Milei es presidente porque la sociedad se hartó de no tener moneda. Y aunque después de casi dos años de gobierno se sabe que la respuesta es bastante más compleja que una causa única, el gran disparador para el triunfo libertario fue el hartazgo por la alta inflación.
Desde la actual oposición, un análisis tranquilizador es acotar el problema inflacionario del último gobierno kirchnerista a factores extraordinarios, desde la pandemia de 2020-21 a la sequía histórica de 2023. Sin embargo, la destrucción de la moneda fue un proceso mucho más largo que sólo se agravó en 2019-23 y que, además, resulta inseparable del criminal endeudamiento externo producido durante el macrismo, un factor que cambió el curso de la economía local y que muchos analistas del poder económico se esfuerzan por no agitar.
Los procesos económicos siempre responden a una secuencia histórica. Por ejemplo, al gobierno de la primera Alianza, el de Fernando de la Rúa, le toco ser el tiempo de explosión de las contradicciones acumuladas durante las dos administraciones de Carlos Menem. Y al gobierno de Alberto Fernández le tocó afrontar la suma de restricciones acumuladas en las primeras décadas del siglo XXI, básicamente la reaparición de la restricción externa a partir de 2011 y su profundización estructural a partir del mega endeudamiento 2015-19. No haber tenido un gobierno y una clase política decidida a enfrentar estas dos fuertes restricciones, y enfrascados además en actuar como si no existiesen, fue lo que profundizó la crisis y terminó con la Casa Rosada habitada por un outsider sin experiencia en el manejo de la cosa pública. Frente al vacío de poder, los votantes optaron por el salto al vacío.
Una razón de este salto fue que, en un marco de normalidad política, sin catástrofes ni guerras, la suba generalizada de precios afecta especialmente a quienes tienen ingresos fijos sin excedentes financieros, es decir a los más pobres. Puede pensarse que votando a Milei los más pobres se votaron en contra. Desde la racionalidad política era un predicción evidente que un gobierno de LLA significaría una agresiva distribución regresiva del ingreso, como efectivamente sucedió. Pero las mayorías no están especialmente politizadas. El voto suele dirigirse primero contra lo que produce malestar y, recién después, a favor de lo que ilusiona. Y lo que producía malestar a las mayorías eran los que consideraba responsables de agravar sus problemas, aquellos que el mileísmo sintetizó creativamente como “la casta”, la clase política que había dirigido el Estado en las últimas décadas.
Luego de casi dos años, esta descripción del proceso anómalo que llevó a Milei al poder es bastante conocida e incluso consensuada. Si se la repite aquí es porque en las últimas semanas el modelo mileísta ingresó en una fase de desgaste progresivo por dos razones principales. La primera es que, luego de la ilusión de que la baja de la inflación sería una panacea, las mayorías comienzan a advertir que los precios más estables no les alcanzan para “llegar a fin de mes”, aunque no mueran en el intento. Advierten también que el tiempo pasa y las prometidas mejoras en las condiciones de vida no llegan. Y lo peor de todo, tampoco hay indicios de que vayan a llegar.
La segunda razón, menos clara a simple vista, es que comienzan a aparecer los signos de insustentabilidad del modelo. Cada vez son más evidentes las idas y vueltas y las incoherencias ideológicas. El Presidente y su equipo insisten con el monetarismo bobo para explicar la inflación mientras hacen todo lo posible para clavar el dólar. No existe un solo economista que niegue la relación entre la evolución del precio del dólar y la del IPC. El gobierno también lo sabe, pero antepone razones monetarias para explicarlo. Las presiones sobre el dólar no se deberían a la escasez de la divisa, sino al exceso de pesos. En consecuencia, la solución que repite discursivamente sería “secar de pesos la plaza” para que no hayan pesos que compren dólares. El resultado es que menos pesos y menos liquidez para los bancos, por ejemplo por la vía de subir encajes y enchufar bonos forzosos, provocan nuevos ciclos de aumento de la tasa de interés. Como siempre, el veneno está en la dosis, cuando las tasas reales se vuelven extremadamente positivas dejan de ser un incentivo y comienzan a expresar riesgo de insolvencia. Luego, la tasa de interés también es un costo de producción y puede tener efecto precio. A la vez, puede disuadir de producir, es decir de aumentar la oferta, o puede hacer caer la demanda que se financiaba vía crédito. Dicho de otra manera, una mayor tasa puede ser tanto inflacionaria como recesiva.
Tanto la dificultad para acumular reservas internacionales, como el comportamiento errático que produjo una espiralización del aumento de las tasas de interés, son signos de agotamiento del modelo. Sin embargo, el gobierno está decidido a hacer cualquier cosa para que no se note, para sostener la cotización del dólar cueste lo que cueste al menos hasta las elecciones. Y este agotamiento también se trasladó al discurso electoral, que ya no vende ilusiones de un futuro mejor, sino solo antikirchnerismo primitivo. Como no hay nada para ilusionarse hay que volver a agitar los monstruos del pasado. El mensaje tácito es “con nosotros no vivís mejor, pero volver al pasado puede ser peor”. O bien la angtigua estrategia de “no vote ilusionado, vote asustado”.
Sostener el modelo se volvió cada vez es más caro, tanto económica como discursivamente, lo que vuelve legítimo preguntarse por el día después. Por ahora todo vale en el altar de superar la prueba electoral, pero cualquiera sea el resultado, la pregunta de fondo es qué sucederá con las principales variables macroeconómicas el día después. El dato positivo es que para la primera prueba, la bonaerense, falta muy poco, menos de un mes. Punto para el gobierno, ya que logró llegar hasta aquí a pesar de los sobresaltos. El dato de riesgo es qué puede suceder si las elecciones se pierden y se nota mucho. Haber apostado tanto construyó una apuesta mucho más riesgosa. Luego, cuando el propio equipo económico dice que mantendrá la voluntad de “secar la plaza” hasta las elecciones de octubre, permite suponer una inmediata corrección post electoral. Lo que viene, cualquiera sea el resultado de las elecciones, será un “ajuste sobre el ajuste” cuya línea de largada será un dólar más caro, una inflación más alta y, para las mayorías, el fin de la ilusión libertaria.