Volver a Fanon: migración, colonialidad y violencia en la coyuntura mundial

En el año del centenario del célebre filósofo francés, su diagnóstico del colonialismo como un sistema total de dominación adquiere una vigencia estremecedora.

27 de julio, 2025 | 13.42

En medio de la crueldad que caracteriza a las políticas migratorias impulsadas por el trumpismo y demás actores neofascistas del Movimiento Mundial de la Alt-right, una luz de esperanza rompe la penumbra: 252 venezolanas y venezolanos regresaron finalmente a su país, luego de haber permanecido durante meses confinados en el Centro de Confinamiento del Terrorismo, CECOT, la cárcel de máxima seguridad en El Salvador. Este retorno, fruto de un acuerdo político entre Venezuela, Estados Unidos y El Salvador -con el respaldo del Vaticano-, no solo constituye un alivio humanitario, sino que expone el drama silencioso de miles de migrantes en América Latina y el giro represivo de las políticas migratorias impulsadas desde Washington tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.

En el año del centenario del nacimiento de Frantz Fanon, el célebre filósofo francés nacido en la caribeña isla de Martinica, su diagnóstico del colonialismo como un sistema total de dominación -que opera sobre los cuerpos, las subjetividades y las estructuras sociales- adquiere una vigencia estremecedora. Su pensamiento resuena hoy frente al desplazamiento forzado, el cierre de fronteras, los más de 122 millones de personas refugiadas en el mundo (según ACNUR), el genocidio en Gaza y el régimen de apartheid impuesto al pueblo palestino, el Mar Mediterráneo transformado en un “cementerio de agua”, el drama humanitario en el “tapón” selvático del Darién panameño, y la consolidación de políticas migratorias atravesadas por el racismo, el clasismo, el patriarcalismo y la necropolítica. Estos procesos configuran una rearticulación global de los dispositivos coloniales y neocoloniales, en los que la vida de millones queda subordinada al cálculo geopolítico y económico del gran capital.

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Los venezolanos secuestrados por Trump y Bukele

Las 252 personas migrantes, trasladadas a Caracas mediante el Plan “Vuelta a la Patria”, habían estado detenidas sin juicio en el CECOT, bajo acusaciones infundadas de presuntas vinculaciones con el Tren de Aragua. En la mayoría de los casos, portar tatuajes o haber migrado sin documentación bastó para justificar su encarcelamiento. Resulta aún más grave si se considera que esta organización criminal se encuentra prácticamente desarticulada en Venezuela, producto del accionar firme del presidente Nicolás Maduro y de la adecuada implementación operativa de la Guardia Nacional Bolivariana y el resto de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB).

Los relatos sobre el confinamiento en el CECOT salvadoreño incluyen golpizas sistemáticas, alimentación insalubre, negligencia médica, encierro prolongado sin visitas ni contacto con el exterior. “Golpes de desayuno, golpes de almuerzo y golpes de cena”, según resumió uno de los venezolanos liberados. Otros relataron heridas, infecciones sin tratamiento, y un estado constante de terror psicológico.

Desde su retorno al poder, Trump reactivó una ofensiva migratoria implacable: deportaciones masivas, fin de permisos humanitarios, relanzamiento del muro fronterizo con México, y uso de leyes antiguas como la de Enemigos Extranjeros para justificar expulsiones. Promovió detenciones sin condena con la Ley Laken Riley, lanzó una app que fuerza “salidas voluntarias” y persigue a abogados que defienden a migrantes.

En un país como Estados Unidos, donde las y los trabajadores inmigrantes representan casi un 20% de la fuerza laboral total, la política de deportación masiva no es una medida aislada: responde de manera funcional y deliberada al proceso de digitalización y automatización promovido por la agenda del llamado 'futuro del trabajo'. Detrás de este eufemismo tecnocrático se oculta una hoja de ruta del gran capital, diseñada por la aristocracia financiera y tecnológica para maximizar el lucro a costa de deshumanizar el empleo, precarizar la vida y prescindir de millones de trabajadores, definidos, en términos de Marx, como “población sobrante”.

