Desde hace años, los zoológicos vienen atravesando una crisis de legitimidad que obligó a repensar su existencia. Lo que antes se presentaba como un espacio educativo y de preservación, hoy es cada vez más cuestionado por su lógica de encierro, exhibición y, cuando las condiciones no son las mejores, sufrimiento animal. En ese contexto, nacen los llamados “ecoparques”: una reconversión estética y discursiva que promete una relación más ética con la fauna, pero que, en muchos casos, conserva viejas prácticas con nuevos slogans.
Al mismo tiempo, el concepto de rewilding gana terreno como el paradigma de moda en la conservación. Basado en la idea de reintroducir especies en sus hábitats originales y restaurar ecosistemas, este enfoque es impulsado por fundaciones y actores privados con fuerte presencia territorial. Pero detrás de su relato épico —la vuelta del yaguareté, la liberación del cóndor, el retorno del guanaco— también hay interrogantes: ¿cuál es el rol del Estado en esta política? ¿Qué intereses se juegan en la gestión de la naturaleza?
En el medio del debate, quedan los animales, los territorios y las personas. Desde Buenos Aires hasta Iberá, pasando por la Patagonia, se libra una disputa que no es solo ambiental, sino también política y cultural: quién conserva, para qué, con qué recursos y bajo qué valores. Entender estas tensiones, nos dará las herramientas para pensar críticamente el fenómeno y advertir sobre los riesgos de privatizar la conservación bajo un marketing verde.
La transformación del histórico zoológico porteño no fue un caso aislado: en Córdoba, Mendoza, Salta, Tucumán y otras provincias también se anunciaron cierres o reconversiones de sus zoológicos hacia modelos más sustentables. En algunos casos, los nuevos “ecoparques” o “bioparques” lograron mejorar ciertos estándares de bienestar animal o implementar programas de rescate. En otros, el cambio fue apenas cosmético y/o empresarial: nuevas palabras para prácticas similares y en otros casos, convertir en polos gastronómicos lugares históricos.
En Argentina no hay estadísticas oficiales actualizadas que indiquen cuántos animales siguen en cautiverio en los antiguos zoológicos reconvertidos. Tampoco existe una normativa nacional unificada que regule qué condiciones deben cumplir estos ecoparques, ni un registro obligatorio que permita monitorear su funcionamiento. Sin ese dato concreto, los balances suelen depender de fuentes parciales o estimaciones: informes periodísticos, organizaciones ambientalistas, y datos que algunos gobiernos provinciales publican de manera fragmentaria.
En el plano internacional, la tendencia es clara: según la World Association of Zoos and Aquariums (WAZA), hay más de 10 mil zoológicos en el mundo, y apenas una fracción está comprometida activamente con la conservación de especies. En paralelo, han surgido experiencias que buscan devolver animales a su hábitat natural o derivarlos a santuarios especializados. En Argentina, algunos casos como el traslado de la elefanta Mara al santuario de Brasil marcaron un hito. Pero estos traslados son lentos, costosos y, muchas veces, excepcionales. La mayoría de los animales no tiene destino posible fuera del cautiverio, y muchos espacios no cuentan con las condiciones mínimas para brindar una vida digna.
La reintroducción de especies extintas en sus hábitats originales, conocida como rewilding, ha ganado popularidad en las últimas décadas. Uno de los casos más emblemáticos es la reintroducción de lobos grises en el Parque Nacional de Yellowstone, Estados Unidos, en 1995 y 1996. Tras 70 años de ausencia, 31 lobos fueron liberados, lo que permitió controlar la sobrepoblación de ciervos y restaurar el equilibrio ecológico del parque.
Sin embargo, Rubén Quintana, Investigador Superior del CONICET, Director IIIA (CONICET-UNSAM) y Presidente de la Fundación Humedales/Wetlands International advierte que no todos los proyectos de rewilding replican este éxito. "Muchas veces se intenta reintroducir especies emblemáticas sin considerar si existieron históricamente en ese lugar o si el hábitat actual es adecuado", señala. Además, destaca la importancia de trabajar con las comunidades locales y garantizar la conectividad entre hábitats para evitar conflictos y asegurar la supervivencia de las especies.
En Argentina, la transformación de zoológicos en ecoparques ha sido presentada como un avance en bienestar animal y conservación. Sin embargo, Quintana expresa escepticismo: "A mí particularmente me parece que esto de los ecoparques es más marketing que otra cosa. Los han usado para hacer negocios en muchos casos, para meter locales gastronómicos y todas esas cosas que a muchos les encanta". Un ejemplo positivo que destaca es el Bioparque Temaikèn, que combina una cara comercial con un fuerte compromiso en conservación. Temaikèn alberga el Centro de Recuperación de Especies (CRET), que trabaja en la evaluación y planificación de acciones de conservación.
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Lejos de demonizar a los zoológicos, Quintana reconoce su papel en la conservación ex situ. El caso del cóndor de California es ilustrativo: en 1982, solo quedaban 22 ejemplares en libertad. Gracias a un programa de reproducción en cautiverio liderado por el Zoológico de San Diego, la población ha superado los 500 individuos, con más de la mitad viviendo en libertad .
En Argentina, iniciativas como el Banco Nacional de Datos Genéticos de Especies de Fauna Silvestre, impulsado por el Zoológico de Buenos Aires, han sido fundamentales para la conservación de grandes felinos. Sin embargo, Quintana lamenta que en la transición a ecoparque, este proyecto haya quedado en el limbo.
Quintana enfatiza que la conservación no puede depender únicamente de iniciativas privadas o modas pasajeras. "El Estado debe ser el garante de la conservación del patrimonio natural, estableciendo programas efectivos y asegurando presupuestos adecuados", afirma. Además, subraya la importancia de proteger muestras representativas de todos los ecosistemas del país y garantizar la conectividad entre áreas protegidas para evitar su aislamiento.
“La conservación de la biodiversidad requiere más que buenas intenciones y campañas publicitarias. Implica planificación científica, recursos adecuados y un compromiso genuino con el bienestar animal y la restauración de los ecosistemas. Sin una base sólida, iniciativas como el rewilding o la transformación de zoológicos pueden convertirse en simples fachadas que poco aportan a la verdadera conservación” concluye el investigador CONICET.