El autor del famoso teorema, Raúl Baglini, decía que el peronismo tenía un núcleo duro de votantes, capaz de resistir hasta el ácido nítrico. “Uno le puede echar cualquier cosa y lo mismo resiste”, me dijo Baglini, en agosto de 2018, cuando el gobierno de Mauricio Macri ya estaba en su largo y traumático final. El radical de Mendoza que fue un hombre clave en el Congreso antes de reinventarse como consultor en el sector privado no hablaba de cualquier peronismo: se refería específicamente a los sectores alineados entonces con Cristina Fernández de Kirchner. Pasó mucho tiempo, algunas cosas se mantienen pero otras se perdieron. Hoy el núcleo que resiste hasta el ácido nítrico es el antiperonismo, la fuerza maciza que mostró una reacción fenomenal después del 7S y hoy tiene como líder a Javier Milei. Algo similar ya había pasado en 2019 con la remontada final de un Macri derrotado y en el balotaje de 2023 que le dio a Milei casi el 56% de los votos.
Tal vez como nunca, esa base antiperonista hoy es mayoría en la Argentina y acaba de vencer, otra vez y en todo el país, a variantes del peronismo de lo más disímiles. Sin embargo, el antiperonismo no es lo único que explica a las casi 9 millones y medio de personas que fueron a votar a Milei después de casi dos años de mandato. Una parte de la sociedad valora la precaria estabilidad libertaria, sobre todo, porque la contrasta con el final de inflación descontrolada que cerró el gobierno del Frente de Todos. A la hora de votar entre dos opciones mayoritarias, pocos reparan en que esa estabilidad se logra con salvatajes externos producto de un gobierno que rifa los dólares que tiene y solo busca ganar una elección a cualquier precio. Tampoco en que son muchos los perdedores con la paz de los cementerios.
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Entre las paradojas de esta elección, hay una característica que parece haber beneficiado a Milei. El estado de fragilidad alarmante en el que llegó el oficialismo, convirtió al 26 de octubre en mucho más que un comicio legislativo. Milei se jugaba su supervivencia de cortísimo plazo y así lo entendió el electorado que salió en masa a renovarle el crédito social que había perdido. Sea por el salvataje extorsivo que lanzó Donald Trump cuando advirtió que el apoyo era solo para Milei, sea porque temían un escenario endemoniado a partir del lunes, sea porque querían sostener al presidente en el poder, los votantes de la Libertad Avanza le devolvieron aire a un gobierno que pasó los últimos tres meses con un horizonte ínfimo, en un día a día sin respiro.
Sorprendente, abrumador y contundente, el triunfo de Milei es un renacimiento para la extrema derecha gubernamental y permite que el presidente vuelva a soñar con perpetuarse en el poder en modo emperador. Con un modelo tan excluyente como inviable de dólar barato que castiga a los exportadores, favorece la importación, golpea a la industria y destruye empleo, Milei todavía puede empecinarse en chocar y terminar mal. Pero no está solo: Trump y el FMI, que lo sostuvieron hasta el domingo pasado, le exigen un cambio político y económico para que la gobernabilidad esté asegurada.
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El nuevo estado de situación, que incluye la euforia en los mercados, la baja del riesgo país y el eventual regreso del crédito, obliga a todo el peronismo a revisar su comportamiento político. Hablar de estrategia sería mucho porque hasta ahora no la hubo y si la hubo acaba de fracasar.
El peronismo derrotado no solo fue el de Fuerza Patria sino el de todos los candidatos de origen peronista que perdieron en todo el país, en algunos casos sin mover el amperímetro. Sobre la mesa están otra vez todas las lecciones que no se quisieron sacar de la campaña 2023, cuando un outsider sin partido arrasó en un camino vertiginoso hacia el poder a los profesionales de la política que presumían de su superioridad. Con sus diferencias y vertientes, la comandancia del peronismo institucional no quiso admitir que algo estaba muy mal para que Milei le ganara a Sergio Massa 56 a 44. Y siguió como si nada.
Enfrascado en una interna de difícil comprensión para las mayorías, el viejo kirchnerismo solo ofreció desde 2024 una constatación para el electorado fluctuante: reeditó una forma de discusión intestina sin explicarle a los sectores no convencidos por qué habría que reincidir con el voto a una fuerza que terminó con la inflación camino al 200% y sin un balance compartido sobre lo que había fallado. Frenar a Milei si, es cierto, pero para ir ¿hacia dónde?
En paralelo, mientras algunos dirigentes sostenían que no hacía falta una autocrítica pública, la mayoría se concentraba en criticar los efectos destructivos del plan Milei sin solución de continuidad. El supuesto no explicitado era que el ex panelista se iba a caer por su propio peso y que todo iba a terminar, otra vez, mal y pronto. Como con Macri y sin reparar en que en el medio existió algo que, durante 4 años, se llamó Frente de Todos.
