Silvia Kutika atraviesa un muy buen presente profesional. Actriz de larga y destacada trayectoria en televisión, encontró en el teatro un espacio de resistencia e innovación con personajes de alta exigencia físico-emocional en obras atípicas para la escena porteña. Tras su exploración del género terror con las dos maravillosas obras El cuarto de Verónica y Te espero en la oscuridad, Kutika protagoniza el drama ético Al fin y al cabo es mi vida, que sigue la historia de una escultora de mediana edad que queda cuadripléjica luego de un accidente. Postrada en una cama, la mujer emprende su última lucha: una muerte digna, a contramano de los médicos que deciden por ella. Dirigida por Mariano Dossena, la obra puede verse los miércoles de septiembre en el teatro Metropolitan.
“Le estoy tirando al universo deseos y el universo me devuelve cosas hermosas como esta obra”, confesó Silvia Kutika en un mano a mano con El Destape a raíz de su nuevo desafío actoral, que la tiene compartiendo cartel con Fabio Aste, Mirta Wons y un elenco de jóvenes de la compañía teatral que formó el productor Adrián Lázare.
Suelo asociar el teatro a lo físico, pero tu nuevo personaje va a contramano de esta idea. Estás postrada en una cama, sin mover más que tu cabeza, durante casi dos horas.
- Este es un personaje que deseaba hacer. En los primeros ensayos de Al fin y al cabo es mi vida intenté no mover el cuerpo y me resultó algo bastante natural y normal, siendo que yo soy muy movediza cuando hablo y gesticulo. El texto me llevó a ir a un lugar más reflexivo, a que pase todo por la cabeza y el corazón. La sensación es como que formo parte de la cama y de las almohadas, y que solo están volando mi cabeza y mis emociones. Es muy raro.
¿No da un poco de miedo?
- No, es muy disfrutable. Es tremendo lo que te digo, pero debe ser porque sé que después de hacer la función me voy a levantar de esa cama. En ese momento de teatro, la relación que establezco con los otros personajes y la lucha de la protagonista por lograr una muerte digna es muy fuerte. Al final de la obra a veces digo que la historia que contamos habla de la vida y de cómo uno vive su vida y su continuidad, que es el derecho a elegir lo que querés hacer con ella.
Más allá de la obra, ¿vos qué pensás acerca de los debates de muerte digna, eutanasia y suicidio asistido?
- Son temas que hemos debatido mucho con mis compañeros de elenco y de hecho hay algunos de ellos que no están de acuerdo con la muerte digna. Es algo muy personal. En mi caso, con mi viejo y mi vieja -ya no tengo a ninguno de los dos- hemos tenido muchas charlas al respecto, sobre todo con mi mamá. Ella nos decía que no quería ser una carga para nadie y que si no había vuelta atrás, su deseo era irse sin ninguna asistencia extra. Su vida terminó con cuidados paliativos, sin dolor. Es algo parecido a lo que le pasa a la protagonista de la obra, que es una mujer a la que el cuerpo no le responde y lo que busca es que la dejen salir del hospital donde la mantienen viva, para tener una muerte tranquila, una muerte digna.
En este momento yo estoy sana, pero no sé si tendría su coraje ante una situación decisiva. De lo que estoy muy segura es que, al igual que mi vieja, yo tampoco quiero ser una carga para mi hijo y mi nuera.
La protagonista es una escultora con una vida activa hasta antes de su accidente. ¿Este personaje te amigó con la idea de la finitud de la vida?
- Sí. En algún momento desde que estrenamos salió una crítica que decía que era una obra “para gente grande y para gente que cuida gente” y la verdad es que no estoy de acuerdo. A cualquier persona le puede ocurrir un accidente y terminar cuadripléjica. Lo que pasa es que cuando uno es joven se cree Superman, creemos que tenemos la vida eterna y no nos hacemos este otro tipo de planteos. Es triste, pero también es parte de la vida.
¿Por qué creés que a los argentinos nos cuesta tanto dar este debate humano?
- La posición de seguir adelante o no en una situación donde se pierde calidad de vida no está ni bien ni mal, es. Está bueno que cada uno pueda ejercer su derecho a decidir sobre lo que es nuestro. El tema de conflicto está centrado en el debate médico y la cuestión religiosa, aspectos que también plantea la obra. Yo soy católica, creo en una energía superior, y lo que se nos inculcó es que ese poder mayor es el que decide cuando te vas. Y creo que ahí está el tire y afloje que impide que muchos argentinos puedan abrirse al debate.
¿En el caso de la muerte de tus viejos hubo espacio para esa charla interna sobre su final?
- No, porque mis padres estaban muy decididos y con mi hermano respetamos sus deseos. No es fácil, pero fue un acto de amor hacia ellos y una forma de que no sufran.
Del otro lado, están quienes terminan como enfermeros de sus seres queridos.
