Los dólares del Fondo Monetario Internacional pretenden ayudar a países que están padeciendo una crisis económica y, en el caso argentino, también para frenar corridas cambiarias que desembocan en debacles generalizadas. Hasta ahora, este organismo era indicado como el prestamista de última instancia en la estructura financiera internacional, o sea, que después de acudir a él no había otra ventanilla para pedir un auxilio. Pero había otra más: la del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, para evitar la caída del gobierno de Javier Milei.
Este tipo de intervención financiera tiene un objetivo político visible, pero, en realidad, el motivo principal es rescatar de esta manera a bancos y fondos de inversión internacionales por malas decisiones al comprar activos bursátiles que se desvalorizaron.
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Esto es lo que sucedió con el insólito crédito del FMI entregado al gobierno de Mauricio Macri, en 2018. También fue lo que pasó con el extravagante crédito adicional del Fondo al gobierno de Milei y, debido a que este salvataje fue insuficiente, se apeló a la inusual intervención financiera directa del Tesoro de Estados Unidos de la administración Trump.
El interrogante, entonces, es cuál es la motivación de destinar miles de millones de dólares a gobiernos con políticas económicas fallidas. La respuesta es, inicialmente, para auxiliar proyectos políticos de derecha (antes Macri; ahora Milei) con el criterio geopolítico de defender los intereses estadounidenses en la región. La otra motivación central es el salvataje de bancos y financistas con estrechos vínculos personales y financieros con los gobiernos de Estados Unidos, ya sean demócratas o republicanos.
¿A quién rescata Trump y Bessent?
Este marco conceptual ayuda a comprender la injerencia obscena -por ser pública- de la administración Trump en la Argentina. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, actúa como si fuera el ministro de Economía en ejercicio del gobierno de Milei.
Resulta insólito que haya sido Bessent quien anunció, a través de un posteo en su cuenta de la red X, el paquete de medidas de auxilio financiero y cambiario para evitar la debacle. Milei y Caputo estuvieron ausentes y solo manifestaron satisfacción por el mensaje.
La injerencia es total. Bessent relató que estuvo reunido con Caputo para definir el plan de acción. Se trata de la manifestación más impúdica de sumisión pública de un gobierno de Argentina a los Estados Unidos.
En el entramado financiero global, los nombres de los grandes fondos suelen permanecer en las sombras. Uno de ellos es el de Rob Citrone, un inversor millonario de perfil bajo, que aparece en escena por el rescate al gobierno de Milei impulsado por la administración Trump. Además de un salvataje al experimento liberal-libertario en crisis, se trata de una operación que busca favorecer a fondos de inversión con fuerte exposición en activos argentinos, entre ellos el que dirige Citrone.
¿Quién es Rob Citrone?
Formado en Economía y Matemática en Hampden-Sydney College y con un MBA en la Darden School of Business de la Universidad de Virginia, Citrone inició su carrera en el banco First Boston y luego en el fondo Fidelity Investments, donde se especializó en deuda y divisas de mercados emergentes.
Más tarde, fue uno de los directivos de Tiger Management, el fondo de Julian Robertson, una escuela de especuladores globales que sembró una generación de “Tiger Cubs”, gestores que fundaron sus propias firmas con idéntica lógica de apuestas de alta rentabilidad y riesgo.
En 1999, Citrone creó Discovery Capital Management, un fondo de cobertura (hedge fund), con sede en Connecticut, con posiciones en acciones, bonos y monedas de economías emergentes. Es uno de los inversores más influyentes —y discretos— del mundo financiero.
Según estimaciones de medios financieros especializados como Bloomberg o Forbes, en 2024, registró un rendimiento extraordinario de un 52% anual, lo que le permitió embolsar aproximadamente 730 millones de dólares, informan publicaciones de Wall Street, gran parte por las apuestas realizadas en el mercado argentino. El derrumbe de las cotizaciones de bonos y acciones en este año, por los desastres sucesivos anotados por la gestión económica de la dupla Milei-Caputo, le provocó pérdidas millonarias.
La montaña rusa de los activos argentinos
Reportes de medios estadounidenses —Mother Jones, Popular Information, The New Republic— pusieron a Citrone en el centro de las crónicas acerca de la intervención de Trump y Bessent en la Argentina. El rescate del FMI por 20.000 millones de dólares promovido por Trump no solo tuvo un objetivo geopolítico —respaldar a un aliado ideológico en Latinoamérica—, sino también financiero, al buscar reducir los quebrantos de fondos que, como Discovery Capital, apuestan a un rebote de esos activos.
Mother Jones reveló que Citrone es parte del grupo de financistas que presionó a la administración republicana para impulsar el salvataje del FMI, primero, y acelerar el desembolso de dólares del Tesoro de Estados Unidos, después. Su interés no era político ni institucional: buscaba proteger sus posiciones en deuda soberana y en papeles corporativos argentinos que habían caído más de un 40% tras la corrida cambiaria. En los hechos, el programa fue un auxilio al gobierno de Milei pero, fundamentalmente, una operación para evitar pérdidas millonarias de Citrone. Esto es lo que afirman diversos medios de comunicación y analistas estadounidenses.
