La historia de Darío es un ejemplo claro de cómo estar bajo el cuidado amoroso de una familia puede cambiar la vida de un niño. Tenía 12 años, HIV, había perdido mucho peso y, con cada día que pasaba internado en el hospital, aumentaban las posibilidades de contraer una infección. Cuando Luciana, de casualidad, vio el flyer que le llegó a su pareja por WhatsApp, no dudó. Era una convocatoria pública que buscaba con urgencia a referentes afectivos para cuidar a un chico y ella se sintió interpelada: “Le dije a Guillermo: yo lo abrigo. Porque sentía que podía garantizarle derechos”. Recuerda bien sus palabras de aquel día en el que juntos decidieron postularse. En ese momento, a Darío le daban seis meses de vida. Hoy tiene 20 años. Este 9 de noviembre, Día Mundial de la Adopción, encuentra a la Argentina con más de 2.000 chicos y chicas que todavía esperan una familia
MÁS INFO
La mayoría tienen más de 5 años, pertenecen a grupos de hermanos, son adolescentes o tienen alguna discapacidad o problema de salud. Muchos de ellos, como Darío, forman parte de las convocatorias públicas, llamados abiertos a toda la comunidad cuya finalidad es hallar postulantes a adopción o referentes para quienes más cuesta.
“Cuando nos entrevistaron, me dijeron: ‘¿Usted sabe que se va a morir?’. Yo les respondí que todos nos vamos a morir, que no me estaban diciendo nada nuevo”. Luciana todavía no entiende bien por qué tuvo esa reacción, pero reconoce que ese impulso permitió que su hijo tuviese una oportunidad.
Siete años después, Darío está grande, saludable, con su enfermedad “indetectable e intransmisible”, y terminando el secundario. “Tomaba nueve pastillas diarias y costaba un montón que tome los retrovirales”, recuerda su mamá. Hoy, él mismo arma su pastillero, va solo a los controles y busca su medicación. “Es increíble. Es otro pibe”, cuenta, orgullosa, Luciana, que es parte de la asociación civil Adopten Niñes Grandes (ANG), una organización creada en 2022 por madres y padres que atravesaron procesos adoptivos. Parte de su trabajo es derribar mitos, acompañar y promover políticas públicas que garanticen el derecho a crecer en familia.
Hacer un puente
“Hay una gran cantidad de niños y adolescentes con la adoptabilidad decretada que ven pasar los años sin que nadie los elija, y eso duele. Lo más traumático es cuando pierden la esperanza de tener una familia”, asegura Fabiana Isa, psicóloga especializada en infancia y adopción, profesora adjunta a cargo de la Práctica Profesional Acogimiento y Adopción, de la Facultad de Psicología de la UBA.
Detrás de estas historias hay una realidad estructural: el desencuentro entre quienes buscan adoptar y quienes esperan ser adoptados. “Existen miles de familias que quieren adoptar y miles de chicos más grandes que necesitan una familia. Esta es la brecha que intentamos achicar”, señalan desde ADN.
Natalia Florido, presidenta de la Red Argentina por la Adopción, hace foco en este aspecto e insiste en que adoptar es posible. “El mito –sostiene– está en pensar que no se puede. Lo que más retrasa la adopción no es el sistema, sino la falta de familias abiertas a las historias reales. Cuando hay apertura, las adopciones suceden. Es un match para toda la vida”.
Isa explica que el 90% de los postulantes busca niños de 0 a 5 años. “Cuando un niño tiene 8 o viene con hermanos, prácticamente no hay postulantes”, advierte. Por eso, considera que la convocatoria pública es una herramienta clave, ya que “visibiliza la espera, permite armar el puente entre los chicos y los adultos que quizás nunca se habían planteado adoptar”. Y subraya: “Es la oportunidad que habilita a que alguien que no está inscripto en los registros igual pueda postularse”.
Para Luciana, “el problema de que no se anime más gente es la falta de visibilización”. Por eso, llama a “dejar de pensar en la familia Ingalls” y remarca que “no se trata solo de amor: es poner el cuerpo, es construir comunidad”.
Construir un vínculo
Frente a la posibilidad de adoptar a un niño o niña más grande, aparecen muchos miedos, algunos diferentes de los que surgen cuando se piensa en un bebé: que nos los acepten como padres y madres, que cuando crezcan vuelvan con su familia de origen o que las experiencias traumáticas del pasado condicionen de manera negativa su vida. La clave, afirma Isa, es que los adultos que hayan tomado la decisión de emprender este camino se informen, se asesoren y se dejen acompañar.
“Cuando Darío llegó a casa no sabía leer ni escribir. Tenía muchos problemas de comprensión, producto de la desnutrición. Arrancó en cuarto grado. Ahora está terminando el secundario y le va superbien”, cuenta su mamá, con la satisfacción que da la lucha compartida.
