Si querés hacer una escapada de fin de semana, las Estancias Jesuíticas de Córdoba son una excelente opción, perfectas para un recorrido turístico que incluye historia e identidad. Estas estancias fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000 y reflejan la huella profunda que dejó la Compañía de Jesús en la región. Especialmente tras la reciente partida del papa Francisco, quien perteneció a la Compañía de Jesús, es un momento ideal para conocer estas cinco estancias tan míticas de Argentina.
Ubicadas en diferentes puntos del paisaje serrano cordobés, estas estancias fueron concebidas como centros productivos que sostenían las actividades religiosas y educativas impulsadas por los jesuitas. Las estancias que integran este circuito son Caroya (fundada en 1616), Jesús María (1618), Santa Catalina (1622), Alta Gracia (1643) y La Candelaria (1683).
Desde la UNC (Universidad Nacional de Córdoba), explican que estos espacios responden a una estructura propia de los conjuntos monásticos europeos, que fue replicada en América: iglesia, cementerio adyacente, claustros para la vida religiosa, talleres y viviendas para los pueblos originarios. A esto se sumaba una fuerte actividad agropecuaria y vitivinícola, que caracterizó a cada una de las estancias. Quienes visiten este recorrido podrán comprender que el legado jesuita va mucho más allá de la arquitectura. Su aporte se refleja en aspectos espirituales, educativos, sociales y productivos que marcaron de forma decisiva el devenir cultural de la región cordobesa.
Para realizar el Camino de las Estancias se puede partir desde Córdoba en auto particular, en transporte público o bien contratando los servicios de una agencia de turismo receptivo que brindará además un servicio de guía profesional. Cada una de las Estancias Jesuíticas, a excepción de Jesús María, Colonia Caroya y La Candelaria, puede llevar un día completo de excursión, considerando las distancias para llegar a ellas. Se trata de un itinerario turístico cultural que permite descubrir y conocer los valores patrimoniales y la importancia mundial de estos lugares históricos, asociados con paisajes, tradiciones y costumbres que marcan la identidad de Córdoba.
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Las 5 Estancias Jesuíticas de Córdoba que fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad
1. Estancia Colonia Caroya
Se encuentra a 50 kilómetros de la ciudad de Córdoba. Fue la primera de las estancias organizadas por la Compañía de Jesús, allá por 1616. En 1661, la hacienda fue adquirida por el fundador del colegio Monserrat, el Presbítero Ignacio Duarte y Quirós, quien logró transformarla en una pródiga tierra con producción de maíz y trigo, frutas, vino, miel y algarrobo, y en un solar veraniego de sus alumnos. Cuando estalló la guerra de la independencia, la estancia de Caroya albergó la primera fábrica de armas blancas para abastecer de puntas de bayoneta al Ejército del Norte. Allí se confeccionó, por ejemplo, la espada del general José Artigas, prócer de la Banda Oriental.
La estancia pasó a manos del gobierno nacional y en 1876, en plena política de promoción a la inmigración europea, el presidente Nicolás Avellaneda dispuso que fuera el lugar de alojamiento de los inmigrantes provenientes de la región de Friuli, en Italia. Esos mismos colonos organizarían luego el poblado, en cercanías del casco de la estancia. La casa está estructurada alrededor de un patio central. El claustro está conformado por diez habitaciones, con muebles y objetos de diversas épocas, y una casilla. Actualmente la estancia acoge un museo politemático y un centro de interpretación.
2. Estancia Alta Gracia
Se ubica a 38 kilómetros de la ciudad de Córdoba. La construcción data del año 1643 y está integrada por la iglesia, que destaca por su fachada sin torres. La arquitectura denota curvas interrumpidas y pilastras de influencia barroco-italiano tardía. Hoy, además de ser un recurso turístico declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, esta iglesia funciona como parroquia de la localidad.
La estancia cuenta también con una residencia construida en ele, donde funciona desde 1977 el Museo Nacional Estancia Jesuítica de Alta Gracia y Casa del Virrey Liniers. En su interior se resguarda una importante colección de objetos provenientes de los siglos XVII, XVIII y XIX, así como exposiciones temporales y un nutrido programa anual de actividades culturales (conciertos, conferencias, cursos).
En el acceso se destaca el patio principal, que cuenta con una elegante escalinata central, un patio de trabajo, el obraje, el tajamar y las ruinas del molino y el antiguo horno. Los turistas pueden sumarse a las visitas guiadas que se brindan alrededor del museo; allí, diversas salas ambientadas detallan los diferentes huéspedes que habitaron la estancia: los jesuitas, los trabajadores africanos esclavizados, las mujeres y el propio virrey Liniers.
