Este lunes, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, encabeza en Egipto la firma de lo que él y sus aliados llamarán Acuerdo de Paz de Medio Oriente. Dirá que es el fin de "la guerra en Gaza" y que será el primer ladrillo para construir la paz y la reconstrucción del territorio palestino que Israel destruyó en sus casi 60 años de ocupación militar. En realidad, lo que logró -al menos por ahora- es un alto el fuego de unos días, un intercambio de rehenes israelíes por prisioneros palestinos que está en proceso y el ingreso de cientos de camiones con ayuda humanitaria al devastado y hambreado territorio palestino. Los festejos que se multiplicaron en la Franja de Gaza y dentro de Israel demuestran que no es poco; sin embargo, todo indica que este alivio no fue pensado para durar mucho.
El acuerdo que consiguió Trump es el ejemplo más acabado de su filosofía de "imponer la paz a través de la fuerza". Por eso, viajó a Israel, primero, y a Egipto, después, para mostrarse como un líder todopoderoso. En el momento de mayor radicalización de su socio israelí, cuando el mundo denunciaba cada vez con más fuerza el genocidio y la hambruna contra el pueblo palestino, Trump demostró que él siempre tuvo la capacidad de frenar las masacres y la devastación en la Franja de Gaza: obligó a su aliado Benjamin Netanyahu a aceptar un plan que no termina con la ocupación y dio un ultimátum a Hamas que la fuerza palestina -diezmada y debilitada al extremo- no pudo ignorar. Anunció su plan de 20 puntos tras reunirse cara a cara con el premier israelí y le dio "tres o cuatro días" al movimiento islamista palestino para responder. "Hamas lo va a hacer o no, pero si no lo hace, va a ser un final muy triste", amenazó el mandatario. No hubo negociaciones reales ni hay un compromiso verdadero -de ninguno de los dirigentes- para una hoja de ruta para una paz duradera.
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¿Qué se acordó en la primera fase?
Lo único que se acordó concretamente hasta ahora es lo que culmina este lunes: 72 horas de alto el fuego (que no se cumplieron en su totalidad) junto con la entrada de cientos de camiones diarios durante este período de tiempo para descomprimir la situación humanitaria en la Franja de Gaza -hambruna, hospitales colapsados, casi toda la población desplazada de sus hogares...todos elementos que componen el genocidio-. La tregua terminó formalmente este lunes a las 6 de la mañana hora argentina y, como estaba establecido, Hamas entregó a todos los rehenes que seguían con vida. Ya están en Israel. Las escenas de alegría y alivio de las familias dieron vuelta el mundo, al igual que la ovación que recibió Trump en el congreso israelí por hacerlo posible.
Retornaron con vida 20 rehenes y ahora Hamas debe entregar los restos de los 28 fallecidos que siguen en Gaza. En paralelo, Israel excarceló la primera tanda de 88 prisioneros palestinos, que ya llegaron a Ramallah, en la ocupada Cisjordania. En total, Netanyahu acordó que liberará a casi 2.000: 250 presos con condena perpetua y otros 1.700 que fueron detenidos en los últimos dos años en la Franja de Gaza en medio de la ofensiva militar, incluidas "todas las mujeres y niños". Además, "por los restos de cada rehén israelí que sean entregados, Israel entregará los restos de 15 gazatíes fallecidos".
El último acuerdo de tregua e intercambio de rehenes por prisioneros culminó en febrero pasado de manera fallida porque el gobierno de Netanyahu se negó a cumplir su parte y excarcelar a 600 palestinos. El argumento fue que Hamas había humillado a los 25 rehenes liberados con una ceremonia en la que se los obligaba a saludar y sonreír a sus captores frente a un público que los aplaudía. Por eso, esta vez que Israel incluyó en el acuerdo que las liberaciones "no incluyan ceremonias públicas ni cobertura mediática", lo que por ahora parece haberse cumplido.
