Cada tanto, cuando algún profesor comienza a enseñar los rudimentos de la economía política, recuerda ese estigma histórico epistemológico que la señalaba como “la ciencia lúgubre”. Aunque el origen del término se preste a debate, de Carlyle a Malthus, la idea que está por detrás es que la economía está regida por la escasez en un universo en el que reina el egoísmo lo que, al menos en sus albores, interfería con la confianza en el futuro. Sin embargo, rodeados por la exuberancia del capital, la idea de escasez parece un contrasentido, una palabra más adecuada es “restricciones”. La economía convive con restricciones y estas restricciones no pueden soslayarse sin más, sin que haya consecuencias. Un ejemplo típico es la “restricción interna”, la presupuestaria, si se gasta más de lo que ingresa se incurre en déficit, un rojo que, en una economía sin moneda como la local, impacta también, vía demanda de dólares, en la “restricción externa”. Restricciones interna y externa, entonces, no son asuntos separados. No enfrentar cualquiera de las dos conduce, antes o después, a la inestabilidad macroeconómica.
El problema emergente es que en el medio de este entendimiento metió la cola la ideología. Una parte del heterogéneo universo de la heterodoxia afirma que la verdadera restricción es la externa, que el déficit interno puede expandirse en tanto la economía no se quede sin dólares. En contrapartida, una parte del menos heterogéneo mundo de la ortodoxia, del mainstream de la ciencia, dice que la restricción que importa es sólo la interna, que la externa es “un asunto (de compra venta) entre privados”. Es lo que dice cada vez que puede el ministro Luis Caputo, a quien se le ponen los pelos de punta cuando se hacen analogías entre el presente y 2017, año récord en materia de déficit externo. Por eso, así como el kirchnerismo daba conferencias de prensa mostrando cuadritos de todos los países que tenían déficit fiscal y no por ello sus economías se derrumbaban, el ministro Caputo muestra cuadritos con los déficits de cuenta corriente en distinto tiempo y lugar con el mismo objetivo de minimizar el problema. De nuevo y para fijar conceptos: en una economía sin moneda no son asuntos separados. No entender esta interconexión entre las dos restricciones equivale sencillamente a no entender el abecé de la macroeconomía local.
Si se vuelven a abordar estar relaciones simples, aunque algo técnicas, es porque todo el debate económico actual gira en torno a ellas. La más que precaria estabilidad económica del presente depende absolutamente de ese presunto “asunto entre privados” que es la restricción externa. Todo el debate por el dólar barato se debe a la doble razón de que es la herramienta que utiliza el gobierno para forzar la estabilidad de precios y a que estos dólares son cada vez más escasos. En paralelo muchos economistas repiten una verdad de Perogrullo, que no se puede estabilizar sin ancla cambiaria. Pero para que tal cosa funcione, el ancla cambiaria debe ser sostenible. Es una obviedad que, si el dólar se mantiene estable, la inflación se contiene. Y si se mantiene además barato genera un efecto riqueza que alivia las tensiones sociales. Pero para que este modelo sea sostenible no tiene que haber restricción externa, es decir los dólares tienen que ser, sino abundantes, al menos suficientes. En lo que va de la actual administración el gobierno tuvo varios shocks de ingresos de dólares que le permitieron saltar las presiones cambiarias, primero fueron los más de 23.000 millones de dólares del blanqueo. Agotados estos dólares privados vino el segundo shock, el adelanto cash de 12.000 millones del FMI. En el medio funcionó el carry trade, un mecanismo neutro que puede o no ser virtuoso de acuerdo al contexto, pero que básicamente consiste en que la tasa de interés interna sea lo suficientemente positiva en dólares como para incentivar el ingreso de capitales, es decir de dólares.
El carry y la deuda son herramientas útiles, pero transitorias. Sirven para aguantar la puesta en marcha de los instrumentos más genuinos, las inversiones productivas y las exportaciones. Dicho de otra manera, deuda y carry son mecanismos útiles para patear la pelota para adelante, pero “el adelante” siempre llega. Aquí está la dimensión “lúgubre” del presente. Bastó que el JP Morgan invite a la toma de las ganancias generadas por el carry para que el dólar comience a dispararse. Lo que viene en los próximos días y semanas es el tira y afloje con el FMI para que aporte los desembolsos restantes del acuerdo por más de 20.000 millones. Mientras tanto, y justo cuando la temporada alta de liquidaciones de exportaciones ya terminó, todo el andamiaje cuelga del hilo delgado de las expectativas. En este contexto en que el capital financiero global comienza a sospechar de la solvencia local, el caputiano “si está barato comprá campeón” puede convertirse en una inesperada profecía autocumplida. Los campeones pueden aparecer hasta debajo de las piedras.
El temor es que los siempre inasibles mercados se den vuelta. Por eso al Ministro no le gusta nada que le recuerden su experiencia de 2017. Todo indica que no extraña el sol de las playas brasileñas. Por entonces en los mercados globales nacía la incertidumbre sobre la capacidad de repago de la Argentina. El resultado fue que a partir de abril de 2018 el crédito externo se cortó. ¿Ahora es distinto?
Es un dato que, por pura afinidad ideológica, los mercados están encantados con Milei. En particular porque desde diciembre de 2023 hubo una fiesta de valorización financiera. Pero si es sólo por ideología los mercados acompañarán hasta la puerta del cementerio, nunca entrarán. Cuando ya no haya más ganancias que tomar saldrán de la Argentina más rápido que los 1600 millones del JP Morgan. Y lo mismo sucederá con los flujos de deuda. Será el momento inevitable de la devaluación. Una devaluación no es una tragedia. Es una probable exageración creer que ello acarreará la caída del gobierno, pero sí será seguramente el fin de la ilusión libertaria, el fin de la confianza en que había algo más que la monoestrategia de clavar el dólar y destruir los restos del Estado, incluida la amortización de la infraestructura y la salud y la educación públicas.
Los más oficialistas, en tanto, se ilusionan con que los recursos restantes que pueda aportar el FMI más lo que salgan de la galera del mago Caputo alcanzarán para llegar a octubre y consolidar electoralmente el proyecto político de LLA. Pero incluso si se logra cruzar el desierto de los próximos meses y que el mar Rojo se abra, nadie parece preguntarse por el día después. ¿Qué pasará a partir del lunes 27 de octubre? ¿Se seguirá tomando deuda? ¿Llegará la lluvia de inversiones? ¿Desaparecerá el gasto público? Mientras la tierra siga girando “pasar el invierno” no será suficiente.-