El mapa oculto del antifeminismo online y el caso del doble femicida: cuando la violencia simbólica pasa del tuit a la acción

En la manósfera —la red global de varones que se sienten víctimas del feminismo— el resentimiento se volvió ideología y el odio, comunidad. Desde esos espacios digitales se impulsa hoy una cruzada política contra los derechos de las mujeres, de la que Pablo Laurta, doble femicida, era parte.

14 de octubre, 2025 | 14.54

“Mi labor consiste en generar conciencia sobre las vulneraciones a los derechos humanos de la población masculina”, afirmaba un joven Pablo Laurta en 2018, en el marco de una presentación de “El libro negro de la nueva izquierda”, de Nicolás Márquez y Agustín Laje, en Uruguay, país de donde es oriundo. La frase se corresponde con la narrativa misógina y los discursos de odio contra las mujeres que solía reproducir en sus redes sociales. También lo hacía a través de la web de la organización “Varones Unidos” que encabezaba, bajo el disfraz de la defensa de los “derechos de los hombres” frente al avance del feminismo. Ese mismo hombre, el último fin de semana asesinó en Córdoba a su expareja, Luna Giardina (24), y a su ex suegra, Mariel Zamudio (50), y luego secuestró a su hijo, Pedro, de 5 años. Fue detenido el domingo en Gualeguaychú cuando intentaba huir del país y enfrenta cargos por doble crimen seguido por la sustracción del menor.

Laurta hoy es un femicida, pero antes que eso fue un ferviente militante anti feminista en espacios de debate online y redes sociales, a través de los cuales producía sentido sobre masculinidad y reproducía contenido misógino y violento contra las mujeres y feminismos. Por su actividad sistemática e intensa, en los últimos años logró posicionarse como referente del entramado global conocido como la “manósfera”: una red internacional de foros, canales y comunidades de varones en línea, sobre todo jóvenes, donde se organiza la reacción antifeminista contemporánea y parte de la lucha de la derecha contra la agenda woke. Allí conviven influencers misóginos, cuentas anónimas, activistas libertarios, y comunidades Incels, que parten de una hipótesis compartida: el varón estaría siendo oprimido por un sistema feminista que controla la política, los medios y la justicia. De esta manera la manósfera funciona como una usina ideológica y emocional de contención y retroalimenta el resentimiento de estos grupos sociales sedientos de revancha.

“Varones Unidos” es la organización fundada por Laurta en 2016, una de las primeras con estas características a nivel regional rioplatense. Bajo el lema “defender los derechos masculinos”, el grupo difunde y replica miles de publicaciones que niegan la violencia de género y las cifras de femicidios, se burlan de las víctimas de violencia, cuestionan las políticas de igualdad, impulsan campañas de hostigamiento y ataca directamente al movimiento feminista. En sus posteos, las mujeres son siempre presentadas como mentirosas y manipuladoras, las denuncias como falsas y las leyes como castigos injustos que caen contra los hombres. Hasta promovía la realización de tests de paternidad a modo de ayuda a varones con dudas sobre sus hijos.

Estos sujetos desde sus espacios, digitales y físicos, militan en contra de la “ideología de género”, impulsan la teoría de las “denuncias falsas masivas”, al tiempo que promueven campañas de acoso y doxeo contra mujeres, periodistas y militantes feministas. La maniobra de victimización es integral: difunden y repiten frases de autocompasión, culpan a las mujeres y feminismos por sus sufrimientos, y apodan de “feminazis” y violentas a quienes están organizadas políticamente. El poder de estos mensajes reside en la viralización y resonancia de las agresiones a través de memes, posteos y videos breves que transforman el odio en humor y la violencia simbólica en sentido común. Lo que antes circulaba en los márgenes o la Deep web hoy se consume en los feeds cotidianos de las redes manosféricas.

Militancia digital antifeminista y legitimación del odio

Durante los últimos años, Laurta se convirtió en una figura visible dentro de ese circuito pero perdió cierta presencia luego de una serie de denuncias. De hecho, Luna huyó de Uruguay hacia Argentina luego de ser víctima de agresiones físicas y hasta un intento de asfixia en 2023. En los meses y semanas previas al femicidio, desde el perfil de Varones Unidos que manejaba, se dedicó casi exclusivamente a difundir su conflicto judicial con Luna Giardina, llamándola “psicópata”, “enferma”, o “celosa”, y acusándola de secuestrar al hijo que tenían en común.  Además, atacaba a la justicia de Córdoba y denunciaba el encubrimiento de supuestos abusos sexuales contra su hijo. Sus publicaciones fueron compartidas por miles de usuarios que replicaron sus acusaciones, generando una ola de hostigamiento y escarnio público hacia la mujer. De esta manera logró convertir un conflicto privado en una causa colectiva, y transformar la violencia en indignación pública. Tras su detención, muchas de las cuentas fueron borradas o puestas en privado por la investigación judicial.

El femicida repetía el mismo libreto compartido en muchos de esos espacios: que los varones son víctimas de una “matriarcado moderno”, que las normas y leyes suelen favorecer a las mujeres, y que son perseguidos por una cultura “feminista” que quiere destruirlos. “¿Cómo no vamos a estar todos los hombres de bien molestos con la concepción dominante del feminismo que se interpone para que no podamos cuidar a nuestras mujeres e hijos? ¿Cómo no lo van a apoyar quienes tienen una actitud predatoria hacia ellos? Es puro sentido común”, escribió en su cuenta personal de X en noviembre de 2020.

Como tantos otros referentes de este ecosistema masculinista, Laurta construyó su identidad pública en torno a una narrativa de injusticia y sufrimiento: “fui denunciado falsamente”, “el sistema me destruyó”, “ella me arrebató a mi hijo”. Esa retórica de inversión, donde el agresor se presenta como víctima, es una de las operaciones simbólicas más efectivas del antifeminismo contemporáneo con los que intentan desviar la atención, legitimar su ideología misógina, y transformar la violencia en una forma de revancha.