Los 600 prisioneros que iban a ser excarcelados siguen presos. Además, recientes datos oficiales revelaron que Israel detuvo a alrededor de 47.000 palestinos en la Franja de Gaza (según una base de datos militar israelí publicada por medios como el sitio israelí +972 y el diario británico The Guardian) y 20.000 en la también ocupada Cisjordania (según la Comisión de Asuntos para Prisioneros y Detenidos palestina) desde el 7 de octubre de 2023.
Esto significa 67.000 detenidos, que se suman en Gaza a un número similar oficial (y muy conservador) de muertos, a más de 150.000 heridos, más de 100.000 desaparecidos, miles de personas que sufrirán de por vida los efectos de una desnutrición que los dejó al borde de la muerte y una nueva generación de niños huérfanos, con escuelas destruidas y traumas que los perseguirán el resto de sus días.
¿Qué pasa después?
El plan de 20 puntos de Trump tiene una gran laguna entre el final de las 72 horas de tregua e intercambio de rehenes por prisioneros y el inicio de la transición política que propone. El plan es ambicioso. Habla de reconstrucción, desarrollo económico, un futuro gobierno y una futura fuerza policial tutelados por actores internacionales, un desarme de Hamas y una reforma de la Autoridad Nacional Palestina, que desde 2007 no tiene ninguna injerencia en la Franja de Gaza y sólo mantiene un rol limitado por la ocupación militar israelí en Cisjordania.
Pero el plan del gobierno de Estados Unidos no tiene una hoja de ruta clara de cómo llegar a todos estos objetivos. Por ejemplo, en el punto 6 propone: "Una vez que todos los rehenes sean devueltos, los miembros de Hamas que se comprometan con una coexistencia pacífica y con la entrega de sus armas recibirán una amnistía. A los miembros de Hamas que quieran abandonar Gaza se les dará salvoconductos para irse a los países que los reciban". En las últimas horas, versiones periodísticas de la región informaron que, a partir de la tregua de 72 horas, Hamas dio la orden a sus milicianos de volver a tomar el control de las zonas de donde se replegaron las tropas israelíes y comenzar a perseguir a los miembros de grupos o clanes que, según ellos, colaboraron con Israel durante la ofensiva militar de los últimos dos años. El periodista Saleh Aljafarawi, conocido por su cobertura de los últimos dos años, fue asesinado este fin de semana en medio de estos enfrentamientos.
En este inestable contexto, ¿cómo se instrumentalizará el desarme de Hamas? ¿Quién liderará y ejecutará el proceso que implica la desmovilización de una fuerza armada y el compromiso a insertarse en una sociedad de manera pacífica? La palabra justicia no aparece ni para los crímenes cometidos por Hamas ni por Israel.
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La falta de claridad es tal después de las 72 horas de tregua y el intercambio que, mientras Hamas dijo públicamente que recibió garantías de Estados Unidos y los países árabes mediadores de que este sería "el final de la guerra", el ministro de Defensa de Netanyahu, Israel Katz, adelantó este domingo que volverán a atacar después de esa "primera fase". "Tras el regreso de los rehenes, el gran desafío de Israel será la destrucción de todos los túneles terroristas de Hamas en Gaza por parte directamente de las IDF (fuerzas armadas israelíes) y a través del mecanismo internacional que se establecerá bajo el liderazgo y la supervisión de Estados Unidos. Ese es el significado principal de la implementación del principio acordado de desmilitarizar Gaza y desarmar a Hamas. Di instrucciones a las IDF para que se prepararan para llevar a cabo esta misión".
El plan de Trump no incluye explícitamente esta interpretación del gobierno de Israel, pero sí deja en claro que Hamas no puede funcionar más en la Franja de Gaza, ni como grupo armado ni como partido político. En el punto 13, Estados Unidos suma al desarme que "Hamas y las otras facciones aceptan que no tendrán ningún rol en el gobierno de Gaza, directa o indirectamente, en la forma que sea". Esto, sin embargo, no significa que la otra fuerza mayoritaria de los palestinos, la que controla la Autoridad Nacional Palestina (ANP), encabezada por el presidente Mahmud Abbas e internacionalmente reconocida, vaya a salir fortalecida.
