Alfredo Valia tiene en sus manos un machete y una pala. Está caminando por las vías, en las afueras del casco urbano de la ciudad de General Belgrano. Las vías quedaron en desuso y eso lo obsesiona. O, mejor dicho, lo preocupa. Hace un tiempo que está viendo como empiezan a faltar clavos y pedazos de durmientes. Necesita hacer algo, aunque sea algo pequeño, simbólico. Y lo hace: con el machete y la pala, con sus manos, limpia y desmaleza unos cincuenta metros de rieles. El resultado es ínfimo si considera que el ramal tiene 120 kilómetros, pero está contento. Él no es de las personas que miran lo que falta. Él hace foco sobre lo que se hizo. Es un día cualquiera de hace 20 años atrás y así empieza su cruzada: la de mantener las vías hasta que el tren vuelva a circular.
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El ramal ferroviario que pasa por General Belgrano se extiende desde la estación Altamirano hasta la localidad de Las Flores, siempre en la provincia de Buenos Aires. Las vías fueron inauguradas en tres tramos, entre 1871 y 1872, por la empresa británica Ferrocarril del Sud. En 1948, cuando pasaron a manos del Estado nacional, quedaron bajo la órbita del Ferrocarril General Roca. En tanto, en la ola de privatizaciones de la presidencia de Carlos Menem, el ramal pasó a ser operado por la empresa Ferrosur Roca y dejó de usarse para servicios de pasajeros. El tramo siguió utilizándose para formaciones de carga hasta 2005. Desde ese tiempo, estos rieles no se usan.
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“Yo empecé a limpiarla cuando vi que la gente se llevaba pedacitos, clavos, durmientes. No podía ver más eso. Lo empecé a hacer porque cuando la gente ve la vía limpia, es como que impone respeto y dejan de depredar”, cuenta Valia en diálogo con El Destape.
Nacido y criado en Lanús, Valia se enamoró de los trenes en su infancia, cuando viajaba a bordo de uno para visitar a sus abuelos en la zona de Bolívar. Luego estudió en la Escuela Técnica N° 1 (hoy Técnica N° 6) que se encuentra en las inmediaciones de la estación Remedios de Escalada y con sus compañeros solían hacerse la rata para pasear en tren. Subían un ombú, saltaban un cerco y se mandaban a un vagón. Entonces, podían trasladarse a lugares que les parecían muy lejanos como Guernica o Ezeiza. “Era algo así como llegar al Himalaya”, dice.
Cuando terminó la escuela, a los 17 años, Valia empezó a trabajar en el ferrocarril, en el galpón de máquinas lanusense de Remedios de Escalada. Al principio le tocó barrer, pero rápidamente se fue especializando y pasó a ser primero mecánico y luego técnico. Se encargaba de la parte eléctrica de las locomotoras General Motors. “Son máquinas que hoy en día están andando. Fallan las chinas y estas siguen funcionando. Las piezas de estas máquinas son pesadas y grandotas, pero hay herramientas para trabajar como malacates y esas cosas. Es un trabajo que demanda conocimiento y maña”.
“Cuando salí del curso de mecánico, me dieron una máquina para reparar. Me subí a la locomotora y no encontraba los cables que me decían los planos. Un tipo más grande, que era mi ayudante y nunca había querido ascender, me miró, me dijo que me quedara tranquilo y me explicó cuál era el problema. El ferrocarril tiene mucho de eso: las viejas camadas le trasmiten a las nuevas experiencias y vivencias”, agrega Valia.
Los años de trabajo concreto de Valia en el ferrocarril fueron cuatro. A principios de los noventa, en medio de las privatizaciones, fue uno de los miles de despedidos. Un día fue a trabajar normalmente y al otro recibió el telegrama. Quiso ir a preguntar qué había pasado, pero no lo dejaron entrar.
“Fue terrible. Se me cayó el mundo en dos segundos. Porque no había ninguna causa, solamente la intensión de destruir el ferrocarril. Menem fue a la carne, al ferroviario y nos echó a los jovencitos. Es lo mismo que están haciendo ahora”, dice al recordar los despidos del año pasado en el Centro Nacional de Capacitación Ferroviaria (Cenacaf).
Luego de ser despedido, Valia se mudó a General Belgrano (en donde ya vivían sus papás) y si bien nunca volvió a trabajar en los trenes, tampoco se alejó de ellos. Hoy en su casa tiene una mesa con su propio ramal a escala. El ferrocarril siempre ocupó un lugar muy importante en su cabeza, es una preocupación, un interés, un tema de estudio y conversación, además del hilo conductor que lo une a otras personas. “Al que le gusta el ferrocarril siempre es ferroviario”, dice.
