Cuando ruede la pelota este sábado en Miami, y finalmente comience el Mundial de Clubes, los ojos del mundo estarán puestos en Lionel Messi y el Inter Miami. Sin embargo, en la otra mitad de la cancha un siglo de títulos e historia estará representado en once futbolistas. Porque el Al-Ahly de Egipto no sólo tiene un palmarés que sería la envidia de cualquier otro club, sino que es una de las instituciones deportivas más cargadas de simbolismo político y cultural del mundo árabe y africano, llevando consigo más de un siglo de historia que trasciende ampliamente los límites del fútbol.
El contraste no podría ser más evidente. Mientras que Inter Miami simboliza el poder de atracción del fútbol estadounidense, la "espectacularización" del fútbol (hasta su ingreso al torneo es polémico) y la capacidad de las superestrellas globales para transformar mercados, Al-Ahly representa algo diametralmente opuesto: una institución forjada en la resistencia anticolonial, moldeada por revoluciones populares y marcada por tragedias que han definido la historia moderna de Egipto.
Con un palmarés que incluye más de 100 trofeos oficiales, el club cairota llega a Miami como el representante más exitoso del fútbol africano. A lo largo de su historia, los triunfos dentro de la cancha fueron forjando su identidad del otro lado de la línea de cal. Al-Ahly es indistinguible del fútbol egipcio, al punto tal de que sus grandes momentos empalman con los grandes momentos del seleccionado africano, máximo ganador de la Copa Africana. Entender la magnitud de Al-Ahly requiere incluso adentrarse en sus orígenes como bastión del nacionalismo egipcio. Fundado en 1907 por estudiantes independentistas mientras Egipto estaba bajo el dominio británico, el club adoptó deliberadamente el nombre "Al-Ahly" (que significa "El Nacional" en árabe) y el color rojo de la bandera egipcia precolonial como símbolos de resistencia ante la ocupación.
Esta identidad fundacional se consolidó a través de una política de membresía que, desde sus inicios, restringió el acceso exclusivamente a ciudadanos egipcios, contrastando marcadamente con otros clubes de la época que admitían expatriados europeos. Esta decisión, y los éxitos tempranos, cimentaron la reputación del Al-Ahly como "el club del pueblo", una denominación que perdura hasta hoy y que explica su masiva popularidad entre todas las capas sociales del país. La asociación temprana con figuras como Saad Zaghloul, líder del movimiento independentista, y posteriormente con Gamal Abdel Nasser, arquitecto de la revolución de 1952, reforzó estos vínculos con las aspiraciones nacionales.
El dominio deportivo ha sido la base sobre la cual se construyó esta influencia cultural. Con 45 títulos de la Liga de Egipto y 39 Copas nacionales, Al-Ahly ha establecido una hegemonía que junto a su eterno rival, el Zamalek, ha configurado un duopolio en la cúspide del fútbol egipcio desde hace décadas. Su éxito continental, con 12 títulos en la Champions League Africana, lo convierte en el embajador más exitoso del fútbol africano en el escenario internacional, atrayendo la atención global hacia una región futbolísticamente subestimada.
Pero detrás de los éxitos también hay dolor y tragedia. La historia reciente de Al-Ahly está marcada por episodios que trascienden lo deportivo y se adentrán en los momentos más cruciales de la historia egipcia contemporánea. Durante la Primavera Árabe de 2011, los "Ultras Ahlawy", una unión de los hinchas más fervientes del club, se convirtieron en protagonistas de las manifestaciones que derrocaron a Hosni Mubarak, quien fue presidente de Egipto a mano de hierro por 30 años, desde 1981 hasta su caída. Su experiencia en enfrentamientos con la policía durante años de represión en los estadios se tradujo en una capacidad organizativa y una valentía física que resultaron cruciales durante episodios como la "Batalla de los Camellos" en la Plaza Tahrir. "La revolución comenzó en los estadios de fútbol" se solía decir, dado que ese ámbito era perfecto para una expresión comunal vedada en otros aspectos de la vía pública.
Sin embargo, el precio de esta participación política fue devastador. La masacre de Port Said del 1 de febrero de 2012, donde 72 hinchas de Al-Ahly perdieron la vida en un partido ante el Al-Masry, fue en circunstancias que muchos consideran una venganza orquestada por su papel y se convirtió en una herida abierta en la memoria del club. La tragedia, que ocurrió exactamente un año después de la "Batalla de los Camellos", suspendió la liga egipcia durante dos años y marcó un punto de inflexión en la relación entre el Estado y los movimientos juveniles que habían emergido con fuerza durante la revolución. Desde ese momento, el fútbol egipcio nunca volvió a ser el mismo, ni tampoco la hinchada del Al-Ahly: por años no pudieron ver a su equipo en la cancha, salvo en contadas ocasiones, y cuando el público volvió ya nada era lo mismo: muchos de los Ultras ahora corren con derecho de admisión o estrictos controles a la hora del ingreso. El público también en la mayoría de los casos está limitado en su aforo y ahora el perfil de quienes van a la cancha responde a otro estrato sociocultural, en parte por la persistente crisis económica que sacude a Egipto desde hace años, y en parte por una búsqueda deliberada de las autoridades egipcias.
La figura de Mohamed Aboutrika encarna perfectamente esta intersección entre gloria deportiva y compromiso social que define a Al-Ahly. "El Mago", como era conocido por su exquisita técnica, trascendió su condición de ídolo futbolístico para convertirse en una voz moral influyente en la sociedad egipcia. Multi-campeón con Al-Ahly y la Selección Egipcia, se lo considera como uno de los mejores jugadores del fútbol africano. Su figura, incluso, está rodeada de mística: en sus mejores años rechazó múltiples propuestas para jugar en el fútbol europeo, eligiendo quedarse siempre en el club de sus amores. Pero mas allá de sus estadísticas y su lealtad, su figura también es eminentemente política: Desde su gesto de mostrar una camiseta con el mensaje "Solidaridad con Gaza" tras marcar un gol en la Copa Africana de 2008, hasta su rol tras la masacre de Port Said en solidaridad con las víctimas, incluso poniéndose al frente de las protestas exigiendo justicia, lo situaron en el centro de las turbulencias políticas del país. Las consecuencias para él fueron severas: acusado de financiar a la Hermandad Musulmana, especialmente tras su apoyo al difunto ex presidente Mohamed Morsi, sus activos fueron congelados y fue incluido en listas de terroristas hasta 2024, obligándolo al exilio en Qatar.
Esta carga histórica viaja con Al-Ahly a Estados Unidos. El club no llega solo como un equipo, sino como el depositario de memorias colectivas, tragedias nacionales y aspiraciones políticas que resuenan en millones de personas. El enfrentamiento inaugural entre los egipcios y el Inter Miami cristaliza dos filosofías antagónicas sobre el fútbol moderno. El encuentro será, por tanto, mucho más que un partido de fútbol. Será un diálogo entre dos formas de entender el deporte: la que prioriza el espectáculo y las figuras mediáticas, y la que se sustenta en la identidad colectiva y la historia compartida. Con sus alegrías y triunfos, sí, pero también con sus dolores y tristezas.