Diversas investigaciones periodísticas publicadas en Estados Unidos destacan que la relación entre Citrone y Bessent es una combinación de amistad, colaboración profesional y relación de influencia en el mundo de las finanzas. Trabajaron juntos en la firma Soros Fund Management. Las crónicas de este vínculo afirman que Citrone “ayudó a Bessent a hacerse rico” durante su tiempo en Soros. La coincidencia temporal entre el paquete de asistencia a la Argentina de Milei y las posiciones de su fondo en activos bursátiles argentinos expone un esquema de beneficios cruzados entre poder político y capital financiero.
El papel del FMI en este juego de Bessent y Citrone
Este entramado de intereses privados y respaldo estatal encuentra su validación institucional en el Fondo Monetario Internacional, encubierto en una fachada técnica de una transacción entre capitales especulativos.
Una vez más queda expuesta la contradicción de los análisis generales de la tecnoburocracia y las decisiones políticas de la conducción del Fondo, definida por la influencia determinante de Estados Unidos. La publicación en el blog del FMI del artículo bajo el título “Good Policies (and Good Luck) Helped Emerging Economies Better Resist Shocks” celebra el desempeño reciente de las economías emergentes. Según el organismo, muchos países lograron resistir los sobresaltos globales —suba de tasas, tensiones financieras y desaceleración comercial— gracias a una combinación de políticas prudentes, instituciones fortalecidas y, en parte, buena suerte.
No es el caso del experimento liberal-libertario de Milei.
Los técnicos del Fondo destacan tres pilares de esa resiliencia: bancos centrales independientes y creíbles, marcos fiscales sólidos y mercados de deuda local profundos, donde los propios inversores nacionales financian al Estado en moneda doméstica. Esa estructura, afirman, permitió que los emergentes afrontaran los shocks externos sin caer en crisis de balanza de pagos ni episodios de fuga de capitales como en el pasado.
La conclusión del Fondo, que busca mostrar un paisaje de estabilidad, tiene una excepción notoria: la Argentina de Milei. Mientras la mayoría de los países emergentes logró consolidar políticas que reducen la vulnerabilidad externa, el gobierno de Milei protagoniza una crisis profunda, con caída de la actividad, atraso cambiario y desconfianza financiera.
El objetivo geopolítico de Estados Unidos
En ese sentido, el argumento del FMI y de Bessent sobre un “rescate por riesgo sistémico” carece de sustento. No hay contagio posible desde una economía aislada del financiamiento internacional, con controles de capitales de hecho y sin peso relativo en los mercados emergentes. Lo que está en juego no es la estabilidad global, sino una decisión política: el intento de Washington por sostener al único aliado incondicional que tiene en la región.
En la disputa hegemónica con China, Estados Unidos busca reafirmar su influencia en Latinoamérica. Milei, con su alineamiento total en materia diplomática y económica, se convirtió en el ejemplo a exhibir en la región.
El mensaje es claro: quien se alinee con Washington podrá contar con apoyo financiero, aun sin fundamentos técnicos que lo justifiquen. El respaldo a la Argentina funciona así como una señal regional, un gesto de disciplina estratégica en el tablero de poder global.
La paradoja es que el propio FMI, en el mismo blog donde celebra la prudencia fiscal y la autonomía monetaria de los emergentes, convalida un rescate a un país que carece de ambas.
El capitalismo de casino
En este contexto, la historia de Citrone y Bessent resume el verdadero sentido de los rescates: no se trata de salvar países, sino de proteger las apuestas de grandes jugadores de Wall Street. En este tablero, los dólares del Fondo y/o del Tesoro de Estados Unidos funcionan como una red de contención para los inversores que especulan con los desequilibrios de las economías periféricas. Los gobiernos como el de Milei apenas ocupan un papel secundario de este escenario.
Paul Krugman fue directo en su artículo Bailing out Bessent’s Buddies’ Bets on Argentina: “Lo que Trump llama ayuda a Argentina es, en realidad, una transferencia de recursos públicos estadounidenses hacia un pequeño grupo de sus amigos de Wall Street que jugaron mal sus cartas”. El economista premio Nobel advierte que no hay “solidaridad hemisférica” ni “asistencia macroeconómica” detrás del plan, sino un rescate político-financiero de intereses privados. Y añade: “Esto no es un programa de desarrollo, es un subsidio a la especulación”.
Señala que la decisión de lanzar un salvataje de tal magnitud no parece responder a evaluaciones rigurosas de sustentabilidad, sino más bien a intereses de relaciones personales y redes opacas del mundo político-financiero.
La historia se repite y es bien conocida. Cada crisis argentina de experiencias políticas de derecha sirve de escenario para presentar la tradicional coreografía del capital financiero global: un gobierno que promete reformas drásticas, un mercado que primero celebra y luego castiga, y finalmente un salvataje que no rescata al país, sino a quienes se enriquecieron con su deuda. Citrone, Bessent y compañía representan esta continuidad: la del capitalismo de casino, donde las pérdidas se socializan y las ganancias se privatizan.