Tal como lo señala el sociólogo estadounidense William Robinson, “El objetivo del estado capitalista bajo el régimen de Trump es imponer también a los trabajadores nativos las condiciones en las que los inmigrantes trabajan arduamente. Esta degradación de la mano de obra nativa sólo puede lograrse si la deportación masiva se coordina con la panoplia de ataques contra la clase trabajadora multinacional, desde drásticos recortes en los servicios sociales hasta la represión sindical, la eliminación de las protecciones de salud y pensiones, despido de cientos de miles de funcionarios públicos, el debilitamiento de las leyes laborales, y la restricción del acceso a las prestaciones por desempleo”.

Pensar esta coyuntura con y desde la obra de Fanon, psiquiatra, revolucionario y teórico del anticolonialismo, es más que un homenaje intelectual. Es una herramienta crítica indispensable para leer el presente. Fanon, escribió desde la urgencia histórica de su tiempo, pero con una lucidez que trasciende épocas

Colonialismo y migración: Fronteras, cuerpos y jerarquías

Frantz Fanon, quizás el más influyente pensador del colonialismo, entendió que este drama no se limita a la ocupación territorial: es una estructura de poder que fabrica subjetividades colonizadas, impone jerarquías raciales y sostiene un orden económico fundado en el saqueo y la explotación. En Los condenados de la tierra, escribió que el mundo colonial está 'compartimentado, dividido en zonas, y estructurado por la violencia'. Aquella cartografía de la exclusión no ha desaparecido; persiste y se transforma. Hoy se manifiesta en la militarización de las fronteras, en los muros físicos y jurídicos que restringen el libre tránsito de ciertos cuerpos, y en la naturalización de la muerte como destino posible —y hasta esperable— para los migrantes racializados. Las zonas coloniales del siglo XXI son los campos de detención, los mares convertidos en fosas comunes, las ciudades-gueto donde se confina a los “otros” del sistema.

Volver a Fanon nos permite entender que las fronteras no son solo líneas geográficas, sino mecanismos ideológicos que definen quién tiene derecho a la vida, a la movilidad, al reconocimiento. La frontera es un espacio donde se gestiona la humanidad de los sujetos. En este sentido, el cuerpo migrante es un cuerpo marcado: por el color de piel, por la procedencia, por la lengua, por la pertenencia de clase, por la pobreza. 

Fanon fue un pionero en entender el trauma colonial y neocolonial como una enfermedad psíquica y social. Desde su práctica psiquiátrica en Blida y posteriormente en Túnez, mostró cómo la violencia colonial deja marcas indelebles en el individuo y en el colectivo. Aplicado al presente, esto nos obliga a considerar que la migración no es solo un fenómeno económico o demográfico, sino también un proceso profundamente subjetivo: los migrantes no sólo cruzan fronteras físicas, también atraviesan desarraigos, humillaciones, duelos múltiples. La exclusión también es mental, simbólica, emocional.

Los migrantes se enfrentan a un sistema que los considera “excedentes”, “ilegales”, “amenazas”, y que reproduce a través de los medios, las políticas y las leyes una lógica de deshumanización que Fanon identificó con precisión

El colonialismo no ha muerto

En pleno siglo XXI, el racismo, el clasismo y el patriarcalismo aparecen articulados a los proyectos políticos neofascistas como parte de una estrategia de conducción basada en la fragmentación social. En el marco de la disputa intercapitalista, estos proyectos se apoyan en discursos de odio y segregación para canalizar la frustración acumulada tras décadas de deterioro en las condiciones de vida, producto de un neoliberalismo aplicado en favor de la llamada 'dictadura del capital'. En la actual fase financiera y digital del capitalismo -cuya centralidad radica en el control de las tecnologías avanzadas de la llamada cuarta revolución industrial- se están reconfigurando las relaciones sociales, políticas y económicas a una escala planetaria. Este proceso avanza con derivas autoritarias, racistas, xenófobas, patriarcales y genocidas, siendo el caso de Palestina el ejemplo más emblemático de esta barbarie sistemática.

Los casi 6 millones de palestinos, y especialmente los 2,2 millones de gazatíes que sobreviven en el “gueto de Varsovia del siglo XXI”, ven cómo su cuota de sangre se transmite en vivo por streaming, mientras el abrumador apoyo de los Pueblos del Mundo es sistemáticamente bloqueado por el sionismo, hoy expresión descarnada del poder imperialista más rapaz, con un lobby global -financiero, político y mediático- capaz de comprar, callar y/o inmovilizar a buena parte de las dirigencias políticas del planeta, blindando la impunidad del régimen israelí y criminalizando la solidaridad con la causa palestina.

