El límite del ajuste permanente de Milei

El ajuste de Milei busca sostener el superávit fiscal para pagar la deuda, pero enfría la economía, reduce la recaudación y profundiza la recesión. La fragilidad fiscal y la dependencia de Estados Unidos exponen el límite del modelo.

05 de noviembre, 2025 | 00.05

Javier Milei tiene como una de sus principales anclas políticas y económicas el superávit fiscal. En términos políticos, porque es el mensaje a la sociedad de un gobierno de austeridad y de control de las variables macroeconómicas; en términos económicos, porque es el mensaje al mercado financiero de que el ajuste de las cuentas públicas está orientado a garantizar el excedente fiscal para comprar los dólares y cumplir los compromisos de intereses y capital de la deuda.

Ahora bien, el ajuste económico, o sea, la represión de la demanda doméstica para controlar la inflación, disminuye los ingresos fiscales (tributos vinculados a la actividad económica), lo que genera un círculo vicioso de caída de la economía: el ajuste reduce la recaudación impositiva, lo que deriva en más ajuste para conseguir el superávit fiscal, pero a la vez deteriora aún más la recaudación.

Si el gobierno de Milei no mantiene el superávit fiscal, el denominado "mercado" lo castigará porque aparecerán dudas acerca de la capacidad de pago de la deuda, entonces, no bajará el riesgo país a umbrales de 400 puntos básicos, un nivel que habilita a poder emitir nueva deuda pública en dólares, necesaria para cubrir los próximos vencimientos. Por lo tanto, no puede relajar la cuestión fiscal para consolidar el nuevo esquema de gobernabilidad con apoyo de gobernadores "amigables" que requieren recursos nacionales, por ejemplo, para realizar obras públicas o para pagar salarios y aguinaldos en diciembre.

Así, el esquema macroeconómico de Milei cruje y, por ahora, puede extenderlo, en primer lugar, porque ganó tiempo con el resultado favorable de las elecciones de medio término, y en segundo lugar, porque tiene el apoyo financiero de Estados Unidos.

Los datos duros de la recaudación

El análisis de la recaudación de octubre del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF) ofrece apuntes para comprender esta tensión. La recaudación tributaria nacional descendió un 3,6% interanual en términos reales. Si se excluye el componente del comercio exterior —tras la eliminación del impuesto PAIS— la variación es levemente positiva, del 1%. La recaudación global muestra la fatiga de la recesión.

Por tributo, la mayor contracción fue en Bienes Personales, cuya recaudación descendió un 67,8% real interanual; se trata de un alivio impositivo a altos patrimonios que reduce la progresividad efectiva y la caja del Tesoro. También retrocedieron los derechos de exportación (-66%), afectados por la eliminación temporal de la carga al sector agropecuario, y los impuestos internos coparticipados (-7,4%).

A este cuadro se suma que en octubre de 2024 hubo ingresos extraordinarios por el blanqueo de capitales y la moratoria impositiva. Del otro lado, lideraron las subas los derechos de importación (+44%), el impuesto a los combustibles (+25,2%) y Ganancias (+13,2%), variaciones estimadas con una inflación mensual supuesta de 2,3% en octubre.
El principal impuesto, el IVA, quedó estancado en términos reales: un signo de consumo debilitado. La seguridad social —segundo pilar de la recaudación— avanzó apenas un 1,2% real interanual.

Si se amplía el lente al acumulado de los primeros diez meses, IARAF estima que la recaudación total fue, en términos reales, similar a la de 2024. El esquema impositivo de Milei muestra caídas en Bienes Personales (-33,7%), Internos coparticipados (-10%) y retenciones (-7%); y alzas en combustibles (+54,4%), derechos de importación (+23,4%) y seguridad social (+17%).

La recaudación total fue, en términos reales, similar a la de 2024. Fuente: IARAF.

El círculo vicioso del ajuste económico

La contabilidad creativa del superávit de Milei se apoya en recortes del gasto público que enfrían la economía y, por lo tanto, reducen la recaudación que la propia meta fiscal necesita. Y en decisiones tributarias que alivian la carga sobre sectores privilegiados —retenciones y Bienes Personales— que provocan la merma de recursos al Tesoro.

El resultado es un equilibrio precario que obliga a convalidar más ajustes cada vez que la recaudación retrocede. Si no afloja el ajuste, la actividad vuelve a caer y la meta fiscal se sostiene a costa del deterioro de la economía real, con el consiguiente daño social.

Desde la política, el panorama también es complejo. Todo esto ocurre con una sociedad que arrastra ingresos reales en caída, consumo retraído y un tejido productivo golpeado por tasas de interés elevadas.

La apuesta oficial para escapar de esa pinza descansa hoy en dos variables. La primera es política: el envión que dejó la elección de medio término, suficiente para sostener, por ahora, la narrativa del orden fiscal. La segunda es geopolítica y financiera: el apoyo de Estados Unidos, que oficia de respirador de emergencia de corto plazo para enfrentar vencimientos y comprar tiempo.
Sin embargo, ambas no resuelven el nudo del ajuste permanente. Lo que sucede es que la composición de los ingresos públicos se está volviendo más vulnerable: importaciones, combustibles y Ganancias tiran del carro; IVA y seguridad social apenas resisten. Es una estructura que descansa menos en el mercado interno y más en flujos aduaneros.

El ajuste económico, o sea, la represión de la demanda doméstica para controlar la inflación, disminuye los ingresos fiscales (tributos vinculados a la actividad económica), lo que genera un círculo vicioso de caída de la economía.

El veranito político y financiero

Para una economía con consumo deprimido y la industria nacional y el comercio en escenario recesivo, el saldo es la incertidumbre y la inestabilidad de corto y mediano plazo. No hay superávit fiscal que aguante si la economía real no despega; y no hay despegue si la meta fiscal se logra exclusivamente por la vía del ajuste regresivo.

Por eso, la clave no es si habrá superávit fiscal en los próximos meses, sino a qué costo y por cuánto tiempo. Una consolidación virtuosa requiere crecimiento, formalización laboral, inversión productiva y una administración tributaria que amplíe la base sin aplastar la actividad. El camino elegido por Milei —reprimir el gasto público con erosión de la recaudación— obliga a compensar con medidas por única vez (blanqueos, moratorias) o con alivios sectoriales que, como en el agro, reducen los ingresos fiscales.

El riesgo es que, si los acreedores perciben que el superávit es frágil, no habrá una caída suficiente del riesgo país y, por lo tanto, no habrá ventana para refinanciar la deuda pública en dólares a tasas razonables. Este es el límite del relato libertario del orden fiscal: la recaudación no se recompone al ritmo que exige el apretado cronograma de pagos de deuda.

Milei deberá elegir: reconstruye el puente entre fiscalidad y crecimiento —con un programa que multiplique el ingreso disponible, cuide la demanda interna y apueste a un sendero productivo— o quedará atado a un superávit fiscal frágil, dependiente del rescate de la administración Trump y de la paciencia social.