José "Pepe" Mujica nació en 1935, cuando en Uruguay la élite se convencía que vivía en la Suiza de Sudamérica, un slogan que la derecha sigue repitiendo hasta el día hoy, una nostalgia sin sustento empírico que comparten con sus contrapartes argentinos. El próximo martes 20 hubiese llegado a los 90 años, un cumpleaños que esperaba con ilusión. Sin embargo, el cáncer de esófago que lo venía debilitando hace años y no le permitió, por primera vez, votar el domingo pasado en las elecciones municipales pudo más. Sin embargo, dejó un legado que perdurará no solo en la política uruguaya, sino en toda América Latina y en el mundo, donde se convirtió en un Norte para gran parte de la izquierda y de las fuerzas democráticas que luchan contra regímenes dictatoriales y represivos.
Mujica murió a los 89 años, en los que llegó a vivir mil vidas. Por eso, había un Pepe para todos los gustos. Están los que reivindican su juventud en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, la guerrilla que luchó contra la violencia política de los años 60 y la dictadura sangrienta que dominó el país vecino entre 1973 y 1985, su perseverancia a través de la tortura, la detención ilegal y los peores abusos del terrorismo de Estado; y la decisión de no buscar revancha y, en cambio, apostar por la vida democrática al sumarse en 1989 al Frente Amplio (FA), la coalición de izquierda que 16 años después logró llegar al poder con los votos. Hay otros que prefieren olvidar ese pasado y se concentran en su imagen de político austero, que se negó a mudarse a la coqueta residencia presidencial cuando asumió en 2010 y eligió quedarse con su esposa, compañera de toda la vida y entonces senadora Lucía Topolansky en la chacra en la que vivió hasta su último día en Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo.
Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.
También y especialmente fuera de la región solían concentrarse como un personaje de color en su forma descontracturada. Cuando asumió, por ejemplo, destacaban que decidió encabezar la ceremonia fuera del recinto parlamentario, como dicta la tradición del país vecino, para hablar de cara al pueblo (una idea que irónicamente hoy retoman líderes de extrema derecha que lo criticaron con dureza como Javier Milei).
Pero estas últimas caras de Mujica solían tapar la identidad que lo atravesó toda su vida: su mirada política de izquierda, su denuncia al status quo conservador que, según repetía una y otra vez, solo buscaba mantener reprimido, dormido o distraído a los más desfavorecidos y vulnerables. "Hay que pelear por el desarrollo, para tener los medios económicos que se puedan meter en la cabeza de los que vengan. Ese es el desafío más grande que tiene el país”, aseguró el año pasado en un emotivo discurso en el que le pidió a las nuevas generaciones que sigan su lucha política ya que, reconocía, que "peleaba con la muerte". ”Soy un anciano que está muy cerca de emprender la retirada de donde no se vuelve, pero soy feliz porque están ustedes, porque cuando mis brazos se vayan habrá miles de brazos sustituyendo la lucha y toda mi vida dije que los mejores dirigentes son los que dejan una barra que los supera con ventaja”, agregó. Esa fue la última vez que habló en público. Eligió hacerlo en un momento clave: el cierre de campaña del FA antes de las presidenciales que retornaron a la coalición que ayudó a construir al poder.
De joven humilde a líder tupamaro
Mujica nació en una familia humilde en una zona rural de las afueras de Montevideo. Se crió escuchando que Uruguay era la excepción de Sudamérica, la Suiza, el país estable y rico, sin los problemas de desigualdad y violencia de sus vecinos. Pero cuando fue creciendo y tomando consciencia de la realidad que lo rodeaba pudo entender que utopía liberal no era real. “Eso de ‘como el Uruguay no hay’, que somos ‘la Suiza de América’, eso era un bolazo”, contó hace años en una entrevista reproducida en el libro Otros mundos posibles. Toda su militancia política, desde Tupamaros hasta el FA, buscó denunciar esa mentira que sigue defendiendo la derecha uruguaya al día de hoy y cambiar la realidad desigual que escondía.
De joven no fue parte de un partido pero participaba de protestas de trabajadores y, según relató él mismo, se fue "convirtiendo en marxista" de a poco, pero siempre con una visión "crítica" de la línea dominante que bajaba la Unión Soviética, por entonces una de las potencias mundiales.
