Ricardo Barreda será recordado como uno de los criminales más notorios de la Argentina. El 15 de noviembre de 1992, en su casona de La Plata, asesinó con una escopeta a su esposa Gladys McDonald, a su suegra Elena Arreche y a sus dos hijas, Adriana y Cecilia. Desde entonces, su nombre quedó ligado al horror y a un caso que puso en evidencia la violencia de género en un país que todavía no tipificaba el femicidio.
Casi tres décadas después, el odontólogo femicida murió en un geriátrico de José C. Paz, a los 84 años, después de atravesar años de pobreza, demencia senil y soledad. Su final, marcado por la decadencia y el olvido, contrastó con la brutalidad con la que ejecutó a su familia.
Cómo fueron los últimos años de Barreda: soledad, maltratos y decadencia
Después de obtener la libertad condicional, Barreda convivió con Berta André, la mujer que lo había sacado de la cárcel y puso su departamento como garantía para su salida. Sin embargo, ella lo denunció por violencia y maltratos en 2014, y la Justicia revocó su libertad condicional. Ella murió poco después, en 2015, luego de una enfermedad cerebral, mientras que él volvió tras las rejas.
Con el correr de los años, Barreda pasó de departamentos prestados a pensiones y hospitales, hasta terminar en el Hogar Del Rosario. Testigos lo describen como un anciano encorvado, con un aspecto descuidado y una mirada llena de odio. En el geriátrico, debilitado y con lagunas mentales, casi no recordaba quién era ni lo que había hecho.
Un final en silencio en José C. Paz
El femicida murió el 25 de mayo de 2020 en un geriátrico de José C. Paz, solo y sin afectos cercanos. En sus últimos días creía que todavía vivía en la casona de La Plata y confundía recuerdos con delirios. Por momentos decía sentir culpa; en otros, olvidaba por completo los asesinatos.
Como ocurrió con Yiya Murano, la célebre envenenadora de los años '70 que también murió en soledad, el final de Barreda expuso un patrón: criminales que fueron íconos oscuros del país terminaron aislados, deteriorados y sin redención.
Es así porque el “caso Barreda” fue más que un crimen: obligó a la sociedad argentina a poner en discusión la violencia machista en los hogares, mucho antes de que el concepto de femicidio llegara al Código Penal. A tres décadas de aquella masacre, la casona de calle 48 en La Plata, donde ocurrieron los asesinatos, está en proceso de convertirse en un Centro de Memoria Activa Feminista.