La ANP y Abbas no participaron de las negociaciones en Egipto ni del diseño del plan de Trump (de hecho, el estadounidense le quitó la visa y, este año, por primera vez en mucho tiempo no pudo participar presencialmente de la Asamblea General de la ONU o de los debates en Nueva York sobre el futuro de Medio Oriente). El gobierno de transición que propone Estados Unidos para Gaza sería "un comité tecnócrata y apolítico" compuesto por "palestinos calificados y expertos internacionales" supervisados por un "Directorio de Paz", encabezado por el propio Trump y que incluiría al ex primer ministro británico Tony Blair, un hombre que -pese a sus múltiples fotos con líderes de la región- no despierta ninguna simpatía en las calles de Medio Oriente.
Esta forma de tutelaje neocolonial solo terminaría, según el plan, cuando la ANP hoy comandada por Abbas se reforme como se lo pide Estados Unidos, las potencias europeas y aliados regionales como Arabia Saudita. Las reformas propuestas recuerdan la agenda con la que el ex presidente George W. Bush prometió "llevar la democracia" a Medio Oriente: elecciones libres, reforma judicial, compromiso con las libertades y derechos individuales, y adhesión a los principios del FMI y todo el andamiaje del sistema de Bretton Woods. Como en Irak o Afganistán, esta nueva Casa Blanca cree que se puede construir democracia bajo una ocupación militar. Esta vez no es la de sus tropas, sino la de su aliado israelí.
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En el plan de Trump la única mención al fin de la ocupación israelí en la Franja de Gaza (no menciona los otros dos territorios que la mayoría de la comunidad reconoce como ocupados desde 1967: Cisjordania y Jerusalén este) es en el punto 16. "Israel no ocupará o anexará Gaza", sostiene el plan, pese a que las tropas israelíes sólo tuvieron que replegarse unos kilómetros el viernes con la primera fase. Aún ocupan y controlan cada metro cuadrado del 58% de la Franja de Gaza. "Cuando la par de que la ISF (la futura fuerza policial tutelada) establezca su control y se estabilice, las IDF se retirarán a partir de los estándares, las etapas y los plazos vinculados con la desmilitarización que serán acordados entre las IDF, las ISF, los garantes y Estados Unidos, con el objetivo de asegurar que Gaza no sea una amenaza para Israel, Egipto o sus ciudadanos," reza el plan estadounidense.
En otras palabras, serán las fuerzas armadas israelíes sin darle ni voz ni voto a los palestinos quienes definirán cuándo deben retirarse y poner fin a la ocupación militar que comenzó en 1967, luego que en los últimos dos años ministros, dirigentes políticos y sociales, influencers y soldados repitieron una y otra vez que Israel debería ocupar por completo la Franja de Gaza y anexarla a su territorio como hicieron con Jerusalén este en 1980. No fue un propuesta minoritaria ni aislada. Después de todo, el propio Trump apoyó energéticamente durante meses la idea de una limpieza étnica de toda la población palestina de la franja para convertir la zona en un nuevo polo de modernidad al estilo de Doha o Qatar.
Lo que el plan de Trump dejó afuera
El presidente estadounidense no incluyó ni los miles de millones de recaudación de impuestos que Israel tiene retenidos a la ANP ni hizo una mínima mención a uno de los reclamos principales de los últimos dos años: que Israel permita el ingreso de la prensa internacional a la Franja de Gaza para mostrar la dimensión del daño humano y material que infringió sobre un territorio que mantiene bloqueado desde hace casi 20 años y que bombardeó de manera masiva en múltiples ocasiones ya.
