Una burguesía pasada de rosca 

29 de mayo, 2025 | 00.05

Cuando una sociedad fracasa, existen los culpables. Pero si se participa del colectivo de esa sociedad no es difícil caer en la tentación humana, no chequeada, pero indudable, de pensar que la culpa es siempre del otro. Sin embargo, en las sociedades existen las diferentes responsabilidades y jerarquías. Siempre hay unos más culpables que otros. La vara es la capacidad de cada uno de influir en la organización social. Los empresarios, el poder económico, tienen por ejemplo mucha más responsabilidad sobre el devenir social que el amplio y heterogéneo mundo del trabajo. De la “clase” política, absolutamente imbricada con el poder económico, se esperaría alguna capacidad de conducción que vaya más allá de ayudar a consolidar ganancias. Y de intelectuales y periodistas, para sumar actores influyentes, se esperaría que no sean meros reproductores y legitimadores del discurso del resto de los poderes.

Una primera síntesis, entonces, es que la responsabilidad sobre el devenir del presente recae sobre las “elites”, definición que refiere a todos los actores sociales con capacidad para influir en la organización social. Quienes fracasaron, los verdaderos artífices de la destructiva distopía libertaria, son las elites. Y estas elites están hoy completamente pasadas de rosca y, rememorando el trabajo de 1980 del economista radical Adolfo Canitrot (https://argentina3b.wordpress.com/wp-content/uploads/2019/03/canitrot-1980-disciplina-como-herram-economica.pdf), inmersas en una nueva “revancha clasista”.

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Canitrot escribió sobre la política económica de la última dictadura, de la que dijo que su objetivo no fue sólo el presunto ordenamiento de las variables macroeconómicas, sino el disciplinamiento social de las clases subalternas. En otras palabras, la dictadura fue el instrumento para consolidar el triunfo de la burguesía, grande y pequeña, en la lucha de clases contra los trabajadores. Otro dato de su paper de 1980, quizá menos recordado, pero de especial actualidad, es que la sociedad aceptó la brutalidad del plan económico dictatorial porque se había hartado del gobierno derrocado. Nada nuevo que no se haya repetido en la época: la sociedad estaba, literalmente, esperando el golpe y lista para ser disciplinada.

Regresando al presente, Javier Milei es el producto del hartazgo de la sociedad no sólo con el gobierno precedente, sino con el conjunto de sus elites, con “la casta”, pero la gran paradoja es que el Presidente es también el principal representante de estas elites. Dicho en el lenguaje de “las fuerzas del cielo”, el triunfo fue “contra” la casta, pero el gobierno es “para” la casta. Si esto no es una paradoja, las paradojas dónde están.

La política argentina siempre parece un caso especial, que necesita ser explicado. Sin embargo, para la gran prensa extranjera, la explicación se volvió innecesaria. Al igual que las elites locales, está fascinada con Milei. Para la plutocracia planetaria, el topo que vino a destruir el Estado por dentro aparece como el epítome de la virtud liberal, el faro a seguir. Aquí uno de los tantos botones de muestra de esta semana: https://www.lexpress.fr/idees-et-debats/javier-milei-ces-resultats-economiques-spectaculaires-que-la-france-ignore-632WPCOUNRHORACDOG7PTKL6A4/. En tanto, para la prensa hegemónica local, si bien se queja como “ñoña republicana” por las formas del presidente, por su “guaranguería” de no saludar, el endeudador serial Luis Caputo es nada menos que el “arquitecto de la paz económica”. Sí, leyó bien. 

Acerquemos la lupa a esta arquitectura. Imagine el lector que le está yendo bárbaro pagando todos sus gastos con tarjeta de crédito. Al mismo tiempo, si bien no sabe con qué ingresos pagará la tarjeta, espera que su buen comportamiento generará “la confianza de los mercados” y, en consecuencia, el refinanciamiento perpetuo de su plástico. Así funciona la Pax libertaria, una arquitectura absolutamente dependiente de que no se corte el crédito externo. ¿En serio alguien cree que ese corte no se producirá porque antes llegará el flujo de las inversiones? ¿Ya se olvidaron del macrismo? Los grandes inversores pueden aprovechar las ventanas especulativas, pero no son tontos y, además, tienen economistas que les sacan las cuentas para conocer la verdadera capacidad de repago de una economía.

Lo que resulta descorazonador para el observador, es el cerrado acompañamiento de las elites, con gestos de sumisión y servilismo incluidos, a un modelo que rompe todo. La motosierra en el Estado no es sólo la liberalización de trámites y el despido de empleados públicos de un ministerio. Son los hospitales que se achican, las escuelas y universidades que se desfinancian. Es la infraestructura energética estancada, las rutas que se deterioran, el sistema de ciencia y técnica que se vacía. Son los ingenieros nucleares y los médicos sobre explotados que ganan 700 dólares por mes. Son los científicos que emigran. Es el empleado que trabajando 12 horas por día no puede salir de pobre. Son las pymes que cierran y las industrias que pasan de productoras a importadoras. Es el aparato productivo que se achica. Son los remedios que se quitan, los planes de salud que se cortan, los alimentos que no se distribuyen y el consumo masivo que se derrumba. Es la ausencia de obra pública, las viviendas que no se construyen. Son los turistas que no vienen y el déficit externo que crece. Sin embargo, para el grueso de los medios de comunicación, locales y del mundo, a la economía “le va bien”. Las dificultades solo residirían en que se maltrata a periodistas, se insulta por las redes y, muy maleducadamente, se deja al alcalde porteño con la mano extendida.

El problema político de fondo no es que los empresarios sean malos, sino la falta de visión de país del conjunto de las elites. Al poder económico local no le importa en absoluto la destrucción de las funciones esenciales del Estado, funciones que, en el mejor de los casos, demandará muchísimo tiempo y recursos recuperar. Sus únicos intereses se limitan a la posibilidad cierta de pagar menos impuestos y a disfrutar del disciplinamiento de las clases subalternas, es decir a seguir ganando en la lucha de clases. La mala experiencia con los gobiernos precedentes, incapaces de sostener una alternativa viable, provocó que el conjunto de la elite, incluida buena parte de la política, acompañe al poder económico en su experimento libertario. La impotencia opositora, que considera que alcanza con esperar a que fracase el mileísmo para que la sociedad vuelva a sus brazos, completa el panorama.

El detalle es que, como lo muestra la experiencia de la historia mundial, con lucha de clases no hay desarrollo, algo que debería advertirse desde la izquierda y la derecha. También que las blancas siempre juegan. La gran burguesía local se equivoca si cree que el actual proceso no provocará reacción social. La actual mansedumbre de las clases subalternas no se debe a que hayan sido definitivamente disciplinadas, sino a que todavía se espera el cumplimiento de la promesa de bienestar. El desengaño será duro. La última esperanza es apenas no volver a caer en el péndulo.-