Los límites del populismo de derecha

La Argentina arrastra medio siglo de estancamiento económico debido a que, por izquierda y derecha, se fracasó en romper la ecuación que iguala crecimiento poblacional y producción, mientras persiste la ausencia de un modelo de desarrollo consensuado e inclusivo que permita superar sus límites estructurales.

10 de agosto, 2025 | 00.05

“Populismo” fue siempre el mote despectivo recibido por los gobiernos peronistas. No se hará aquí un análisis fino sobre la categoría, una tarea para politólogos, bastará con decir que, desde las derechas, el calificativo refiere a gobiernos que intentan vivir por encima de sus posibilidades. Retengamos esta perspectiva: “vivir por encima de las posibilidades”

Para completar el panorama y no mirar desde un solo lado, desde la izquierda del espectro se agrega que las derechas pujan por construir “un país para pocos”, lo que en otras palabras quiere decir que sobraría gente para un nivel dado de producción. A partir de aquí las cantidades que entran en juego son una ecuación, de un lado está la población y del otro lado la producción, esa producción por encima de la cual los populismos pretenderían vivir. 

En el último medio siglo la población argentina se duplicó. El país va rumbo a los 50 millones de habitantes. Con el PIB real, es decir medido en dólares constantes, pasó más o menos lo mismo. Aunque con muchas variaciones y altibajos por las crisis recurrentes y los períodos de auge y freno, el producto en términos reales también se duplicó durante el mismo período. Dada la ecuación población-producción, el estancamiento económico lleva entonces alrededor de medio siglo. Al margen de las variaciones de corto plazo, el resultado para el ciclo largo no es otro que el estancamiento secular.

Dado el estancamiento existe una pregunta repetida, pero ordenadora: “¿cuándo se jodió la Argentina?” Desde el progresismo la fecha fácil es 1976. Desde el “gorilismo”, por supuesto, es 1945. Para la derecha más rancia, un conjunto que se superpone con el gorilismo, el foco está en la segunda década del siglo XX, en el fin transicional del modelo agro exportador. Para Javier Milei, amado por muchos correligionarios de la UCR residual, todo empezó en 1916, con el primer presidente elegido bajo la ley Sáenz Peña.

Sin dudas la última dictadura fue un punto de inflexión, pero el “rodrigazo”, uno de sus disparadores económicos, ocurrió un año antes, en 1975. Siempre es liberador pensar que todo comenzó con la existencia de un malo, en este caso de un malísimo, la dictadura, lo que deja de lado la explicación de un proceso más complejo y profundo, que excede la realidad local, como fue el agotamiento de la industrialización sustitutiva a partir de la crisis del petróleo, la consolidación de las cadenas globales de valor y la globalización de la producción.

Luego, existe otra fecha clave menos citada: 1930, el primer quiebre institucional de la democracia nacida a partir de 1912 con la ley Sáenz Peña, y que desde su surgimiento constitucional había sido mediada por el “fraude patriótico”. La secuencia institucional desde la independencia fue algo así como guerras civiles, constitución, fraude patriótico, interregno democrático e intervenciones militares desde 1930 el 83. Lo que surge de esta secuencia es la dificultad histórica de las elites para consolidar un modelo de desarrollo económico estable con su consecuente correlato institucional. El problema, como el lector habrá comenzado a advertir, es que dicha dificultad se proyecta hasta el presente y sigue expresándose en la ecuación población-producción y en las reiteradas salidas populistas.

La primera conclusión preliminar es que en el último medio siglo el estancamiento secular no fue resuelto ni por los gobiernos nacional populares ni por los gobiernos neoliberales. Por caminos distintos las dos corrientes principales optaron por la vía populista, es decir intentaron vivir por encima de sus posibilidades. El populismo de izquierda, por llamarlo de alguna manera, lo intentó por la vía fiscal, el de derecha por la vía del endeudamiento, a través del efecto riqueza del dólar barato para todos y todas. Y aunque el populismo de derecha parece atravesar una etapa de auge, sus pies son de barro.

El ruido es que en su discurso La Libertad Avanza (LLA) había propuesto lo contrario, que Argentina deje de vivir por encima de sus posibilidades. Para lograrlo ajustó las cuentas internas, pero al mismo tiempo profundizó el desajuste de las externas. El resultado hasta el presente es que la redistribución del ingreso provocada por el dólar barato, aunque los beneficiarios no sean los mismos, es tan insostenible como aquella por la que se acusaba al populismo nacional y popular. El gran desafío del desarrollo es que no existe forma de mejorar la calidad de vida de la población en el largo plazo si no se aumenta la producción más que proporcionalmente. Vale destacar que desde 2011 la evolución de la economía local fue la inversa, creció más la población que la producción, lo que mirando hacia el futuro debería abrir también un debate sereno, sin maniqueísmos, sobre los límites de los gobiernos kirchneristas.

La segunda conclusión es que el desafío del desarrollo consiste, precisamente, en romper el equilibrio secular de la ecuación, lograr que la producción crezca más que la población. Pero en la actualidad existen algunos condicionamientos que no estaban presentes durante la mayor parte del siglo XX. El principal es que la globalización productiva, o dicho de manera más taxativa, la potencia de Asia en la producción industrial en todas las ramas, determina la imposibilidad de regresar a la vieja industrialización sustitutiva. La segunda es que en el mundo no existen modelos viables por fuera del capitalismo, es decir no existe ninguna experiencia de desarrollo económico que se haya sostenido por fuera de las reglas del capital. Las diferencias entre los modelos exitosos son institucionales, no económicas. Dicho sea de paso, y aunque suene doloroso, ninguno de los modelos exitosos empezó por un shock redistributivo en favor de los trabajadores, sino principalmente asegurando la tasa de ganancia. Ello ocurrió desde China a Corea del Sur y pasando por todo el sudeste asiático y la India. Las mejoras progresivas en la distribución del ingreso ocurren siempre a partir del desarrollo, nunca ex ante. No se trata de gustos, sino de historia. Un shock de consumo puede impulsar transitoriamente la demanda agregada, pero no transforma la estructura productiva, que es de lo que verdaderamente se trata.

Pensando exclusivamente en Argentina los desafíos son mayúsculos porque todas sus clases sociales están acostumbradas al populismo, sea de izquierda o de derecha. Todas creen que les deben algo o les sacaron algo. Y lo que es más complicado políticamente, todas creen que sin aumentar la producción pueden vivir como sus pares de los países desarrollados. Cuando ello no ocurre porque la riqueza generada no alcanza, las elecciones bienales cambian el rumbo una y otra vez. En segundo lugar, las elites siguen sin consensuar un modelo de desarrollo, es decir sin consensuar en qué sectores se especializará la economía para insertarse competitivamente en el mercado mundial y como se sostendrá políticamente el modelo consensuado. Parece claro que un modelo que no incluya a los 50 millones no es sostenible en el largo plazo. Si Argentina, por ejemplo, se especializa en agro, hidrocarburos y minería, es decir si desarrollara las franjas central y oeste de su territorio ¿Qué pasaría con el resto del país? ¿Qué pasaría con la periferia de las grandes urbes? ¿Alcanzaría con el sueño de desarrollar muchos INVAPs y muchas Bioceres? ¿Alcanzaría este modelo para toda la población? Bien mirada, la también vieja teoría del péndulo es incompleta. Cualquiera sea el lugar en el que el péndulo se encuentre, el problema de fondo sigue siendo el mismo, la imposibilidad demostrada hasta el presente de aumentar sostenidamente la producción por encima del crecimiento de la población y hacerlo, además, sin dejar una porción afuera.