Así se configura la violencia digital en Argentina: con 1589 insultos en dos años, Javier Milei es el usuario no troll que más la incita

Los picos de violencia identificados por la consultora coincidieron con momentos clave en términos de fidelización de su audiencia: la campaña presidencial de 2023, el inicio del gobierno libertario, y el caso LIBRA, que marcó el primer semestre de este año. Cómo se configura el mundo troll y el accionar en redes.

30 de julio, 2025 | 18.32

En la era Milei de la política argentina la figura del enemigo a exterminar ya no parece un exceso retórico, un juego de palabras o una interpretación forzada vinculada a los mecanismos de realización simbólica de la última dictadura cívico-militar. En los tiempos que corren la construcción de un enemigo funciona como una herramienta central, eficaz, vertebral de la narrativa polarizadora de La Libertad Avanza, y el presidente es el principal impulsor de ese modelo de violencia.

El informe “La provocación permanente” recientemente presentado por la consultora Ad Hoc, aborda y analiza la conversación política digital de 40 millones de usuarios en nuestro país, que pasan entre 4 y 6 horas conectados por día. Según el estudio publicado el 23 de julio la violencia digital en Argentina se duplicó en poco tiempo. Entre enero de 2023 y junio de 2025, se registraron 27,5 millones de agresiones verbales en plataformas digitales, y la cantidad mensual de insultos pasó de 666 mil a 1,3 millones por mes, una cifra equivalente a unos 1.747 insultos por hora.

Javier Milei, en este marco, es el máximo exponente de la agresión y violencia digital. Según los registros del documento, el presidente es el usuario no troll que más insultos y agresiones acumuló en los últimos dos años (1.589), quedando primero entre políticos identificables y sexto en el ranking general, solo superado por cuentas de trolls anónimos. Dichos números hacen referencia a agresiones emitidas o compartidas desde cuentas verificadas, con un alcance de cerca de 3,9 millones de seguidores.

Los picos de violencia identificados por la consultora coincidieron con momentos clave en términos de fidelización de su audiencia: la campaña presidencial de 2023, el inicio del gobierno libertario, y el caso LIBRA, que marcó el primer semestre de este año. El dato es significativo y estratégico: el presidente no desactiva el odio digital, lo capitaliza a su favor. Es que Milei hizo de la confrontación una identidad política diferencial que, según el informe, forma parte de una estrategia performática sistemática y orquestada.

El ranking de agresiones diferenciado por sector político también es liderado por el partido libertario, que que acumuló 1.660 insultos, frente a 1.274 del pro y 480 del peronismo. En ese sentido la consultora identifica que el método se ha institucionalizado como forma de hacer política y todos los frentes cuentan con provocadores que insultan o difunden insultos y agresiones. La violencia verbal no solo crece, sino que se ha normalizado como parte del debate político digital. La degradación del lenguaje también se ha trasladado al debate parlamentario, reduciendo drásticamente la posibilidad de intercambios democráticos profundos y acuerdos sociales.

Lejos de querer convencer o construir, la política hoy parece apuntar a movilizar miedos, frustraciones y pasiones para consolidar sus bases de apoyo. Y para eso, como marca el documento, requiere del accionar de tres actores diferenciados:​​ trolls, es decir cuentas sin identidad clara diseñadas para provocar y polarizar; provocadores, generalmente figuras públicas cuya legitimidad real amplifican sus mensajes agresivos, que pueden ser políticos o empresarios; y los amplificadores, que son medios, periodistas y usuarios con gran alcance cuya función es viralizar el contenido.

El modus operandi de la “cadena de la infelicidad” como lo define el director de la consultora, Javier Correa, es siempre el mismo: el presidente o los trolls inician un ataque con nombre propio, apunta contra adversarios, periodistas o figuras públicas; luego sus mensajes de odio se amplifican en comunidades afines a través de provocadores que lo retoman y suman sus opiniones; y cuando la conversación cobra relevancia es levantada por los medios de comunicación como una noticia. Esa lógica define buena parte del debate público actual.

A propósito de casos recientes como los ataques sincronizados a Luis Novaresio, Julia Mengolini y María O’Donnell, el análisis de Ad Hoc hace énfasis en cómo Milei y la comunidad del partido digital libertario actúan con un objetivo claro: ser visibles y alimentar la construcción del enemigo para ordenar su discurso, activar su base y justificar sus políticas. Las operaciones responden a la lógicas del show y el escándalo en las que se premia la confrontación y la capacidad de generar impacto emocional, no ideas o debates enriquecedores de la convivencia. Según el informe, los contenidos más agresivos obtienen mayor alcance, viralización, interacciones, y visibilidad. Por eso muchas veces “periodistas, empresarios y políticos se adaptan a la lógica de las plataformas para no sufrir el peor de los males, ser indiferentes. El secreto no es querer cambiar las cosas, sino, tal como quieren Bezos, Zuckerberg o Musk, tener tu atención”. La crueldad es rentable y Milei lo entendió mejor que nadie.

La estrategia que en principio parece comunicacional trasciende las fronteras de lo simbólico generando efectos políticos concretos. La construcción de enemigos es una herramienta en la carrera por la deslegitimación de los diferentes sectores que hoy se plantan como opositores al gobierno: feminismos, diversidades, trabajadores de la salud, empleados públicos, sindicalistas, estudiantes, organizaciones sociales, etc. La deshumanización pretende quitarles cualquier vestigio de legitimidad a sus identidades y anular el reclamo por sus derechos. Nadie va a salir a poner el cuerpo si quienes lo padecen son vagos, parásitos o corruptos merecedores de las políticas de crueldad.

A más de 40 años de la vuelta a la democracia, lejos de la racionalidad y voluntad dialoguista que alguna vez encendió el debate público, lo que prima en los espacios de intercambio digital e instituciones es el imperativo de la provocación constante y el ciclo de inculcación de odio, alimentación algorítmica, y resonancia afectiva. Este modelo exige algo más profundo que un cambio de estilo en las relaciones o los discursos: interpela el tipo de subjetividad que organiza el presente. El ciudadano crítico es reemplazado por el fanático, consumidor de indignación, o el soldado digital, y el diálogo es sustituido por el choque permanente y la descalificación del otro. La conversación pública se transforma en espectáculo, y el antagonismo, en performance emocional.

La pregunta que insinúa el informe sobre el final es si hay una salida a esta encrucijada social, si resulta posible recuperar un espacio para el disenso razonado en un clima donde toda diferencia parece ser interpretada como una grieta irrecuperable, como un motivo para deslegitimar al otro. Frente a un Estado que, bajo el gobierno actual, se comunica como troll, la respuesta opositora no puede ser replicar la lógica del escándalo, sino repolitizar el lenguaje, resignificar el conflicto, y recuperar la complejidad frente a la simplificación cruel del algoritmo.