- Eso es tremendo. Mi mamá es -para mí sigue siendo- húngara y cuando estaba muriendo yo la escuchaba, y eso que ya estaba con morfina, decir “Dios mío, Dios mío” en su lengua natal. Había algo que le seguía doliendo y cuando escuché esas palabras le pedí a Dios que se la llevara ya, por favor, porque me partía en dos. Mi mamá se murió en casa: tenía una leucemia galopante.
Claro, una enfermedad que avanza muy rápido.
- Cuando me dijeron lo que tenía reaccioné como una zonza. Pensaba que como le habían diagnosticado leucemia de grande iba a poder hacer su vida con la enfermedad y no, porque al mes se murió.
¿Creés en las señales que dejan los seres amados que ya no están con nosotros?
- Me pasa que siempre viene un colibrí cuando viene la primavera, aparece en el balcón de mi ventana. Yo le digo Coquito. Para mí, es mi vieja.
Su amor de más de tres décadas con Luis Luque, la internación que atravesaron y un esperado regreso para el 2026
El año que viene te vamos a ver en El último gigante, una película de Marcos Carnevale donde actúas con Luis Luque, tu compañero. Hacía mucho que no los veía trabajar juntos…
- Lo último que hice junto a Pipo (por Luque) fue la serie Cartoneros. Y esta película que decís fue una experiencia hermosa: para el rodaje viajamos con Pipo a Iguazú, a un hotel soñado y en medio de la selva. Es una película súper emotiva y habla del reencuentro de un padre y un hijo (Oscar Martínez y Matías Mayer) que no se ven desde hace un montón de tiempo. Me encantan esas historias donde no hay buenos y malos, donde se muestra que las personas cometemos errores y somos dignos del perdón y de la aceptación, y que lo más importante son los vínculos. Creo que es una película que cuenta los vínculos hermosamente. Pipo hace un personaje divino, un hippie de la selva que es muy entrañable.
Esta película va a marcar el regreso a la actuación de Luis desde el estreno de El Gerente, en 2022.
- Sí… Luis tuvo algunas propuestas para hacer teatro, pero todavía no se sentía muy seguro. Él estuvo internado tres meses, por un paro, así que fue bastante serio. Y durante la internación le entró una bacteria que complicó más su proceso de recuperación. Después, con la rehabilitación que tuvo que hacer eligió tomarse un tiempito de descanso.
El proceso de acompañamiento a Luis durante su internación coincidió con años en los que tuviste mucho reconocimiento por tu trabajo de actriz. ¿Cómo viviste ese paralelo de situaciones?
- Fue algo muy raro la verdad. A veces hablaba con Luis desde el hospital mientras estaba por salir a hacer función y me ponía muy triste no poder estar ahí con él, acompañándolo. También me costó la situación de ir a verlo y que los médicos me dijeran que había un retroceso en su estado. Volvía a casa triste y enojada con la vida, conmigo, con él, enojada con el mundo. Pero bueno, valió la pena. Después de estar filmando en Iguazú, Luis está con muchas ganas de volver a actuar.
¿Cuántos años llevan juntos?
- 34 años.
Se conocieron en la televisión, grabando una telenovela. ¿Quién buscó a quién?
- Pipo dio el primer paso. Nos conocimos trabajando en una novela pero estábamos los dos en pareja así que no pasó nada. Después de 7 años nos volvimos a encontrar y estábamos ya solos, así que me mandó unos mensajitos por medio de Alejandra Darín, que fue nuestra celestina hermosa.
Empezaron a salir y Luis asumió el rol paterno de tu hijo…
- Sí. Es muy difícil arrancar una pareja cuando una de las dos personas tiene un hijo, porque si una de las partes del dúo no acepta al nuevo integrante no hay acuerdo posible. Me acuerdo de una vez… estábamos empezando a salir con Pipo y yo había coordinado para que mi mamá se quedara a cuidar a mi hijo Santi, pero de pronto se hinchó con una alergia y tuve que salir corriendo al hospital de niños. Cuando Pipo me vino a buscar lo atendió mi mamá y le contó lo que había pasado, y ¿sabés qué hizo?. Me empezó a buscar por distintos hospitales. Eso fue un llamador para mí de que la cosa iba a funcionar y ahí Pipo empezó a incorporarse a la vida de Santi. Fue siempre muy amoroso y contenedor, tanto que cuando murió el papá biológico de mi hijo -y yo estaba en gira- fue Pipo el que lo cuidó. Y ya Santi era grande. Son pequeñas cosas que te van marcando que el trío funcionó.
¿Cuál es tu clave para estar durante más de tres décadas en pareja y ser feliz?
- Nos ha pasado de todo (se ríe). Tuvimos crisis… esos momentos donde sentís que por cansancio, por el trabajo, por dos millones de cosas que te van ocupando la vida no estás prestando atención a tu compañero. Lo que nos funciona a nosotros dos es que siempre nos elegimos, aún en los momentos en los que nos preguntamos si estamos bien o raros. Y si llegamos a esa instancia aparecen los pequeños detalles, un chocolatito, una llamada de teléfono, una caricia, cosas que nos hacen sentir bien.
