Carlos “Carli” Slepoy fue el mejor defensor en la historia de Lanús. Muchos lo recuerdan como un futbolista apasionado. Sin embargo, nunca integró equipos históricos que lograron ascensos, títulos nacionales o la Copa Sudamericana de 2013. Ni siquiera pasó por las inferiores. Se “retiró” a los 32 años luego de recibir un disparo en la columna por defender a unos chicos de un policía borracho que los golpeaba. Esa lesión, con el correr de los años, lo dejó en sillas de ruedas y provocó múltiples internaciones por infecciones.
Sin embargo, tiene un tótem con su rostro a metros del estadio por defender a víctimas de genocidios con un recurso que lo distinguió en el mundo entero: la justicia universal. Fue con esa "jugada maestra" que llevó ante la Justicia a represores de cuatro países diferentes y con la que luchó hasta el último día de su vida para que los responsables de los crímenes del franquismo fueran juzgados en Argentina “El futuro va a ser contagioso y, sus señorías lo saben, mañana otros tribunales del mundo pondrán en práctica estos principios", dijo en la cancha donde se lucía y desató una ovación en los tribunales españoles.
La jurisdicción universal, o justicia Universal, es un principio del derecho internacional que autoriza a un Estado a juzgar a personas por crímenes graves —como el genocidio— sin importar dónde se cometieron ni la nacionalidad de quienes los perpetraron o las víctimas. La idea es que ciertos delitos son tan graves que afectan a toda la comunidad internacional, y por eso cualquier Estado puede intervenir para llevar a los responsables ante la justicia.
A finales de 1989, Carli llevaba tiempo instalado en España. Mientras tanto en Argentina, Menem firmaba los primeros indultos. En ese momento se creó la Asociación Argentina Pro Derechos Humanos-Madrid, organización de la que fue presidente durante 10 años y pieza fundamental durante toda su vida. Junto a sus compañeros, comenzó a idear un plan para juzgar a los represores que gozaban de total impunidad en Argentina.
La tarea no era fácil, ya que no alcanzaba con denuncias individuales, sino que debía demostrar que se había cometido un genocidio. Es decir, la aniquilación sistemática y deliberada de un grupo social, étnico, religioso o nacional. Pero lo que para muchos era imposible, el lo hizo posible con la justicia universal.
“Era un principio que estaba ahí, incluso normativamente en la Ley Orgánica del Poder Judicial español de 1985 se contemplaba, pero nunca a nadie desde que se aprobó se le había ocurrido accionar en base o bajo el principio de Jurisdicción Universal”, explicó a El Destape Jacinto Lara, abogado de la Coordinadora Estatal de Apoyo a la Querella Argentina (Ceaqua).
Este abogado laboralista usó ese principio para que el juez español Baltasar Garzón iniciara causas y pedidos de captura para genocidas de la última dictadura militar argentina. Entre sus logros, se destacan la condena de uno de los responsables de los Vuelos de la Muerte, la detención de Augusto Pinochet en Reino Unido y la querella argentina contra los crímenes del franquismo. Además, colaboró con los procesos contra el dictador guatemalteco José Efraín Ríos Montt, entre otras causas en defensa de los derechos humanos en todo el mundo.
“Pude constatar que a Carlos Slepoy la gente acudía como si fuera una especie de tótem. Este problema que yo tengo o situación, la única persona que puede solucionarla es Carlos. Creo que él no era mínimamente consciente de lo que representaba”, resaltó el letrado español que trabajó a su par hasta el día de su muerte.
“La búsqueda de justicia lo desvelaba, atravesaba su vida. Tenía mucha iniciativa y tenía muchos fundamentos teóricos. Era muy sólido para fundamentar por qué había qué juzgar a los represores. Lo extrañamos mucho y es uno de esos imprescindibles”, subrayó Ana María Careaga, ex detenida-desaparecida e hija de Esther Balestrino de Careaga, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo.
Un abogado militante y exiliado
Carlos nació el 29 de septiembre de 1949, pero a su madre le pareció lindo celebrar dos cumpleaños, así que decidió hacer una trampa al anotarlo. Su DNI decía que su llegada al mundo fue el 2 de octubre, día del nacimiento de su hermana mayor Norma, cuatro años más grande. Tiempo después llegaría Silvia, la última hija de Isabel y Jorge Slepoy.
