó Newsom.
Libertad condicional
La población también está en peligro y enfrentada. No sólo los políticos opositores sufren amenazas. Entre otros atropellos, el trumpismo encarcela brutalmente a los inmigrantes, aplica recortes millonarios a las universidades, censura a los estudiantes, confisca libros de las bibliotecas y persigue a los profesores universitarios que no coinciden con su ideología.
La Biblioteca Nimitz de la Academia Naval, por ejemplo, retiró 381 libros que el trumpismo colocó en una lista negra para que no pudieran leerlos los aspirantes a marinos.
El académico y periodista, Sebatiaan Faber, publicó en el portal CTXT el caso del historiador Mark Bray, de la universidad de Rutgers (Nueva Jersey), quien fue impedido de viajar a España el pasado 8 de octubre. Cuando estaba a punto de embarcar, la azafata le comunicó que “su reserva había sido cancelada”.
Según Faber, el profesor Bray, experto en historia del anarquismo, venía siendo hostigado por grupos de ultraderecha que no solo exigían que su universidad lo despidiera, sino que publicaron la dirección de su casa y amenazaron con asesinarlo. Al día siguiente, luego de ser sometido a un interrogatorio por agentes federales, Bray y su familia pudieron viajar a España.
El 25 de septiembre, Trump emitió el Memorandum Presidencial de Seguridad Nacional (NSPM-7) según el cual reorienta fondos federales para “contrarrestar el terrorismo doméstico y la violencia política organizada”. Dentro del concepto de “terrorismo” incluye organizaciones de la sociedad civil y “enemigos internos” que el gobierno considera peligrosos por ser “antiestadounidenses, anticapitalistas y anticristianos” o atentar contra los “valores familiares o de moralidad”.
La pregunta se impone: ¿armar un video donde un presidente arroja excrementos sobre la población de su país es “antiestadounidense”? ¿Atenta contra los “valores de la moralidad”?
El memoradum NSPM-7 permite que se investiguen “la disidencia organizada, las campañas de acoso y las movilizaciones por los derechos civiles”. En el caso de las organizaciones, las sanciones pueden ser extensivas a los empleados, a los directivos y a los donantes. Obviamente organizaciones prestigiosas como “Unión de estadounidenses para las libertades civiles” (ACLU) critican la medida por anticonstitucional y alegan que “socava las garantías de libertad protegidas por la Primera Enmienda”.
Ayer, el diario conservador británico “The Economist” dio cuenta de los efectos que la guerra interna desatada por Trump está produciendo en EEUU. “278 días después del inicio del mandato, el índice de aprobación neta del presidente es de 17,05 puntos menos que la semana pasada. El 39% aprueba, el 56% desaprueba y el 5% no está seguro.
La historia lo confirma: ningún imperio cayó derrotado por los ataques de enemigos externos. Los imperios colapsan por desde dentro.
