Todo indica que el calor más que una simple molestia se está convirtiendo en un verdugo silencioso. De acuerdo con el informe regional de The Lancet Countdown, en el que participaron 51 investigadores de 17 países y 25 instituciones organizados en cinco grupos de trabajo, tras haber experimentado en 2024 el año más cálido desde que se toman registros, el aumento de las temperaturas más que duplicó la mortalidad relacionada con esta causa y registró un ascenso del 103%. Se estima que hoy pueden adjudicarse a este factor anualmente unas 13.000 vidas. Y no solo eso. La tragedia humana se traduce en una sangría económica: la pérdida de 855 millones de dólares anuales entre 2015 y 2024, un aumento del 229% respecto del periodo 2000-2009, afirma el reporte.
Aunque el aumento de mortalidad debida al calor fue sostenido entre 1990 y 2021, se hizo especialmente notable a partir de 2008. En América latina las pérdidas laborales relacionadas con el calor alcanzaron los 52.000 millones de dólares (0,81% del PBI de la región) en 2024, lo que supone un aumento del 12,6% con respecto a 2023, principalmente en la agricultura y la construcción.
“Este reporte tiene varios mensajes claves, pero el primero de ellos es que enfrentar el cambio climático es esencial para proteger la salud humana –explicó Stella Hartinger, codirectora del Centro de Excelencia en Cambio Climático y Salud de Perú, y autora principal del trabajo, durante su presentación a la prensa–. Esta seguirá deteriorándose en un futuro debido a los efectos acumulativos del cambio climático. Lo que vemos es que los impactos empeoran y no pareciera que habrá un cambio a menos que tomemos acciones contundentes”.
El análisis intenta comprender las consecuencias crecientes del cambio climático en la salud a partir de 41 indicadores y analiza datos de la Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. “Entre ellos, incluimos incendios forestales y sequías, beneficios y daños del aire acondicionado, aspectos educativos, información sobre el clima y salud, letalidad y pérdidas económicas debidas a eventos extremos, y financiamiento para la ciencia sobre salud y clima, que es un indicador nuevo y creado por investigadores nuestros del reporte”, destacó Hartinger.
Todos ellos parecen seguir una tendencia ascendente, igual que la temperatura: en la década de 2001 a 2010, los latinoamericanos estuvimos expuestos a un promedio de 23,3° C anuales. Sin embargo, esa medición aumentó a 23,8º C en la década de 2015 a 2024, y en 2024 llegamos a 24,3 grados de temperatura promedio, un grado más que la línea de base. Aunque el incremento no es igual en todos los países (por ejemplo, para Bolivia el aumento es de dos grados centígrados, para Venezuela, de 1,7° C, para Paraguay, de 1,5° C) esto indica que cada vez más personas van a estar expuestas a altas a los efectos nocivos de las olas de calor. En ese escenario, el grupo más vulnerable son los menores de un año y los adultos mayores.
“A veces escuchamos sobre las muertes de personas de edad durante las olas de calor en Europa –explica el epidemiólogo Andrés Lescano, especializado en enfermedades emergentes y coautor del trabajo–. Muchos de ellos viven solos, no hay nadie que los atienda y fallecen en sus hogares porque carecen de aire acondicionado o de las condiciones necesarias. En Latinoamérica es un poquito diferente, porque prevalecen las unidades familiares expandidas, vivimos con las personas mayores. Pero tenemos el hábito de arropar a los niños y protegerlos del frío, nos preocupamos por el frío aún en medio del verano. Entonces, a veces ocurre que están demasiado cargados de ropa, y cuando hace mucho calor no logran regular la temperatura y no baja con los medicamentos habituales, como el paracetamol u otras medicinas. En situaciones extremas, esto puede llevar a la muerte. Existen casos documentados de fallecimientos de niños por shock térmico, pero además hay otros efectos fisiológicos que les impiden mantener su actividad regular que implican una carga para las familias y al sistema de salud. Y esto no solo ocurre en temperaturas extremas, puede suceder también en temperaturas moderadas. En Lima, por ejemplo, donde la temperatura promedio es de unos 25° C, no estamos preparados para vivir picos por encima de los 30”.