Estudió derecho en la UBA, donde se unió a grupos estudiantiles de izquierda y con el tiempo al PRT-ERP. Ya recibido, comenzó a trabajar en un estudio laboralista y formó parte de un grupo de abogados jóvenes que habían creado una red de defensores de activistas sindicales y políticos.
El sábado 13 de marzo de 1976, antes de ir a la cancha de Lanús con su padre, se encontró en una pizzería con una exnovia, Wanda Fragale. Ella había visitado a su esposo, Eduardo Anguita, en la cárcel de Devoto. La reunión fue interrumpida por un grupo de tareas que, al revisarlos, encontró en el bolso de Wanda una carta con la dirección del penal. Sin más explicaciones, se llevaron a ambos a la ESMA.
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“¿Sos abogado de los presos? ¿Sos el correo de los presos con Santucho? ¡Dale, hijo de puta, danos nombres! Queremos nombres de otros abogados que estén con vos en la joda”, decían los integrantes de la Marina que intentaron sacarle información a base de torturas, según narró Anguita en su libro Sano Juicio. Además de golpes, sufrió un simulacro de fusilamiento. Faltaban algunos días para el 24 de marzo y quedó a disposición del Poder Ejecutivo.
Lo trasladaron varias veces hasta quedó detenido la cárcel de La Plata. Allí estuvo hasta 1977, cuando logró exiliarse en España al hacer uso de la opción y reencontrarse con su familia. Su hermana menor y a su esposa, Andrea Benites-Dumon, ya habían sido secuestradas y liberadas. Su hermana se fue a Costa Rica y su esposa, con sus dos bebés, a Brasil.
En Europa nació su tercer y último hijo. Tenía 28 y como tenía que completar los trámites para validar su título, se las tuvo que rebuscar y vendió bijouterie en la calle. Luego, con los papeles en regla, volvió a defender a los trabajadores. Esta vez como abogado de la Unión General de Trabajadores (UGT).
Los juicios de Madrid
En 1996 se apoyó en fiscales jóvenes y progresistas, como Carlos Castresana, para iniciar el camino judicial en España contra los genocidas argentinos. Este impulso coincidió con las masivas movilizaciones en Plaza de Mayo por los 20 años del golpe militar y la reciente creación de H.I.J.O.S.
“Él vino a la Argentina a convencernos, explicarnos y pedirnos que vayamos a declarar”, contó el histórico sindicalista Víctor De Gennaro. El ex secretario general de la CTA fue uno de los tantos argentinos, chilenos y uruguayos que pasaron por el despacho del juez Baltasar Garzón para dar testimonios de las atrocidades cometidas por las diferentes dictaduras de Latinoamérica.
“Las vidas que vivió y la vida que dilapidó por aquello en lo que creía me parecen un ejemplo. Su contribución a la justicia universal, que no funciona como debería, pero que él demostró que puede funcionar, me parece igualmente una contribución que no podemos permitirnos el lujo de olvidar por lo que está pasando en Gaza”, valoró el año pasado Castresana durante la presentación del documental “Las 3 vidas de Carlos Slepoy”. “Fue el alma de los Juicios de Madrid, cualquiera que haya estado ahí me va a dar la razón”, agregó el miembro de la Comisión de Derechos Humanos de Sudán del Sur, perteneciente al Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
El camino no fue sencillo, pero finalmente logró que Garzón firmara su competencia para instruir los delitos del terrorismo de estado en la Argentina. “Fue el segundo juicio relacionado con un genocidio. El primero fue Nuremberg, en el que los vencedores le hicieron un juicio a los vencidos. En España fuimos los vencidos los que sentamos en la silla a los supuestos vencedores, a los que se creían impunes. Fue un regalo impresionante”, rememoró De Gennaro.