Como a los médicos, los rescatistas y los trabajadores humanitarios, Israel se ensañó con los periodistas de Gaza en estos dos años y la razón es cada vez más evidente: la información certera, las imágenes claras y los testimonios del genocidio llegan a cuentagotas, mientras dirigentes políticos y sociales y medios israelíes inundan la opinión pública con fake news, como el falso video de un supuesto túnel debajo del hospital Al Shifa que sirvió como excusa para bombardear una y otra vez uno de los centros médicos más importantes del devastado territorio palestino, según reveló hace sólo unos días el sitio israelí +972.
Por otro lado, hay un par de ausencias llamativas de la lista de prisioneros palestinos. Aunque el objetivo declarado es hacer desaparecer a Hamas como milicia y actor político, según adelantaron fuentes israelíes y palestinas a la prensa, Israel se negó -y por ende, Estados Unidos aceptó- que dos de los líderes más importantes del arco político laico palestino quedaran afuera de la lista de prisioneros a ser liberados.
Por un lado, Marwan Barghouti, líder de Fatah (el partido que controla la ANP) condenado en 2002, en plena Segunda Intifada, por su presunta responsabilidad en una serie de ataques. El dirigente y miembro de una de las familias ilustres de Cisjordania siempre negó su responsabilidad y su imagen de líder carismático encarcelado solo ha crecido a lo largo de las últimas dos décadas. Por otro lado, Ahmad Saadat, máximo líder del Frente Popular para la Liberación de Palestina, un férreo opositor de Fatah que fue secuestrado por Israel de una cárcel palestina en 2006, luego de ser electo como legislador desde la prisión en las últimas elecciones palestinas de 2006.
Una de las consecuencias menos analizadas de tantas décadas de ocupación militar israelí es la destrucción de la dirigencia política política. El partido Fatah que fundó Yasser Arafat es cuestionado por muchos palestinos por colaborar con las fuerzas ocupantes, no directamente, o no reaccionar para mantener los limitados privilegios que le otorgaron los Acuerdos de Oslo en los años 90s. Hamas, que creció al calor de este malestar, se aferró al poder en Gaza a fuerza de violencia y de mantener viva la lucha armada contra Israel, una estrategia que tuvo como contraparte a un voluntarioso Netanyahu y a una sociedad israelí dispuesta a deshumanizar por completo a la población palestina.
Ni los líderes de Hamas ni el presidente Abbas tienen fuerza propia hoy para impulsar un verdadero proceso de paz. Los dirigentes que llevan décadas encarcelados, en cambio, mantienen una mayor credibilidad entre los palestinos. Por eso, la decisión de mantener presos a dos líderes políticos como Barghouti y Saadat demuestran que esta no es la primera fase de un acuerdo de paz, como repite Trump.
Y tampoco es un acuerdo para Medio Oriente, como sostiene la invitación a la ceremonia de la firma de este lunes en El Cairo. Ni siquiera es un acuerdo para el conflicto israelí-palestino. A diferencia del plan que Trump presentó en 2020, esta vez ni se refiere a los ejes del histórico conflicto: los otros territorios ocupados, los refugios y, mucho menos, la construcción de un futuro Estado palestino. Todo el plan se refiere a Gaza como una entidad aislada. Recién en el último punto, el 20, promete: "Estados Unidos establecerá un diálogo entre Israel y los palestinos para acordar un horizonte político para una coexistencia pacífica y próspera".
Ya nadie compra el discurso de Estados Unidos como un mediador imparcial entre Israel y Palestina, pero este plan es significativamente más dañino para el reclamo de autodeterminación nacional de los palestinos que las anteriores propuestas estadounidenses. Ya no existe ni en el horizonte la promesa de un Estado palestino y la dirigencia palestina retrocedió lo poco que había avanzado en estos últimos 30 años y volvió a quedarse afuera de la mesa de negociación. El mandatario norteamericano ni siquiera llamó a Abbas a Washington para simular un equilibrio. Por el contrario, le quitó la visa para ir a Estados Unidos.
Trump puede tener el poder suficiente para conseguir a fuerza de amenazas un alto el fuego temporal y un intercambio de rehenes por prisioneros, pero ninguna paz duradera se impone así.