Para la conducción ideológica de poblaciones empobrecidas, la estrategia de opresión implica la construcción de enemigos internos y la creación de miedos colectivos exacerbados, en torno a lo “extranjero”, promoviendo la idea de un orden que debe ser defendido a toda costa, sea mediante la protección de las fronteras, el nacionalismo, la religión o incluso el mercado como elemento sagrado.

El discurso de odio del autodefinido pensamiento neorreaccionario -NRX (con Peter Thiel y Curtis Yarvin, entre otros), que articula racismo, clasismo y patriarcalismo, es un enorme peligro para la humanidad. Ahora bien, el contra-discurso globalista de reivindicaciones “woke”, que no cuestionan de fondo las relaciones sistémicas, resulta igual de peligroso. El capital es, en esencia, fascista, y hoy encuentra su expresión más acabada en la cúspide de poder que conforma la denominada aristocracia financiera y tecnológica. Basta con observar el perfil de Elon Musk en su cuenta de X para constatar cómo se articulan discurso de odio, autoritarismo digital y concentración monopólica bajo una estética de libertad simulada.

Estas fracciones, neorreaccionarias en su pensamiento y neofascistas en su accionar político, manifiestan una lucha dentro del capital a su propia globalización y a las propias dinámicas del capital financiero-tecnológico, en un amplio período de cambio de fase y, probablemente, transición sistémica. Aunque pueden parecer “retrasadas”, también intentan capturar y redefinir el poder en éste contexto de crisis y transición, utilizando un programa de exclusión, odio y violencia como medio para movilizar a amplias capas de la clase trabajadora descontenta, intentando reconfigurar las relaciones de clase y poder dentro del capitalismo financiero y digital.

El resurgimiento de estas expresiones político-ideológicas, a través de líderes que acceden al poder por vías democráticas, como Donald Trump en Estados Unidos, Giorgia Meloni en Italia, Nayib Bukele en El Salvador, Jair Bolsonaro en Brasil y Javier Milei en Argentina, evidencia cómo un proyecto estratégico de alcance planetario rearticula sus fuerzas en torno a un programa político y económico de corte neoconservador, adaptado a las lógicas de la nueva fase del capitalismo digital-financiero.

Hoy, las guerras por recursos, las intervenciones militares, el extractivismo transnacional, y las crisis ecológicas inducidas por el capitalismo siguen desplazando a millones de personas. La respuesta hegemónica no ha sido la solidaridad, sino el refuerzo del aparato de control: patrullas fronterizas, drones, centros de internamiento, externalización de fronteras hacia países periféricos, y acuerdos bilaterales que pagan a gobiernos autoritarios para que “contengan” la migración.

El retorno de los 252 venezolanos desde el infierno del CECOT no es solo una buena noticia: es una denuncia viva contra la política de deportaciones masivas, las cárceles privatizadas y el racismo estructural que guía las decisiones migratorias en América del Norte. En este drama, los migrantes no son criminales, sino sobrevivientes de un sistema que criminaliza la migración y trafica con cuerpos humanos aquello que se niega a resolver mediante justicia social. El CECOT, con su arquitectura del terror, se perfila como un nuevo capítulo del fascismo en América Latina, del mismo modo en que lo fue en su momento la tristemente célebre Escuela de las Américas: un dispositivo regional de disciplinamiento, castigo y exterminio al servicio de los intereses del capital y el control imperialista.

La migración forzosa no es un accidente, sino una expresión estructural del colonialismo contemporáneo, y el colonialismo, a su vez, es una manifestación inevitable del accionar imperialista, que perpetúa su dominación a través del extractivismo más depredador y la sobreexplotación sistemática de las clases trabajadoras del llamado Sur Global. Donde hay desplazamiento, hay despojo; donde hay migración, hay una economía de saqueo que expulsa vidas y territorios en nombre del lucro.

Estas afirmaciones nos obligan a volver a Fanon no sólo como denuncia, sino como propuesta. En su obra encontramos una invitación a imaginar un mundo nuevo, descolonizado, verdaderamente universal, donde la dignidad no dependa del pasaporte, ni del género, ni del color de piel. Como él mismo escribió: “Cada generación debe descubrir su misión, cumplirla o traicionarla”. En un mundo donde miles mueren cada año buscando una vida mejor, quizás nuestra misión sea desarmar el orden neocolonial que sigue matando en nombre de un orden verdaderamente deshumanizante.