Este reporte confirma “una tendencia preocupante gatillada por el cambio climático: el aumento de las temperaturas ambientales está poniendo en riesgo la salud y el bienestar de las personas. Como profesionales de la salud, debemos enfrentar una encrucijada, ya que por una parte les recomendamos a las personas realizar ejercicio físico y mantenerse activas, pero resulta que las condiciones climáticas están siendo cada vez más extremas y esto las limita y nos pone en riesgo”, dijo Yasna Palmeiro-Silva, investigadora del University College London y también coautora del informe.
En cuanto a la proliferación de vectores de enfermedades infecciosas, que también se ve facilitada en este contexto, el informe pone la lupa en la transmisión del dengue, endémico en la región, y encuentra un incremento del 66% comparado con el período que va de 1951 a 1960.
“La adaptación [las medidas que se toman para ajustarse a los impactos actuales y futuros del cambio climático] dejó de ser algo opcional: hoy es un requisito esencial, no negociable –subrayó Hartinger–. Se debe priorizar una estrategia multinivel que reduzca los riesgos, acelere la resiliencia y aborde las desigualdades socioeconómicas existentes. En la región ha habido un progreso importante, pero sigue siendo lento y desigual si se tiene en cuenta la urgencia que plantea este escenario. Otro aspecto clave que vemos es que deberían generarse cambios en la formación en salud. En el 2024, sólo el 17% de los estudiantes en instituciones de salud pública y 63% de los de instituciones médicas respondieron en una encuesta voluntaria haber recibido algún tipo de capacitación en este tema. Y solamente tuvimos respuesta del 3% de las facultades de medicina de la región”.
Con respecto a la producción científica, solo la Argentina declaró tener un servicio meteorológico integrado para la prevención de enfermedades relacionadas con el calor y que emite alertas por temperaturas extremas. La región produce un magro 5,5% de los trabajos de investigación relacionados con cambio climático. “Temas como salud mental, seguridad alimentaria, impactos del calor, pobreza, poblaciones vulnerables, comunidades indígenas permanecen muy poco explorados”, subrayó Hartinger. El reporte completo se puede leer en https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(25)01919-1/abstract.
Otras conclusiones relevantes del estudio en América Latina
- Entre 2020 y 2024, los latinoamericanos experimentamos un aumento promedio en los días que estuvimos expuestos a un peligro de incendios muy alto o extremadamente alto (+26,4 %) en comparación con el período 2003-2007.
- En 2024, 109 ciudades con más de 500.000 habitantes fueron clasificadas como urbes con niveles de verdor bajos, muy bajos o excepcionalmente bajos.
- Entre 2000-2009 y 2015-2014, los países latinoamericanos con sistemas de alerta temprana en materia de salud experimentaron una disminución del 92,5% en la tasa de mortalidad asociada a inundaciones y tormentas, mientras que los países sin estos sistemas solo experimentaron una disminución del 43,4%.
- Se estima que entre 2018 y 2022 se produjeron más de 360.000 muertes prematuras debido a partículas finas (PM2,5) relacionadas con los combustibles fósiles (carbón y gas).
- Entre 2001-2010 y 2014-2023, la pérdida de cobertura arbórea debido a la agricultura itinerante, los incendios forestales y la deforestación impulsada por los productos básicos ha aumentado en un 31%, un 29% y un 12%, respectivamente.
- La contaminación atmosférica costó a los países latinoamericanos 160.000 millones de dólares (el 2,8 % del PBI regional) en 2022, lo que equivale a los ingresos anuales de 15,8 millones de personas.
- Las mejoras en los servicios básicos de agua y saneamiento impulsaron una reducción cercana al 60% en el Índice de Riesgo de Mosquitos desde 2000.