Lo cierto es que las apelaciones de los genocidas estuvieron a la orden del día, pero el trabajo de Carli le terminó dando la razón. “El futuro va a ser contagioso y, sus señorías lo saben, mañana otros tribunales del mundo pondrán en práctica estos principios. Que los genocidas se sientan acorralados, que la humanidad quede liberada de este flagelo cada vez más, que se respire mejor en el mundo”, dijo Slepoy ante la Audiencia Nacional y generó una explosión de aplausos en la sala.
Y aunque la nula colaboración del menemismo y la apatía de la Alianza no ayudaron a la causa ni a las extradiciones, Carli hizo varios goles.
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La detención de Pinochet
Para Lara, la imputación de Pinochet fue “impactante”. En aquellos años, el mecanismo de jurisdicción universal no se conocía y casi no se había implementado. “Era una gran novedad”, evocó el abogado al hablar sobre la detención del dictador chileno en Londres. Ocurrió en 1998, cuando había viajado al Reino Unido para someterse a una operación de hernia discal lumbar.
En ese entonces, Pinochet ya era senador vitalicio del país trasandino y cuando llegó la orden de arresto del juez Garzón intentó librarse ostentando un pasaporte diplomático. Por lo que la decisión final estaba en manos de la Cámara de los Lores. Y Carli siguió desde España la votación para determinar si debía ser extraditado a España como una definición por penales.
Los dos primeros favorecieron al represor. Faltaban tres, y todos debían pronunciarse en contra. Lord Donald Nicholls dijo estar dispuesto a cambiar la decisión del Alto Tribunal y no darle inmunidad a Pinochet. El mismo camino siguieron Lord Johan Steyn y Lord Leonard Hoffman. Slepoy y los suyos festejaron en España, mientras que miles de chilenos se abrazaron en diferentes plazas de su país.
Pinochet estuvo detenido 503 días en Londres, pero logró evitar la extradición. El proceso terminó con su escandaloso regreso a Chile, tras fingir problemas de salud. Sin embargo, algo había cambiado.
Las detenciones de Scilingo y Cavallo
“Su acusación en el caso Scilingo fue memorable y su participación en la detención de Ricardo Cavallo en México en 2000 fue fundamental, como lo ha sido en todos los procesos en los que intervino”, remarcaron Garzón y Hernán Hormazábal, ex presidente de la Asociación Pro Derechos Humanos de España, en el texto que le dedicaron el día después de su muerte.
Adolfo Scilingo es un exoficial de la marina de guerra que, amparado por la impunidad en Argentina, confesó su participación en los vuelos de la muerte en el libro “Vuelos” de Horacio Verbitsky. De hecho, cual estrella de televisión, viajó a España para dar una entrevista. Pero no contaba con que Carli impulsaría su pedido de detención: fue condenado a 1084 años de prisión.
Mientras que su participación en al detención de Ricardo Cavallo demostró que era capaz de trabajar sin parar, incluso en vacaciones. Pues interrumpió su descansò en Almería, donde disfrutaba de las costas del Mediterráneo, para en tiempo récord confirmar la identidad del exmiembro del Grupo de Tareas 3.3.2 que se había reconvertido en empresario y hasta llegó a ser condecorado con la Orden Nacional del Mérito de Francia.
Los sobrevivientes de la ESMA lo conocían como Miguel Ángel Cavallo o "Sérpico". A diferencia de otros genocidas, no cambió su identidad para irse del país en el regreso de la democracia, sino que volvió a utilizar su nombre real. Llegó a ser director del Registro Nacional de Vehículos (RENAVE) de México. Pero una investigación por un caso de corrupción del periodista argentino del diario Reforma José Vales destapó su oscuro pasado. Y una vez más, fue clave el aporte de Carli.
Al descubrir las similitudes entre los dos “Cavallos”, Vales se comunicó a Madrid para pedirle ayuda a Carlos. Como estaba de vacaciones no pudo dar con él. Tras insistir, logró comunicarse, y pese a las limitaciones tecnológicas, Slepoy consiguió enviar la foto a algunas de sus víctimas para comprobar si se trataba de la misma persona.
