La historia de nuestro deporte de las últimas décadas indica que los argentinos podemos ser buenos corriendo siempre y cuando haya una pelota en el medio. No sólo el fútbol. Rugby, hockey, básquet, tenis (el vóley corre menos, claro, pero también está allí la pelota y también competimos, como lo confirmó la victoria reciente ante Francia, campeón olímpico). En cambio, cuando se trata de correr en competencias atléticas, sin pelota de por medio, tenemos entusiasmo, sí, como lo demostró el record de quince mil inscriptos ayer en el Maratón de Buenos Aires, pero perdemos fuerza. Llevamos largas décadas de ausencia en los Mundiales de Atletismo, como volvió a suceder en la edición que concluyó ayer en Tokio con el triunfo de Estados Unidos en el medallero final. Hasta subió al podio una atleta uruguaya (Julia Paternain, nacida en realidad en México y crecida en Inglaterra) tercer puesto histórico en el Maratón femenino. Esfuerzo de nuestra delegación mínima de cinco atletas. Nada por acá. Nada por allá.
Pero no siempre fue así. Allí están, sino, los oros olímpicos primero de Juan Carlos Zabala, "Zabalita", "El Ñandú Criollo", en los Juegos de Los Angeles de 1932, y de Delfo Cabrera luego en los Juegos de Londres 1948, cuando además el mendocino Eusebio Guiñez llegó quinto y el bahiense Armando Sensini, noveno. Tres argentinos entre los diez primeros, dato único en nuestra historia olímpica. Oros ambos de cuna humilde. Ayer, fue sexto con record argentino el esquelense Joaquín Arbe. Y tres argentinos fueron los no africanos mejor ubicados en la clasificación general masculina, todos dentro del top ten. También entre las mujeres fueron argentinas las no africanas mejor clasificadas (novena la tandilense Luján Urrutia y décima la marplatense Anahí Castaño). Pero todos ellos y ellas, claro a distancia enorme de keniatas y etíopes que hegemonizaron los podios, en mujeres y hombres. Keniatas fueron también los campeones femenino y masculino en el Maratón que se corrió también ayer en Berlín. Y fueron también africanos los podios de hombres y mujeres en el Maratón del Mundial de Atletismo de Tokio. No es sorpresa.
Hay que leer “El Gen Deportivo”, del periodista estadounidense Dave Epstein. Un enorme trabajo de investigación para para contar que obviamente no se trata de toda Africa, pero sí especialmente de regiones específicas en Kenia y Etiopía, ante todo, para explicar el fenómeno. Clima, altura, historia, tradición y una genética de piernas ligeras y flexibles y extremidades flacas que ayudan para las pruebas de fondo. El libro explica también por qué Jamaica, un país de apenas tres millones de habitantes, es una fábrica a su vez de campeones en las distancias cortas, desde el formidable Usaín Bolt, acaso el mejor atleta de la historia, hasta Oblique Seville, campeón flamante en el Mundial de Tokio, con un tiempo de 9,77 segundos.
Hay quienes corren pero detrás de los negocios. Un atleta ejemplar como Martín Scharples, corredor con prótesis o en silla de ruedas, denunció la semana pasada al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por entregar recursos e infraestructura para el Maratón de Buenos Aires a una empresa vinculada con periodistas del diario Clarín. “Se entrega libre y graciosamente a una empresa uno de los eventos deportivos más importantes de la ciudad”, dice la denuncia patrocinada por el también periodista Pablo LLonto, que estima negocios de 3.100 millones de pesos y casi un millón de dólares para el actor privado, “a cambio de nada” para la Ciudad. Entrega a cambio de nada, dice la denuncia. Los maratonistas tienen una frase de cabecera: “Pain is inevitable. Suffering is optional" (El dolor es inevitable. El sufrimiento es opcional). También el cumplimiento de la ley debería ser inevitable. Lo opcional podría depender, claro, del juez de turno. Y de la cara de los actores