La vida en Bahía Blanca, después de la inundación: destrozos, temor a que vuelva la lluvia y reconstrucción

La imagen de casas y calles destruidas, pérdidas totales de mobiliarios y electrodomésticos, pilas de basura y muebles en las veredas se repiten en cada punto de la ciudad, que vuelve a reconstruirse tras la inundación.

17 de marzo, 2025 | 19.19

A más de una semana de la catástrofe en Bahía Blanca, la ciudad empieza a salir adelante de la mano de los vecinos y la ayuda que llega de todos puntos del país, aunque siguen los reclamos por la falta de asistencia y las demoras para poder conseguir productos básicos. Mientras tanto, todos miran el pronóstico y temen por nuevas lluvias.

La lluvia y la inundación que afectó a Bahía Blanca, Gral. Cerri e Ingeniero White dejó en estado de catástrofe a miles de vecinos que fueron afectados por el agua y barro que buscan sacar de sus casas, Mientras, empiezan los trabajos de reconstrucción y la búsqueda de volver a la normalidad en una región en donde los vecinos quedaron marcados para siempre. La imagen de casas y calles destruidas, pérdidas totales de mobiliarios y electrodomésticos, pilas de basura y muebles en todas las calles y el temor a las futuras respuestas por reclamos se repiten en cada punto de estas ciudades. Miles de vecinos pasan de la sorpresa a la indignación y de ahí al trabajo silencioso y constante para tratar de reorganizar sus vidas y recomponer lo poco que les quedó.

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Lentamente, las imágenes de la destrucción van quedando atrás y dan paso a imágenes de trabajo y reconstrucción. Los vecinos reclaman que se intensifiquen los trabajos para recolección de residuos y distribución de alimentos y colchones. Son imágenes difíciles de describir pero que tienen una mezcla de resignación y temor. En la mayoría de los barrios hay vecinos que no duermen, que tienen miedo a ser víctimas de robos en sus casas que quedaron con graves daños por el agua y que necesitan resguardar lo poco que pudieron salvar o recuperar. Los trabajos para reconstruir la ciudad se empiezan a ver lentamente aunque es tanta la destrucción que pareciera no avanzar nunca, y detrás de cada persona, de cada familia, hay una historia distinta y una pregunta que se repite, ¿puede volver a pasar?

Habían pasado pocas horas de la inundación cuando conocí a Ciro. Tiene casi 70 años y perdió la cuenta desde hace cuántos años es cartonero. En el barrio Spurr, donde viven muchas familias, fueron víctimas de la destrucción que dejó el paso del agua y él no lo dudó, puso manos a la obra y ya el sábado por la noche montó en el frente de su casa una olla popular donde una veintena de familias se llevaron viandas para resistir esas horas. Ciro sabía que no iba a volver a trabajar rápidamente porque no había posibilidad de salir a juntar cartones, que todo estaba mojado, y lo poco que tenía lo puso a disposición de los vecinos. Fue una de las primeras voces en reclamar ayuda y ponerse a disposición para cocinar donde hiciera falta para ayudar a las familias.

En el barrio Universitario, Guillermo y su esposa perdieron todo. El agua llegó hasta el techo cuando desbordó el canal maldonado y de pronto, mientras flotaba junto a sus perros, dos hombres llegaron para ayudarlos y los salvaron a ellos, a los vecinos y a las mascotas. Se refugiaron en el primer piso de un edificio vecino desde donde sólo pudieron contemplar el desastre. “Si no podía salvar a mis perros yo me moría con ellos. Perdí todo, toda mi casa, todos mis recuerdos, y la casa de mis viejos que está casa por medio de la mía”, contó angustiado mientras miraba los pocos muebles que pudo salvar y calculaba cuánto tiempo y dinero podía costar la recuperación. “Es imposible salir rápido de esto pero hay mucha gente que está peor y a ellos hay que ayudarlos antes”, reconoció. A pocas cuadras de la casa de Guillermo, en uno de los accesos al Parque de Mayo, tres escuelas quedaron prácticamente destruidas. Pocas horas después del temporal, grupos de padres y alumnos encabezados por directoras y maestras empezaban la limpieza y la reconstrucción. Susana Gómez, directora de la escuela especial Nº 509, reconoció que la situación en la escuela que dirige es muy difícil. “Está todo muy complicado, es una escuela que trabaja con chicos discapacitados y con problemas de movilidad, todo lo que usamos quedó destruido, desde los juguetes y las colchonetas hasta las dos camionetas de traslado que usábamos para los chicos” y afirmó “sabemos que tenemos que ponernos de pie rápido porque los chicos también perdieron muchas cosas en sus casas y nos necesitan más que nunca”.

En Ingeniero White, cerca de Bahía Blanca, la inundación y la crecida de la ría destrozó todo a su paso. El refugio para muchas familias fue la escuela técnica, en el ingreso de la ciudad pero con el correr de las horas ese lugar también se inundó y todos los evacuados terminaron resguardándose en el primer piso. Allí se alimentaron con los productos de las cajas que se entregan a las familias en la secundaria y muchos durmieron en el suelo. De a poco llegó la ayuda con botes de las fuerzas policiales y con una pala mecánica que les llevó alimentos y agua. Mientras tanto, calles adentro de la ciudad, varias familias se quedaron más de un día en el techo de la casa, viviendo en improvisadas carpas, resguardando lo poco que pudieron salvar y con temor de que les roben todo. En esa ciudad robaron productos en dos supermercados y la Policía Bonaerense llegó a detener a 16 personas que llegaron con la excusa de ayudar a familiares y trataron de robar locales comerciales. Pasaron más de dos días donde la imagen de la ciudad se resumía a lagunas donde asomaban techos de autos y pocas casas, ya que todo, incluidas las grandes empresas de la zona, quedó bajo agua.

General Cerri, a pocos kilómetros, mostraba una imagen similar. El agua había arrastrado con todo y la imagen que se repetía era la de casas de familia con puertas y ventanas abiertas, sacando a las veredas pilas de muebles destruidos que se mezclaban con el barro que quitaban de las viviendas. Las calles asfaltadas volvieron a ser de barro durante días. En medio de esa imagen, en la comisaría local, las pilas de papeles y basura se amontonaban contra un patrullero inundado. Los autos de los vecinos, sobre las veredas y con capots y puertas abiertas, eran una postal recurrente. “Hace poco me lo entregaron, lo había hecho arreglar todo pero ahora ya está, no lo recupero más”, decía Alberto mientras señalaba un VW Gol rojo en la puerta de su casa al que el agua le había llegado casi hasta el techo. Al lado, su sobrina había llegado desde Bahía Blanca y bajaba cosas de un carro. “Fue lo poco que pude conseguir”, me contó Dahiana y con los ojos llenos de lágrimas confesó “mi casa se me inundó allá pero cuando vi que a ellos les llevó todo vine con lo poco que me quedó para ayudarlos, lo de ellos fue más grave”.

Así, de a poco y desde las primeras horas, la ayuda de vecino a vecino empezó a levantar las ciudades que quedaron destruidas. Mientras tanto, desde todo el país empezaron a llegar donaciones y colectas, aunque existe mucha preocupación en cómo y a quién se reparte. La reconstrucción es lenta, difícil y necesita de mucha ayuda. No hay tiempo para burocracia innecesaria y falsas denuncias que sólo suman desconfianza en una ciudad que de a poco busca salir adelante.