La falta de actividad en la superficie no significa que esté pasando nada debajo. Pasaron más de 72 horas de la paliza electoral que sufrió el oficialismo y, más allá de un aumento de sueldo a Lisandro Catalán, el número dos de Guillermo Francos, el gobierno no tomó medidas que muestren una reacción. Pero es un error confundir eso con inmovilidad. Son dos fenómenos muy distintos.
En este caso la procesión existe y va por dentro. Hay un consenso casi unánime en el equipo de gobierno sobre la necesidad de implementar cambios, pero la decisión se encuentra siempre con la misma barrera: Karina Milei, el jefe, la responsable final de todas y cada una de las decisiones políticas, que se encarga personalmente de frenar cada iniciativa que signifique repartir al menos parcialmente ese poder.
Los Milei tienen una concepción premoderna del poder: lo ven como algo estático, que les fue dado por designio antes que por la voluntad del pueblo, y por tanto les corresponde de manera absoluta. No se les ocurre siquiera compartirlo, pero tampoco pueden ver cómo se les está escapando entre los dedos: su marco teórico hace las veces de anteojeras.
El curso actual es de colisión directa. Tiene por delante demasiados obstáculos, cada uno de ellos potencialmente desestabilizadores. La relación con el Congreso y los gobernadores está rota por decisiones propias. La economía cruje por arriba y por abajo: cada día puede ser el día D. Los escándalos de corrupción tienen muchísima tela para cortar. Y en el horizonte asoma la elección de octubre.
Karina sigue al mando. Sus armadores Lule Menem y Sebastián Pareja, aunque fueron cosméticamente eximidos de tener que posar para la foto en la Casa Rosada, siguen trabajando en la campaña como antes del domingo. Lo único que cambió es que muchos alfiles poderosos del mileiismo, acérrimos defensores del presidente, están empezando a preguntarse si no cometieron un gravísimo error.
Algunos imaginan que pueden intervenir esa estructura de poder a tiempo; participan de esas conjuras, a esta altura, casi todos los que no responden a la hermana y están a bordo del vehículo en rumbo de colisión. Santiago Caputo y Christian Ritondo, que se vieron ayer, alimentan esos planes, pero andan más cerca de la excomunión que del podio. Son ratones que creen que están cazando al gato.
Pero todos: los ratones, los gatos y los perros, son parte del mismo experimento político que se está deshaciendo en tiempo real. La Libertad Avanza dejó demasiado rápido de ser el agente disruptivo que venía a cambiar la política argentina para siempre y se convirtió en un nuevo avatar del antiperonismo que fracasó cada vez que tuvo en sus manos el poder.
El voto que acompañó a los candidatos de Karina en la provincia de Buenos Aires fue el tercio gorila de siempre movilizado por la consigna “Kirchnerismo Nunca Más”. Los que se quedaron en casa, casi dos millones, en su gran mayoría, fueron esos electores precarizados, mayormente jóvenes y varones, que habían constituído la base que le permitió a los Milei llegar a la Casa Rosada.
Durante dos años pensamos que ese electorado era el “núcleo duro” de Milei pero se trata de una caracterización errada. Un núcleo duro implica adhesión férrea y cierto grado de homogeneidad ideológica. El domingo pasado quedó claro que no hay adhesión férrea. Son personas que eligieron una vez a un candidato y dos años más tarde, en la primera reválida, decidieron darle la espalda.
No tenemos por qué suponer que haya, tampoco, homogeneidad ideológica. La tesis de una derrota definitiva en la batalla cultural, a la que cedieron con facilidad haragana algunos de los mejores cuadros opositores, no se sostiene. No hay una mayoría violenta ni autoritaria; sí una generación a la que la democracia le ha ofrecido poco. Es tarea de la oposición democrática volver a incorporarlos a una conversación productiva.
Para el gobierno, cada día que pasa todo se vuelve más costoso y potencialmente final. Si el presidente no se da cuenta de que todos los favores que obtuvo hasta ahora se debían a su popularidad y no a su talento, y que esa popularidad se deshizo en tiempo récord a causa de la dirección de su gobierno, su destino inequívoco es el de una tragedia que arrastrará consigo a millones. Y el deber de la política es impedirlo.