Las vías que unen
Valia tiene 57 años y varios trabajos: es docente en una escuela secundaria y empleado municipal (aunque está pronto a jubilarse), mientras que también practica la apicultura y fabrica cuchillos con hierro. “Necesito días de 30 horas”, bromea.
Cuando comenzó a limpiar los primeros metros de las vías la gente de General Belgrano le decía que estaba loco. Con el tiempo, la extensión del tramo mantenido se fue extendiendo a unos cinco kilómetros. Hubo algunos vecinos que se sumaron ocasionalmente a la tarea. Y también hubo algunos empezaron a disfrutar de las vías para caminar o andar en moto, dos actividades que vienen bien para el desmalezamiento. Muchos años después de haber iniciado su cruzada, Valia se encontró con Alberto Capenti, un hombre que sin conocerlo (y como en juego de espejos) había empezado a hacer lo mismo muy cerca suyo.
Capenti es hijo de un ferroviario y varios de sus recuerdos más felices de la infancia están relacionados al tren. “A mi papá le daban pasajes para la familia en las vacaciones y nos llevó a conocer desde Buenos Aires hasta La Quiaca. Conocimos Bariloche, Capilla del Monte…”, enumera. Y agrega: “Yo iba a donde él trabajaba, en la estación Victoria, y sus compañeros de trabajo me daban un paseo cortito en las zorritas a bomba. Todo eso es como que me sembró algo”, le explica a El Destape sobre su sentimiento por los trenes.
Capenti tiene 71 años, vive en Las Flores y sueña con que el tren a Altamirano vuelva a funcionar. O, al menos, a unir las estaciones de la zona. O, al menos, a brindar un servicio de paseo en algunos pocos kilómetros. Fueron esas ideas circulando en su cabeza las que lo llevaron a fabricar una zorra y a comenzar a limpiar la estación de Las Rosas con ayuda de su esposa a principios de 2020. Un día que estaba en esa tarea de mantenimiento, alguien se acercó y le hizo un comentario que lo hizo avivar de que había otra persona, no muy lejos suyo, que estaba haciendo lo mismo. “Entré a indagar hasta logré saber que era Alfredo Valia y, cuando supe su nombre, me contacté con él. Si yo estaba loco, me completé”, dice Capenti.
Tras ese primer contacto, Valia, Capenti y otros apasionados por los ferrocarriles comenzaron a reunirse. Los encuentros dieron origen a la Asociación Civil Rieles del Salado, una organización sin fines de lucro destinada a la recuperación y puesta en valor del ramal Altamirano-Las Flores. El grupo, que comenzó a actuar en plena pandemia, cuenta actualmente con herramientas propias y hasta un tractor donado por la fábrica Patronelli, la empresa florence de la familia de Marcos y Alejandro (campeones del Rally Dakar en distintas ocasiones).
Rieles del Salado mantiene unos veinte kilómetros de vías que van de la estación Newton hasta la estación Las Rosas. Esa distancia se suma a los cinco kilómetros que sigue trabajando Valia, desde la localidad de General Belgrano hasta lo que era la estación Bonnement. Hoy en día, aclaran, las tareas se complican por la situación económica y la suba de los costos.
“Yo no creo que vuelva a funcionar el tren ni en un corto ni en un mediano plazo. No hay voluntad política para eso. Lo que nos motiva un poco es esa utopía de mantener estos dos fierros paralelos, como para decirle algún día a alguien en algún puesto político: ‘Che, mirá que acá están las vías y por ahí estaría haciendo falta el tren’”.
Por las cartas de Newton
Razones para trabajar en el mantenimiento de una vía por la vuelta de un tren hay muchas. Se podría justificar diciendo que se trata de un transporte económico o que también sirve para aliviar el tránsito en una ruta. Se podría decir que el progreso necesita de un sistema integrado de transportes y que un tren puede llevar la carga de varios camiones para ahorrar combustible. Valia las enumera y dice: “Son excusas. Uno lo hace porque tiene pasión”.
Pero también cuenta la historia de las cartas de Newton. Y otra razón podría ser esta: en los noventa, cuando el servicio de pasajeros del ramal fue suspendido, el jefe de la estación de Newton fue desafectado. Sin embargo, siguió concurriendo cada día a su sitio de trabajo. Mantenía el predio, prendía las señales, engrasaba fierros y preparaba la boletera. Tras su muerte, la gente del paraje continuó con ese mantenimiento.
“Hoy vas a la estación de Newton y están las cartas que la gente escribió en ese momento esperando que pase un tren para llevárselas”.