El cuerpo de María Eva Duarte de Perón, la mujer que encarnó la esperanza de millones de trabajadores y desposeídos, se convirtió en un trofeo de guerra. Desde su muerte, el 26 de julio de 1952, su cuerpo embalsamado fue el blanco del odio visceral del antiperonismo y la dictadura militar que derrocó a Perón en el golpe de Estado de 1955.
Lo que vino después roza lo inenarrable: el secuestro del cadáver, su profanación, la deriva macabra de oficiales ebrios de poder y delirio, y la silenciosa complicidad de sectores civiles y religiosos. Un episodio tan brutal como decisivo, narrado por Rodolfo Walsh en su magistral cuento Esa mujer y revisitado por Tomás Eloy Martínez en la novela Santa Evita, hoy llevada a la pantalla por Star+.
Cuándo robaron el cuerpo de Eva Perón
El 22 de noviembre de 1955, apenas dos meses después del golpe de Estado, hombres de la dictadura comandada por Pedro Eugenio Aramburu irrumpieron en la CGT para llevarse el cuerpo embalsamado de Evita. La orden la ejecutó el coronel Carlos Eugenio Moori Koenig, jefe del temible Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE). Así fue el inicio de un peregrinaje fúnebre: para confirmar su identidad, le mutilaron un dedo y el lóbulo de una oreja.
Mientras Perón resistía en el exilio, la dictadura demolía símbolos y perseguía militantes, pero nada se comparó al ultraje de secuestrar el cuerpo. La paranoia era tal que los restos se escondían de casa en casa. Uno de los custodios, el mayor Eduardo Arandía, dormía armado. En un brote de terror, asesinó a su esposa embarazada al confundirla con el “fantasma” de Evita.
Moori Koenig: de coronel a profanador obsesionado
El destino del cuerpo fue cada vez más perverso. El propio Moori Koenig lo guardaba en un cajón de su despacho del SIE. De acuerdo a los testimonios del coronel Héctor Cabanillas, su sucesor Koenig mostraba el féretro como trofeo y cometía actos necrofílicos. El documental Evita, la tumba sin paz (Tristán Bauer) y las crónicas de Rodolfo Walsh revelaron que la obsesión del militar degeneró en alcoholismo y locura. “Esa mujer era de él”, decía.
No es ficción: la serie Santa Evita y el libro El caso Eva Perón, de Pedro Ara —el médico español que embalsamó el cuerpo— confirman detalles del horror. Ara, testigo directo, dejó escrito: “Los mitos no se destruyen quemando papeles”.
De Argentina a Italia: la huida del cadáver
Para cerrar la grieta de odio, Aramburu y Cabanillas decidieron sacar el cuerpo del país. En 1957, Evita fue enviada de manera clandestina a Italia en la bodega de un barco mercante, con la venia del Vaticano y bajo una identidad falsa: María Maggi de Magistris. Una monja ponía flores en su tumba para sostener la mentira. Pero la calma no llegó. En 1970, los Montoneros secuestraron y ejecutaron a Aramburu para exigir la devolución del cuerpo.
Recién en 1971, bajo el mando de Agustín Lanusse, los militares negociaron con Perón el regreso de Evita: primero a Madrid, a la casa de Puerta de Hierro. Restaurado por el médico Ara, el cuerpo evidenció 35 daños.
Con el retorno de Perón en 1973, la promesa de reposar junto a él se postergó por la muerte del líder en 1974. Isabel Martínez dispuso su regreso: Evita volvió a la Argentina para descansar en Olivos. En 1976, la dictadura de Jorge Rafael Videla los separó de nuevo: los restos de Eva descansan hoy en la bóveda de la familia Duarte, en Recoleta; mientras que los de Perón en la Quinta de San Vicente.