Carli llamó al editor del diario y le rogó que no publicara la nota. Quería evitar que el genocida viajara a Argentina, donde sería intocable gracias a las leyes de impunidad. No tuvo suerte y la tapa de Reforma del 24 de agosto del 2000 fue: "Ricardo Cavallo, director del RENAVE, fue reconocido en una foto por 5 ex presos argentinos como su torturador"
Ese mismo día, Cavallo tomó un vuelo rumbo a Buenos Aires. Pero una escala en Cancún frustró su escape: dos agentes de Interpol subieron al avión y se lo llevaron detenido. En febrero de 2001 fue extraditado a España. Fue el primer caso en que un Estado extraditó a un ciudadano de otro país por crímenes cometidos en un tercer Estado.
En 2003, cuando Kirchner anuló los indultos y se derogaron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, Garzón decidió enviar a Cavallo a Argentina. En el primer juicio por los crímenes cometidos en la ESMA fue sentenciado, junto a otros genocidas como Alfredo Astiz y el "Tigre" Acosta, a cadena perpetua e inhabilitación absoluta y perpetua.
El disparo
El 17 de enero de 1982, al pasar por la Plaza de Olavide en Madrid, vio a cuatro chicos contra la pared siendo golpeados por un policía con la culata de su arma. Le pidió que se detuviera y le dijo con firmeza: ‘¡No soy español, soy abogado y lo emplazo a que guarde el arma!’. Sin razón, el efectivo, totalmente alcoholizado, amenazó con llevarlo a la comisaría. Mientras caminaban, le disparó por la espalda.
“¡Cana hijo de puta, me dejaste paralítico!”, gritó desde el suelo.
La bala rompió la primera vértebra y las astillas lesionaron la médula, sin llegar a seccionarla. Tras tres meses en cama en un hospital, Carlos fue dado de alta. No tenía sensibilidad en las piernas y el dolor le resultaba insoportable. Ese dolor lo acompañó de por vida y con el correr de los años debió usar una silla de ruedas para desplazarse
La escena fue presenciada por muchas personas, pero Carlos fue el único salió en defensa de los chicos. “Seguí el caso en los periódicos y tenía entendido que el señor iba a tener que pasar el resto de su vida en una silla de ruedas. Lo que hizo Carlos Slepoy aquel día es lo más valiente que he visto en mi vida. Y ahora me entero de las demás cosas que hizo. Me siento pequeño a su lado”, escribió Peter Morgan, uno de los hombres que estaba en la plaza, en el obituario que publicó el diario El País tras la muerte del abogado.
En 1983, cuando aún no podía mover ni el dedo gordo del pie, se internó en una clínica de rehabilitación de Toledo y prometió salir caminando. No solo lo logró, sino que, dos años después, ya estaba manejando.
“No se sentía víctima y sentía cada injusticia como propia”, resaltó De Gennaro, quien durante un viaje por España conoció aquel centro de salud. “Desde ese lugar llegó a hacer uno de los aportes más grandes en la lucha de los pueblos por la verdad y la justicia. No me cabe duda de que hoy estaría a la cabeza de la lucha contra el genocidio del pueblo palestino”, añadió el dirigente sindical.
“Era una persona entrañable. Tenía sus ideas, sus convicciones y su actitud en la vida iban en concordancia con esos valores”, dijo Careaga, emocionada.
La Querella Argentina contra los crimenes del franquismo
“Quizás no imaginó que la Jurisdicción Universal, instrumento de ida y vuelta en la lucha contra la impunidad, le llevaría de nuevo a Argentina para exigir la justicia que en España se había denegado y aún se niega a las víctimas del franquismo”, sostuvo Garzón en el obituario que le dedicó.
Las secuelas del disparo y las frecuentes internaciones lo afectaron. Aun así, Carli trabajó hasta su último día en el avance de la Querella argentina contra los crímenes del franquismo, que desde 2010 instruye la jueza María Servini de Cubría. La magistrada argentina es la encargada de esclarecer miles de casos entre desapariciones forzadas, trabajo esclavo, bebés robados, torturas y asesinatos producidos en España desde 1936 y 1978.