En ese esquema, el peronismo solo debía esperar a que el tiempo y la sociedad argentina le dieran una nueva oportunidad. Era el camino más corto y el más fácil. El 26 de octubre indica que ese plan se aleja cada vez más de la realidad y tiene grandes chances de fracasar de manera irremediable. Para gran parte de los argentinos, el FDT, que reunía al 90% de la dirigencia peronista, no es una experiencia tan sencilla de olvidar ni de digerir. De hecho, nunca en 80 años de historia, el peronismo se tuvo que ir tan rápido del poder por decisión popular.
El estallido de 2001, hace un cuarto de siglo, le había permitido al PJ bonaerense de Eduardo Duhalde ser el relevo del PJ liberal de Carlos Menem y abrir paso a un periodo largo de recuperación que se llamó kirchnerismo. Pero Duhalde, que se animó a cuestionar la Convertibilidad, no ganó sino que perdió las elecciones de 1999. Una mayoría votó a la Alianza UCR-Frepaso aferrada a la ficción contable del 1 a 1 que había creado Domingo Cavallo, pese a que liquidaba a la industria y sembraba la Argentina de desocupados. El ex gobernador bonaerense llegó a presidente porque la sociedad salió a la calle contra De la Rúa y el FMI decidió soltarle la mano a un radical que no tenía tampoco el apoyo de Raúl Alfonsín. Duhalde tuvo además la suerte de que Jorge Remes Lenicov no desistió de pensar una salida después de la derrota de 1999 y siguió trabajando con un pequeño grupo de colaboradores, como lo cuenta en su libro “115 días para desactivar la bomba”.
Hoy la historia es otra, muy distinta. Milei tiene el apoyo de sectores de la juventud que no contemplan la posibilidad de votar a Fuera Patria y el peronismo está frente al dilema de envejecer sin remedio, desde las ideas y desde los votantes. La supervivencia de Milei confirma que, por segunda vez consecutiva en apenas 7 años, Trump y el FMI deciden sostener como sea el experimento de la derecha argentina en el poder. El presidente de Estados Unidos ve una oportunidad en la pleitesía que le rinde un aliado tan barato como esencial en medio de su disputa geopolítica con China por los recursos naturales y el acceso al Atlántico Sur. El FMI tiene razones propias: no quiere quedar asociado otra vez a un final abrupto y traumático en el fin del mundo.
Que Milei haya ganado la elección en 15 provincias, incluidos 99 de los 135 municipios de la provincia de Buenos Aires, sugiere que la derrota excede la pelea ambacéntrica y los nombres propios del peronismo. Como en 2017, perdió el peronismo bonaerense, pero también perdió el peronismo cordobés que se ofrecía como recambio palaciego y promercado. En provincia de Buenos Aires, Jorge Taiana no pudo sostener la diferencia de 14 puntos que había conseguido Fuerza Patria en la elección que encabezó Axel Kicillof, pero el resto de los candidatos que se proclaman peronistas también perdieron sin cruzar el umbral de la intrascendencia. Florencio Randazzo se quedó afuera de la Cámara de Diputados con 212 mil votos, Santiago Cuneo sacó 116 mil, Alberto Samid 104 mil y Fernando Gray 78 mil y así.
Frente a Milei, el peronismo institucional tuvo hasta hoy un comportamiento ambiguo. No alentó las movilizaciones ni el desborde social, ni siquiera tras la detención de Cristina, bajo el supuesto de que Milei tenía que terminar su mandato, pero al mismo tiempo actuó como si el poder fuera a caer en sus manos en forma irremediable. Por la fuerza de la gravedad o como un regalo del cielo. La paliza del 7 de septiembre hizo creer que no era necesario salir de esa ambigüedad y alcanzaba con culpar a los otros: en primer lugar y en público a Milei; en segundo y por lo bajo, a las otras corrientes del peronismo. Mientras gran parte de las segundas líneas y la militancia eligen ese camino sin asumir la propia impotencia, queda pendiente la tarea de ofrecerle a la sociedad argentina un horizonte alternativo. Alternativo a LLA y alternativo al pasado reciente del peronismo en el gobierno.
La confirmación de Milei como líder con apoyo popular para un reconfiguración de las relaciones sociales, una verdadera venganza de clase, confirma que el camino más corto -que los otros vuelvan a demostrar que son peores- está agotado. Todo indica que, si quiere volver al poder, el peronismo tiene que arremangarse para pensar una salida que, de mínima, vaya más allá del consenso exportador y logre reconciliar en una propuesta a los conurbanos con la zona núcleo y con toda la Argentina. Salir de la inconducente zona de confort, dejar de esperar el regalo del cielo y tomar, ahora sí, el camino más largo.