3. Estancia Jesús María
La Estancia de Jesús María se encuentra 4 kilómetros al norte de la Estancia de La Caroya, siguiendo por la Ruta Nacional 9. Su ubicación no es fortuita: por allí pasaba el Camino Real, en su huella hacia la capital del Virreinato. En sus tierras se originó la actual ciudad cordobesa de Jesús María. Construida en 1618, la Estancia de Jesús María —hoy Museo Jesuítico Nacional— es uno de los sitios imperdibles para conocer en este enclave del norte cordobés. Dedicada a la producción vitivinícola, fue el segundo núcleo productivo del sistema organizado por la Compañía de Jesús.
Descubrir la antigua estancia jesuítica —iglesia, residencia y bodega, así como los restos de antiguos molinos, perchel y tajamar— es posible a través de un recorrido autoguiado. En él, se incluyen testimonios que recrean los espacios productivos de la época y ofrecen conocer, por ejemplo, los lugares en los que se molían las uvas para la fabricación del vino. Desde 2014, también es un sitio de memoria de la organización Ruta del Esclavo. En tanto, dentro de la casa que habitaban los jesuitas se atesoran objetos religiosos y una colección arqueológica de esculturas de divinidades precolombinas.
4. Estancia Santa Catalina
A 50 kilómetros de la ciudad de Córdoba, camino a Ascochinga, aparece la Estancia de Santa Catalina, cuya organización fue iniciada por los jesuitas a partir de 1622. Se trata del mayor conjunto arquitectónico edificado por la Compañía fuera de la capital provincial. A partir de 1618, la tierra de Guanusacate pasó a llamarse Jesús María, desde que el padre Pedro de Oñate, en representación de la Compañía de Jesús, compró esta propiedad, que contaba con 20.000 cepas de vid, molino y herramientas varias.
En esta estancia, los jesuitas se dedicaron a la plantación de frutales. Ya en 1740, construyeron la casa-habitación y una nueva bodega, donde vio la luz el “Lagrimilla de oro”, el primer vino del Virreinato del Río de la Plata que, según afirman los documentos, fue servido en la mesa del rey. Con los años, se destacó como un gran centro de producción agropecuaria (con miles de cabezas de ganado vacuno, ovino y mular) y por el obraje con sus telares y aparejos. A su vez, era renombrada su herrería, la carpintería, el batán, su sistema con dos molinos y la conducción subterránea del agua que venía desde Ongamira, a varios kilómetros de distancia.
Con un guía, es posible visitarla y descubrir cómo conserva el diseño propio de los siglos XVII y XVIII. Además, en ella puede apreciarse una Iglesia monumental, que cuenta con una imponente fachada de dos torres. Junto a ella se encuentran el pequeño cementerio, precedido por un portal –que repite el estilo de la fachada de la iglesia– y la residencia, con tres patios, locales anexos y huerta. Finalmente, separados del cuerpo principal de la estancia, se encuentra el noviciado y la ranchería.
5. Estancia La Candelaria
Es la más extensa de las estancias jesuíticas y está ubicada en las Sierras Grandes, al noroeste de la capital cordobesa, en el departamento Cruz del Eje. Su nombre es un homenaje a la Virgen de las Candelas. La antigua merced de tierras que en un principio perteneció al capitán García de Vera y Mujica fue donada por sus descendientes, en 1673, a la Compañía de Jesús con el objetivo de contribuir al sostenimiento del Colegio Máximo de Córdoba. Los religiosos transformaron rápidamente el lugar en un foco de producción agropecuaria y adquirieron tierras lindantes hasta constituir una propiedad de 300 mil hectáreas.
Arquitectónicamente, la construcción combina elementos de una residencia con un fortín. Los esclavos negros proveyeron la mano de obra para erigir el lugar y todavía se pueden encontrar las ruinas de sus ranchos, distantes de la residencia de los sacerdotes y la capilla destinada al culto religioso. Después de la expulsión de los jesuitas, la Junta de Temporalidades ordenó su fraccionamiento.
En 1941, la Estancia fue declarada Monumento Histórico Nacional y fue recién en 1982 que la adquirió el gobierno provincial. El conjunto arquitectónico posee en general un aspecto cerrado, organizado en torno a un patio central rectangular. La capilla se destaca por su altura y fachada encalada, mientras que a su lado se ubican las dos sacristías.