En el fondo el discurso de la “defensa de los hombres” no busca igualdad, sino restaurar un orden perdido y reestablecer sus privilegios y libertades como hombres. Su fuerza radica en que traduce la reacción patriarcal emocional en un lenguaje de derechos, en una épica propia, y ofrece a muchos varones confundidos o frustrados un sentido de pertenencia y un lugar donde recuperar un poco del poder que la realidad les niega. Frente a los cambios culturales impulsados por el feminismo, la manósfera aparece como refugio: un lugar donde sentirse nuevamente protagonista, aunque sea desde el resentimiento.

Laje, Márquez y la “batalla cultural” libertaria

Laurta no era un marginal ni actuaba solo. De hecho solía organizar eventos masivos, tenía llegada a dirigentes políticos uruguayos, sobre todo del Partido Nacional, y era invitado a canales de televisión para presentar “la otra campana” . Fue uno de los impulsores de la visita de Agustín Laje y Nicolás Márquez al Palacio Legislativo de Uruguay en 2018, para la presentación de “El libro negro de la nueva izquierda”, texto clave para los sectores más conservadores y antiderechos de la región . Ambos son figuras centrales de la cruzada antifeminista en América Latina y referentes ideológicos del actual movimiento libertario: Laje fue designado por el presidente Javier Milei al frente de la Fundación FARO, think tank libertario cuya misión es encabezar la llamada “batalla cultural”, y Márquez, que, además de ser biógrafo de Milei, es un abogado ultraderechista que se ufana abiertamente de sus discursos de odio. En redes sociales circula un video de ese evento donde dejan un sentido saludo a Varones Unidos y los empujan a seguir “adelante con esta cruzada que nos es común”. Es que comparten una misma visión: que el feminismo es una ideología totalitaria, que las leyes de género destruyen familias y que los hombres han perdido derechos elementales.

Además en sus redes se mostraba fan de Milei y de Donald Trump, configurando así una constelación política donde el antifeminismo, el autoritarismo y el ultraliberalismo se retroalimentan. En ese universo ideológico, el odio se institucionaliza, deja de ser una opinión individual y se vuelve programa político, mientras transforman al varón víctima del sistema feminista en un nuevo sujeto de lucha. Recordemos que Milei declaró su voluntad de eliminar la figura del femicidio como agravante en el Código Penal, al tiempo que desfinanció los espacios de la administración pública dedicados a la lucha contra la violencia de género y la protección de la víctimas . La biografía de Laurta evidencia cómo la manósfera, la ultraderecha y la “batalla cultural” son caras del mismo fenómeno: un intento por restaurar jerarquías de género bajo el lenguaje de la libertad.

El discurso del varón víctima y el Síndrome de Alienación Parental

El eje central del relato manosférico es la victimización masculina. Esa estrategia no es solo simbólica, ya que alrededor de ella desplegó durante años publicaciones y escritos donde acusaba a su ex pareja, deslegitimaba la justicia y buscaba adhesión emocional de otros hombres a su odio contra las mujeres. Esa retórica logró operar a nivel comunitario y le permitió construir un espacio donde hombres que se sienten desplazados, heridos o humillados, encuentran en el antifeminismo una identidad compartida, y justifican y glorificar la violencia, como forma de venganza o disciplinamiento.          

En ese marco aparecen dos teorías de sustentación que son usadas como marco teórico: la teoría de las denuncias falsas de las mujeres como un negocio en contextos de disputas familiares por tenencia o régimen de comunicación ; y el llamado Síndrome de Alienación Parental (SAP), que se usa para deslegitimar las denuncias de los menores y responsabilizar a las madres. Según esta categoría, las mujeres manipulan a sus hijos e hijas para que odien a sus progenitores. El discurso de Laurta reproducía esa estructura: acusaba a su expareja de manipular emocionalmente al niño, de impedirle el vínculo, y utilizaba términos como “secuestro parental”, “alienación materna”, “fraude parental”, “discriminación judicial” o la “misandria”, en línea con ese repertorio. El mensaje es siempre el mismo: los hombres de bien son perseguidos, las mujeres manipulan, el feminismo destruye familias.

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El SAP, al igual que otros argumentos antifeministas, funciona como coartada ideológica: una forma de justificar la violencia masculina bajo la apariencia de defensa de los derechos paternos. De esta manera narrativa se transforma la violencia de género en una suerte de justicia por mano propia, y el femicidio puede leerse como una reacción “de un padre desesperado”. Y ese discurso que hoy circula con total impunidad en diferentes espacios, avalado por sectores conservadores, abogados y políticos libertarios, legitima la sospecha sobre las víctimas, debilitando los mecanismos y las políticas públicas de protección.

El doble femicidio de Córdoba no fue un estallido individual, sino la consecuencia de una pedagogía social del odio que hoy está más vigente que nunca. La  cultura patriarcal fue su escuela, Varones Unidos su comunidad y la manósfera su caja de resonancia. Durante años, el femicida militó desde las redes la deshumanización de las mujeres, la negación de la violencia y la glorificación de la crueldad, discurso que se ha vuelto narrativa oficial y política pública. Pudo resignificar su frustración como causa política, transformar la violencia en relato colectivo y encontrar aplausos donde debería haber límites. El paso del tuit a la acción no fue una ruptura, sino una continuidad que tuvo miles de cómplices y responsables, entre ellos el propio presidente Milei y los abanderados de la batalla cultural. Cuando la violencia simbólica no se reconoce como tal ni se detiene a tiempo, puede terminar termina convirtiéndose en violencia física y en muerte.