A su lado tenía a Jacinto. “Era un maestro. Yo era un colaborador, no era una relación de igual a igual. Quizá para él sí, pero desde mi perspectiva no”, sostuvo el abogado que continúa en búsqueda de Justicia tanto en los tribunales de Argentina como de España. “Lo que hizo, y no solo conmigo, fue transmitir sus enormes conocimientos. Aunque no tuviese muchas veces esa vocación pedagógica, la transmitía constantemente. Era de una generosidad absoluta, y no solo en ese sentido. Era generoso a todos los niveles que uno pueda imaginar”, resaltó Lara.
Fueron varios los argentinos que se alojaron en su casa de España cuando fueron a declarar. Careaga fue una de ellas y desde entonces forjaron un vínculo único: “Tuvimos una relación de compartir muchos lugares. Me parece tan cercano, que pareciera una relación de toda la vida”.
“Él, dentro de su vorágine diaria, no era consciente de lo que representaba. Era una persona de una relevancia enorme. Tuvo y mantuvo una actitud absolutamente humilde. Era una persona que tenía muchísima capacidad para meterse el ego en el bolsillo”, agregó el abogado.
Esa lucha llegó a los cines con la película El silencio de los otros. Film en el que se puede apreciar su fanatismo por Lanús en una taza que aparece en su despacho. “Cuando muere, sobre su cajón, sus familiares colocaron una bandera de la República española, un pañuelo de Madres de Plaza de Mayo y un banderín de Lanús”, contaron Silvia Salcedo y Maia Moreyra, integrantes del departamento de DD.HH. de Lanús. Esa área fue la que se encargó de impulsar la creación de un paseo de la memoria en las instalaciones de la institución.
Antes, en 1997, había sido declarado socio ilustre del club, a través de una carta firmada por el expresidente Emilio Chebel, a pedido del dirigente gremial De Gennaro, con quien también compartía pasión por el “Grana”. Además de la carta, le obsequiaron el tablón de la vieja cancha por su trayectoria en la defensa de los derechos humanos y él decidió dárselo a su padre.
Aunque esa pasión no fue heredara. Carli era hincha de River y asistió a la final del torneo de 1956 que enfrentaba a ambos equipos. El partido terminó en empate, el “Millonario” coronó y, al salir de la cancha, Jorge le dijo: “Nos robaron el campeonato”. Desde entonces, lo acompañó siempre que pudo a “La Fortaleza” y siguió al “Grana” a la distancia cuando debió exiliarse en España. Además, le transmitió la pasión a sus tres hijos: Paula, Natalia y Oscar.
La vuelta olímpica
El 18 de abril, Carlos Slepoy falleció a los 67 años por un fallo multiorgánico, en una de las tantas internaciones que tuvo en la última etapa de su vida. De hecho, casi se pierde el primer título de Primera División de su amado Lanús durante una de esas estadías en el hospital.
La calurosa tarde del 2 de diciembre de 2007, Lanús jugó contra Boca en la Bombonera. El empate le alcanzaba para conseguir su primer campeonato en la máxima categoría. Pero en Madrid era invierno y hacía mucho frío. Carli estaba internado en el Hospital General Universitario Gregorio Marañón y no estaba dispuesto a perderse el partido.
Entonces, Andrés, pareja en ese momento de su hija Natalia, llevó una notebook. Para conectarse a internet debían salir del centro de salud, así que, en su silla de ruedas y envuelto en frazadas, Carli vio en la puerta del hospital el 1 a 1 que selló la coronación del club de sus amores.
Con la emoción del momento, empezó a gritar: “¡Vamos Lanús, vamos campeón!”. De inmediato, Andrés empujó la silla de ruedas y comenzaron a dar vueltas alrededor del hospital, mientras Carli gritaba: “¡Grande Grana!”. “Esa actitud ante la vida, en este caso con el club de su vida, era la misma que tenía siempre”, relató con emoción su hija en un Zoom tras la inauguración del tributo que Lanús organizó.
Cada vez que era ingresado en el hospital, no dejaba de trabajar. Seguía preparando escritos y dando entrevistas para hablar de la jurisdicción universal. Las enfermeras se preguntaban: “¿Cómo puede ser que este hombre no pare nunca?”. Era eso lo que lo mantenía vivo y le daba sentido. Y por eso pasó a la historia. En Lanús y en el mundo.