En la sociedad emocionalmente rota en que vivimos su técnica de amor ya es un montón…
- Estamos muy poco pacientes, mirándonos tanto el ombligo y la tecnología nos está encerrando en islas. Hoy pareciera que no está bueno mostrar emociones, cuando es todo al revés. Cuanta más vulnerabilidad nos permitimos mostrar, es mejor la relación que tenemos con los otros. Pero vivimos con miedo a eso, miedo a que nos lastimen, pero la vida es eso. La vida es dolor, es hermosa, es placer, es estar hecho percha y levantarte. No existe lo perfecto. Si vos buscás que la otra persona sea perfecta, te vas a golpear contra un muro. Yo quisiera cambiar algunas cosas de Pipo y él también mías, pero ya sé que es así y viene ese combo. Entonces hay que aprender a aceptar, porque yo tampoco soy perfecta. Aunque bueno, hay cosas que si se hablan se pueden modificar un poco. Pero es divertido encontrar esas cuestiones y a la vez seguir eligiendo a esa persona porque te encanta y te hace ser mejor persona.
Son cosas chiquitas, pero a veces el otro te enseña. Por ejemplo, Pipo me dice que soy re cabezona y el otro día estábamos discutiendo si había una o dos pizzerías al lado del teatro Metropolitan. “Te apuesto una docena de empanadas que hay dos”, me dijo Pipo. Y yo estaba empecinada en que estaba equivocado. Bueno… Pipo tenía razón (se ríe). Yo soy leonina, tozuda al mango.
“Cobro un cachito más de la jubilación mínima. No puedo vivir con eso”
¿Cómo ves el presente de la cultura en Argentina?
- Te juro que es la primera vez que no sé cómo va a terminar todo. Soy una persona grande, tengo 69 años y nunca hasta ahora tuve una sensación de desasosiego tan fuerte. Por un lado, veo que hay en cartelera muchísimas obras de teatro atractivas, con nombres de actores y actrices muy llamativos, pero en un punto esto no es nada bueno porque quiere decir que todos se están corriendo al teatro porque no hay ficción. El teatro pasó de ser un lugar de resistencia a un espacio donde todos ven la oportunidad de generar un ingreso ante la ausencia de ficción. En cine se hace muy poquito, las series van todas por plataformas -pero es un laburo de dos o tres meses y para muy pocos actores-, entonces el teatro es la salida.
También me pasa que estoy muy cansada del tema de la grieta, sobre todo entre nosotros porque nos estamos auto destruyendo. Siento que estamos absolutamente huérfanos y que nadie está pensando realmente en la mejoría de la sociedad y de la gente que labura. Siento que los que laburamos estamos en el horno. El otro día hablaban del tema de los discapacitados y de los jubilados, yo tengo una jubilación como persona de 69 años… si yo tengo que vivir de mi jubilación me deprimo y me muero. Después, cuando escuchás cuánto cobran los senadores, que tienen muchísima responsabilidad, y es imposible no enojarte. Cuando quieren, hay plata.
¿Cobrás la jubilación mínima?
- Un cachito más que la mínima. Yo no puedo vivir con esa jubilación.
Se habla de la cultura como si fuese una hoja que se cae del árbol, que no importa, y no es así. Se necesita no solo tener la panza llena, sino tener el corazón y la cabeza llena. ¿Sino que vida tenemos? Una vida vacía. Las películas, el teatro, los libros, la música nos permiten abrirnos a mundos de juego y fantasía, y usar la imaginación. Yo me niego a que los jóvenes solamente tengan que laburar para ver como pagan el alquiler y aún así no llegan a fin de mes. Es muy cruel.
¿Con tu hijo te pasa una situación similar?
- Santi tiene 37 años y es papá de Faustino y de otro bebé, Oliverio, que ya está en camino, y me ha hecho una abuela muy feliz. Pienso que él y mi nuera son muy osados en traer dos chicos a este mundo. Santi es director de cine, tiene una editorial de cómics que se llama Hotel de las Ideas, que funciona como una cooperativa, y la está peleando. Son jóvenes que están día y noche pensando cómo hacer para mejorar su negocio y están recontra preparados. Aún así, te confieso que como mamá cuando me dijo que se iba a dedicar a la dirección de cine y después a la editorial entré en pánico, pero después elegí confiar. ¿Qué pueden decir dos padres artistas? (se ríe).
Pero pienso todo el tiempo en él, y pienso en mis nietos y digo, ¿qué les va a quedar?, ¿irse de la Argentina? Sería una pena. No nos merecemos que nos engañen, de parte de ningún Gobierno. Aunque haya gente que diga que los argentinos somos todos unos vagos, somos personas de mucho laburo, nos gusta y lo disfrutamos.