Cuántos pueblos son dos botas: feminismo en la Argentina hoy

28 de marzo, 2025 | 18.25

Según bell hooks el feminismo (como idea política sintética) es la lucha contra el sexismo. Es decir, contra un sistema basado y ocupado en generar asimetrías entre un primer sexo y un segundo sexo. Su arma más eficaz tal vez sea la división sexual del trabajo, por la cual ciertas tareas (de cuidado y reproducción) son tildadas de “naturales”. Como si saber poner en funcionamiento el lavarropas o dónde anida el salero fueran atributos “naturales” del ser mujer. Todas las “tareas” (jamás trabajo) que desarrollamos en nuestros hogares relativas a la crianza y a la continuación de la vida en la Tierra, dentro de este sistema, pasan a ser invisibles, pues propias (de una parte) de la especie.

Pero el feminismo es también una toma de conciencia. Es un día despertar a la superestructura que rige nuestras derivas vitales, la tramoya que sostiene este sistema jerárquico, basado en la desigualdad. De género (sexismo), de clase, de raza (si bien este concepto es en sí mismo problemático, basta considerar que resultó utilísimo a los nazifascismos). Sin desigualdad, no hay capitalismo. Y el mundo está hoy embarcado en una construcción radical de la desigualdad total, en el que un puñado ínfimo de señores acumulan el capital de países enteros, de sus deudas con el FMI, de sus PBI anuales. ¿Cuál es, en este contexto, el rol del feminismo? ¿Debe seguir pasando pueblos, debe frenar? ¿Debe convidar sus anticuerpos antifascistas a quienes no comulgan con él? ¿Cómo?

Crédito: Laura Ojeda Bär. IG /allo_dynia

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Ya en 2016, Sayak Valencia escribía en Capitalismo gore (reeditado por Paidós en 2022): “El concepto de Estado-nación ha sido desestructurado y desbancado por el de mercado-nación […] En el capitalismo gore, la fuerza de trabajo se sustituye por medio de prácticas gore, entendidas como el ejercicio sistemático y repetido de la violencia más explícita para producir capital. […] Las reacciones del tercer mundo frente a las exigencias del orden económico actual conducen a la creación de un orden subyacente que hace de la violencia un arma de producción y la globaliza” (44, 65 y 67). Con un poder que ofrece como plan de gobierno la violencia en gran escala (basta pensar en la represión de las marchas de les jubilades), la bajada de línea hoy es el ejercicio de la microdesigualdad y la microviolencia, ese capital inalienable del ser capitalista. Para quienes tienen y para aquellos sectores que pueden cada vez menos, condenados a no estudiar, no acceder a una vivienda en condiciones, a una alimentación de calidad, a un trabajo digno, en fin, para quienes habitan vidas sin horizontes utópicos ni futuros posibles. Es una adherencia transversal y renovada a las reglas de un juego muy antiguo, un volver fascinante lo que hasta hace poco el feminismo criticó con convicción y pasión, dejando en evidencia su verdadera cara: el privilegio. ¿Será que lo que fue para unes liberación y empoderamiento, para otres fue límite, y se vivió con frustración y enojo?

Crédito: Laura Ojeda Bär. IG /allo_dynia

Como todo lo que está vivo, una vez lograda la histórica victoria del aborto legal en el hospital, seguro y gratuito para todas las cuerpas gestantes, el ímpetu feminista se fue apagando, #pasaroncosas. El dique construido por lo que fue una revolución que excedió las fronteras nacionales se fue agrietando y todo lo que contenía quedó liberado y a sus anchas: “Un motor de automóvil puede apagarse, puede estar en punto muerto, puede ir a 5000 rpm. Pero incluso apagado es un todo coordinado, los elementos puestos a punto y conectados entre sí, con un mantenimiento adecuado, listos para entrar en movimiento cuando el coche se enciende. El sistema de pensamiento racista [mileísta] que forma parte de la cultura de nuestra sociedad es como este motor, construido, puesto a punto y no siempre encendido ni empujado a la máxima velocidad. Su zumbido es casi imperceptible, como aquel de un buen motor en punto muerto. Puede arrancar en un momento bueno o en un momento de crisis. En cualquier caso, en modos y medidas diversos, consume información, materiales, vidas” (Paola Tabet en Cuerpos marcados, Madreselva, 2024: 121).

En un país en el que la cantidad de femicidios prácticamente iguala la cantidad de días que tiene un año, o sea, con un Estado incapaz de garantizar el bienestar físicopsíquico de al menos la mitad de su población, afirmar y reproducir la desigualdad basal que propone el sistema patriarcal capitalista está una vez más de moda. Jactarse de los propios odios e intolerancias es algo que hoy pasa por sexy. Parece improbable que quienes han encontrado un lugar de identificación con la Argentina orgullosamente piramidal que propugna este gobierno incitando a las pasiones negativas (odio, envidia, discriminación, etc.), se pasen a las filas feministas para honrar lo sincero de la invitación.

Crédito: Laura Ojeda Bär. IG /allo_dynia

“Para las activistas feministas siempre es el año cero […]. Lo que está en juego en el feminismo es la libertad humana […]. Inagotable y siempre a punto de volver a la vida en autocombustión, el feminismo, llamado por otro nombre cualquiera, perdura” (24-25) afirma Rosi Braidotti en su Feminismo poshumanista (Gedisa, 2022). Teniendo esto en mente, hoy la tarea del feminismo podría ser, antes que cualquier otra cosa, abandonar la autocrítica –después de todo no es ni fue un partido político, no tiene representantes ni delegades ni autoridades– y dedicar toda su potencia transversal a atacar, discutir e impugnar la riqueza, pugnar de todas las maneras posibles y en todos los ámbitos por su redistribución, en la senda del lema hermoso de les autonomistas italianes: “Lavorare tutti, lavorare meno, produrre il necessario, redistribuire tutto”. Luchar por un mundo menos desigual. Uno en el que la idea de la igualdad entre diferentes se contagie sin necesidad de convencimientos, espontánea. El feminismo podría así salir de su asombro, azuzar las fuegas que sembró entre 2015 y 2018, volver a las prácticas asamblearias, chequear sus canales, las sororidades que quedaron establecidas, constatar que están vigentes para el tráfico de información y de acción, y volcarse a la discusión pública en un alud de diversidades imposibles de reducir a un binarismo muy en boga en el que “los de azul son los buenos” es un lema posible, tanto como “las mujeres votaron bien” o “los varones votaron mal”.

La lucha del feminismo hoy, como siempre, es contra la desigualdad. Contra la acumulación desmedida. De poder, de capital, de posibilidades. Por una vida autónoma, digna, dentro del horizonte de la perspectiva de la subsistencia (Mies). Porque, como dice Rosi Braidotti, “Nosotras no somos ni una ni la misma pero estamos juntas en esto” (18). “La única posibilidad de escapar a las garras de los ingenieros del caos –sostiene Giuliano da Empoli en su libro homónimo, publicado en Argentina por Oberon– consiste en afirmar una visión motivadora del futuro y sustituir el miedo por el deseo, lo negativo por lo positivo” (184). El feminismo, llamado por otro nombre cualquiera, perdura.