Razonar como macroeconomista tiene sus limitaciones. El macroeconomista piensa primero en la estabilidad. La corriente principal de los medios de comunicación acompaña esta visión. Todos los días se puede escuchar que “la economía” va bien y que “la inflación volvió a bajar”. En promedio, las consultoras estiman que la inflación de mayo rondará el 2 por ciento. Y si el dólar sigue planchado y las paritarias contenidas es probable que en los próximos meses llegue al 1 por ciento.
Que la inflación se frene es altamente deseable y, además, tiene efecto ingreso positivo, sobre todo para quienes siguen teniendo ingresos. Un efecto ingreso positivo significa que el consumo privado, que no es solamente el consumo masivo, compensa, total o parcialmente, la caída del resto de los componentes de la demanda agregada, lo que explica que i se mira la película iniciada en diciembre de 2023, primero hubo un shock devaluatorio que, vía recesión, puso un freno a la aceleración de precios de los últimos meses de aquel año. En los meses posteriores a la devaluación los precios subieron nominalmente en pesos, como siempre sucede con cualquier devaluación, el famoso “pass through”, pero no en moneda dura, no en dólares. El paso siguiente fue el inicio de la apreciación cambiaria, que produjo el predecible efecto de estabilizar progresivamente los precios en pesos, pero con inflación en dólares. Estos son los efectos conocidos de la estrategia de estabilizar vía ancla cambiaria como herramienta principal.
Ahora bien, para mantener el tipo de cambio apreciado se necesitan dólares, porque el dólar es una mercancía no reproducible y su precio se determina por oferta y demanda. Primero fueron los 23 mil millones que ingresaron por el blanqueo y luego, con una breve turbulencia previa en la que pareció que el plan volaba por los aires, se sumaron los más de 20 mil millones que aportó el FMI, otra vez irregular y políticamente. Con semejante ingreso de divisas, la estabilización cambiaria parece asegurada por muchos meses. Más todavía si se suman los componentes adicionales: el techo a las paritarias y la eliminación del déficit primario, lo que evita primero su “monetización” e, inmediatamente después, su “dolarización”.
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Se entiende entonces que una de las tareas principales del equipo económico es seguir procurando el ingreso de dólares para mantener su cotización, el nivel del tipo de cambio. Por estos días se conocerán nuevas medidas que habilitarán seguir blanqueando capitales. Los juicios morales sobre estas operaciones quedan en segundo plano, lo que interesa son los mecanismos. El dato que debe retenerse es que mientras sigan entrando divisas, genuinas o no, el tipo de cambio se mantendrá estable y, junto con él, la macroeconomía en su conjunto.
Aquí los senderos se bifurcan. Una visión cree que la actual estabilidad durará mientras dure el ingreso de divisas por endeudamiento, que es un flujo finito y ya cercano a su agotamiento, en tanto ya no dan los tiempos para esperar a las “genuinas”. A ello se suma el dato de que es el propio modelo el que atenta contra esta generación de divisas. El dólar barato desalienta las exportaciones, especialmente las de mayor valor agregado, pero también las inversiones, que se vuelven más caras.
La segunda visión cree en cambio que sí es posible esperar el ingreso de divisas genuinas. En contraposición a las que provienen del endeudamiento, las divisas genuinas son las aportadas por las exportaciones y la inversión extranjera. Para la actual administración, el sesgo antiexportador del dólar barato carece de importancia porque su modelo no es exportar industria o servicios, sino esencialmente recursos naturales. Por eso, como las divisas del agro ya no alcanzan para cubrir todas las necesidades de dólares de la economía al actual nivel del tipo de cambio, también será necesario sumar hidrocarburos y minería.
Vale reconocer que, al margen de las distintas perspectivas políticas, es decir de los gustos del lector, esta visión está en línea con las posibilidades reales de la economía local, es decir, con lo que se tiene más a mano dadas las posibilidades productivas. Dicho de otra manera, en el corto plazo parece más fácil y rápido aumentar la producción de hidrocarburos y minerales que competir con la china BYD en electromovilidad o con Samsung o Huawei en electrónica de consumo.
En este punto aparecen dos problemas. El primero son claramente los tiempos. La media de un proyecto minero entre su minuto cero y el que comienza a exportar son 10 años, un “pero” que se contrarresta contra el flujo de dólares que ingresa durante toda la etapa de inversión, que incluye la construcción de la mina. Pero a la vez, este flujo inversor también se invalida parcialmente contra importaciones de insumos, ya que en RIGI las flexibilizó completamente. En el mejor de los casos el ingreso de divisas será lento y el momento exportador tardará en llegar. Aquí también el RIGI es laxo a partir del tercer año, cuando elimina la obligación de liquidar. El sector hidrocarburífero, en cambio, demanda menos tiempo, pero enfrenta limitaciones de infraestructura. El Estado libertario se opone a colaborar porque “toda obra publica es un robo”, nada de rutas, ni de puertos, ni de gasoductos ni oleoductos. No parece el mejor incentivo para una empresa que quiera “hundir” en la economía local miles de millones de dólares.
Pero hagamos un supuesto final. Imaginemos que todo sale bien, que no existen los “peros”, que el gobierno consigue financiamiento externo para sostener la estabilidad macroeconómica, logra con ello estabilidad política de mediano plazo y finalmente comienzan a concretarse las inversiones para la explotación de los recursos naturales. Dicho de otra manera, imaginemos que desaparece el gap temporal entre necesidad de financiamiento y generación de recursos propios. “Si todo sale bien” quedan entonces unas pocas preguntas. La primera es qué sectores internos quedarán en pie si se mantiene en el tiempo el dólar barato en un contexto de apertura. La segunda es si los tres grandes sectores exportadores que existirán entonces, agro, hidrocarburos y minería, sumado al efecto multiplicador que tengan sobre sectores conexos, generarán el empleo suficiente para 50 millones de habitantes. La tercera es en qué zonas del país se generará ese nuevo empleo y qué sucederá en las regiones, como el AMBA o el Gran Rosario, donde la demanda de trabajo de estas actividades prácticamente no llegará. Todas y cada una de estas respuestas permite imaginar cómo podría ser la Argentina del futuro, “si todo sale bien”.