Luciana resume ese proceso de los primeros años con Darío como “muy laboriosos”. No romantiza lo que tuvieron que transitar hasta convertirse en familia, porque además ella tenía tres hijos biológicos más grandes, dos mellizas y un varón; y Guillermo, dos mujeres. “Lo difícil –explica– es que es un adolescente que tiene su propia historia, que hay que respetarla, y también hay un encuentro cultural. En general, son pibes vulnerados y, lamentablemente, la mayoría son de sectores postergados, donde el Estado no estuvo. Han transitado situación de calle, no están escolarizados y sus familias también vivieron todo eso”.
A Luciana, su recorrido previo como madre la ayudó en muchos momentos. “Tal vez, para quien no tuvo hijos hay más miedos. En mi caso, cuando Darío se enojaba, le decía ‘no te queda otra, soy esta’, como ya les había dicho antes a los otros. La diferencia –se ríe– fue que, esta vez, no venía con pañales sino que pesaba 40 kilos”.
La relación con los otros adolecentes de la casa también fue un aprendizaje. “Había momentos en que Darío hacía explosiones y era una batalla campal. Una de mis hijas llegó a decirme ´No lo aguanto más´. Y hoy es a quien más recurre cuando le pasa algo”. Con paciencia, ella les explicaba que “Darío no se va a ningún lado” y que si bien no podía obligar a nadie a quererse, si debían respetarse y cuidarse. “Mucho laburo”, resume.
Isa, quien es parte del podcast “Encontrándonos”, un espacio que relata historias de adopción y busca derribar mitos, explica que, justamente, “la constitución de una familia, como con cualquier otro vínculo emocional, requiere de tiempo y de la posibilidad que uno se dedique amorosamente a conocer a ese niño”. Al fin y al cabo, son extraños que se ven por primera vez. “Hay un adulto o un par de adultos que no conocen a ese niño y ese niño tampoco los conoce a ellos. Y esto va a llevar tiempo”, sostiene.
Por eso, asegura la psicóloga, “se necesitan adultos maduros emocionalmente y con incondicionalidad”, capaces de “construir herramientas para poder alojar el dolor que estos niños traen y con la disponibilidad emocional para atravesar ese proceso”.
Para Florido, “muchos adultos imaginan la adopción como traer un bebé a casa, cuando en realidad lo más transformador ocurre cuando uno se anima a acompañar historias que ya vienen con un camino recorrido”. Y para quienes tienen dudas sobre cómo vincularse con estas chicas y chicas que vienen con un pasado, su mensaje es que “ser familia no tiene que ver con la edad ni con la biología, sino con la capacidad de amar, de sostener y de reparar”. Implica “entender que hay muchas maneras de maternar, de acompañar una infancia, una adolescencia”.
Como hija adoptiva, Florido mira la tarea de la Red Argentina por la Adopción desde su experiencia: “Trabajo para que ningún niño crezca sintiéndose una excepción. Adoptar es alumbrar: cada encuentro entre un niño y una familia ilumina dos vidas”.
Otro miedo recurrente en muchas personas es perderse esas cosas importantes de los primeros años de vida. Pero, junto a Darío, Luciana aprendió que “cada cosa nueva es una primera vez: la primera navidad, el primer cumpleaños, el primer día de escuela, la primera vez que te dicen mamá”. Incluso ahora, sigue viviendo primeras veces. “Adoptar a un adolescente te da otro tipo de ida y vuelta”, asegura.
Redes que sostienen
“Generamos filiales y redes de apoyo en distintas provincias. Queremos que cada familia sepa que no está sola. Estos chicos no pueden seguir esperando: ya se vulneraron demasiados de sus derechos”, sostiene Florido, para quien el verdadero cambio de paradigma surge del trabajo de las organizaciones no gubernamentales.
En ese mismo espíritu, Adopten Niñes Grandes funciona como un espacio de acompañamiento donde la experiencia se transforma en contención. “Tenemos canales de WhatsApp donde se comparten avances, miedos, trámites, logros y hasta primeras veces”, cuenta Luciana. Un lugar seguro donde decir: estoy desesperada, no sé qué hacer, me cuesta.
La falta de visibilización está en el centro del problema a resolver. “Creo que hay gente que ni se plantea adoptar porque nunca se cruzaron con estas historias”, plantea Luciana. Por eso le parece importante difundir el proyecto de ley para incorporar al Código Civil y Comercial de la Nación la figura del “cuidado permanente”, que otorga obligaciones y derechos similares al ejercicio de la responsabilidad parental para el niño o niña y para sus cuidadores, pero sin generar un vínculo filiatorio. Esta iniciativa, impulsada por la diputada Mónica Macha, abre más posibilidades para niños y adolescentes a partir de los 10 años que no quieren ser adoptados, que no encuentran familias adoptantes y a adolescentes para quienes la adopción no resulta adecuada.
“Cuando uno es militante no puede mirar todo desde afuera y quejarse. Hay que involucrarse, poner el cuerpo. Porque abrigar a un pibe no es solo un acto de amor, es un acto político”, sintetiza Luciana. Su invitación es a animarse a transformar futuros.
