Cuando Franco Colapinto estrelló su Alpine en la clasificación del sábado en Imola volvió a nuestra memoria un nombre trágico para la Fórmula 1: Tamburello. Fue la misma curva en la que se mató Ayrton Senna en plena carrera de 1994, y con su cabeza alterada porque horas antes había muerto en el trazado el piloto austríaco Roland Ratzenberg y luego casi sucede lo mismo con el brasileño Rubens Barrichello, tiempos de plena inseguridad en una F1 que comandaba con mano de hierro el francés Jean Marie Balestre en la organización y el británico Bernie Ecclestone en los negocios.
“Balestre, ladrón/ Senna es campeón”, le gritaban los hinchas al francés, que favorecía a su compatriota Alain Prost en la puja con el tricampeón brasileño, duelo de autazos y acusaciones mutuas. A Ecclestone ni siquiera lo dejaron asistir al cementerio en el entierro multitudinario en Río de Janeiro. Lo acusaron de “asesino”. Balestre era algo así como el Joao Havelange de la F1, un hombre que alguna vez admitió que, efectivamente, vistió uniforme nazi durante la Segunda Guerra Mundial, pero que él, buscó aclarar, era en realidad “un infiltrado de la Resistencia”. A su sucesor en la Federación Internacional de Automovilismo (FIA), el inglés Max Mosley, directamente lo filmaron con uniforme y temática nazi en una especie de orgía con prostitutas. Su padre, Oswald, había sido fundador del Partido Nazi en Gran Bretaña y a su boda había asistido Adolf Hitler.
Presidentes autoritarios y Ecclestone como gran tiburón haciendo negocios, con los derechos de la F1 adquiridos por cien años, una operación escandalosa que derivó en procesos judiciales. En su miniserie de Netflix, el propio Senna se muestra tiburón también él para los negocios. “La F1 –dice un personaje de la miniserie- es siempre un negocio, excepto un par de horas los domingos”. Pero ni siquiera durante la carrera cesan las operaciones. ¿O acaso Flavio Briatore, hoy algo así como “el tío protector” de Colapinto en Alpine, no fue echado de por vida de la F1 en su momento cuando le ordenó a su piloto Nelsinho Piquet que se estrellara contra un muro para detener el GP de Singapur en 2008 y permitir así la coronación del español Fernando Alonso?
Es el mismo Briatore condenado judicialmente en su tiempo por evasor fiscal, incluído en escándalos diversos y que ironizó alguna vez que jamás se dedicaría a la política porque eso significaba “poco dinero”. El mismo que volvió finalmente rehabilitado a la F1 para echar al australiano Jack Doohan a las seis carreras de iniciado el campeonato. Mick Doohan, el padre multicampeón de motos de Jack, dijo el sábado que Alpine era “una escudería de pago”. Es decir, que Briatore echó a su hijo y tomó a Colapinto por la gran cartera de patrocinadores que llegaban con el argentino. ¿Pero no fue siempre así la F1? ¿No recibió ayudas hasta el propio Juan Manuel Fangio cuando comenzó en la F1 por parte del gobierno de Juan Domingo Perón? Sucede en todos lados y en todas las épocas.
Eso sí, es incierto el tiempo que Briatore le dará ahora a Colapinto, que rompió parte del auto en su debut con Alpine en la clasificación del sábado y condicionó su labor del domingo a simplemente llegar a la meta en el puesto que fuere (16º, mismo de la largada). Este fin de semana toca un trazado todavía más difícil, en Mónaco. Las presiones irán creciendo y también las demandas en las redes y hasta de alguna parte de la prensa. Es el periodismo que, a veces, como decía también la miniserie de Senna, “se comporta igual que los fanáticos”.