Sus años en Tupamaros se inmortalizaron en libros, películas e infinidad de entrevistas de sus compañeros de lucha. En esa época y en medio de la lucha armada conoció a Topolansky, quien terminó siendo su compañera de vida y su persona de mayor confianza. Con 29 años, en 1964, cayó preso por primera vez en un asalto frustrado a la empresa textil en la capital y, cinco años después, cuando la violencia política escalaba en el país, pasó a la clandestinidad como la mayoría de los miembros de la guerrilla. Los años que siguieron fueron de tiroteos con la Policía, heridas leves y graves, fugas dignas de Hollywood de cárceles y, finalmente una larga detención de 13 años en condiciones que ningún humano debería enfrentar.
Topolansky también cayó presa en 1970 y luego participó de la fuga de mujeres más grande de la historia de Uruguay. Sin embargo, luego fue detenida de nuevo y, como su compañero, no logró salir hasta la vuelta de la democracia. En 1985, con el fin de la dictadura, ambos recuperaron su libertad y, sin dudarlo, se lanzaron a la nueva vida democrática con la misma convicción política: cambiar la realidad, ahora a través de la vía electoral.
Un presidente pragmático
La vuelta a la democracia no fue perfecta. El principal líder del FA, Líber Seregni; uno de los dirigentes colorados y posterior presidente, Jorge Batlle, estaban proscritos y los candidatos blancos, detenidos. Sin embargo, ninguno rechazó la victoria colorada de Julio María Sanguinetti. La apuesta fue profundizar la democracia, no denunciar sus limitaciones. Por eso, en 1989, varios líderes Tupamaros, entre ellos Mujica y Topolansky, formaron un partido político, el Movimiento de Participación Popular (MPP), y lo sumaron a la coalición del FA.
Ese pragmatismo, el que los llevó a sumarse a una coalición heterogénea que incluía figuras con miradas económicas y sociales mucho más conservadoras como el ex presidente Tabaré Vázquez y el ex ministro de Economía Danilo Astori, fue el que primó en su militancia frentista y, luego, en su Presidencia, entre 2010 y 2015. Avanzó en reclamos de la izquierda que su antecesor, Tabaré Vázquez, había vetado o bloqueado, como la legalización del aborto y el matrimonio igualitario. También legalizó la producción, distribución y uso de la marihuana y puso al Estado en el centro de esa millonaria industria.
Pidió disculpas por la desaparición de María Claudia Iruretagoyena, nuera de Juan Gelman, durante la dictadura, como le exigía la Corte Interamericana de Derechos Humanos al Estado uruguayo, pero no consiguió derogar la Ley de Caducidad, la amnistía a militares y policías por sus actos durante la dictadura que se aprobó durante el gobierno de Sanguinetti, en 1986, un año después de la vuelta de la democracia.
Asimismo, cultivó su estilo austero y descontracturado rechazando privilegios y gastos superfluos y escapándose de sus guardaespaldas para pasear en auto con su esposa con su viejo Volkswagen escarabajo. Esa cara era la que más reivindicaban sus rivales ideológicos en otros países, incluidos los de este lado del Río de La Plata, que los comparaban con los excesos y la corrupción de otros gobiernos. Sin embargo, años después, cuando estalló uno de los peores escándalos de corrupción de su Gobierno contra Raúl Sendic -hijo del histórico líder de Tupamaros, entonces vicepresidente de Tabaré y ex titular con Mujica de Ancap, la refinadora estatal de petróleo y destiladora de alcoholes-, Mujica fue acusado de relativizar el caso y defender a su aliado.
Su Gobierno tuvo altibajos como todos, pero su carisma, su discurso y su liderazgo fueron incuestionable, tanto dentro como fuera del país. Mujica terminó su mandato con una aprobación del 51% de su gestión, según Equipos Consultores, y del 63%, según Opción Consultores, en Uruguay; mientras que en el mundo sus llamados a la paz en todo el mundo y la integración en la región dejaron una huella. Fue muy crítico de las asimetrías del Mercosur, pero empujó la Unasur y asumió un rol importante en el proceso de paz en Colombia.
Pero sin dudas su mayor legado, en Uruguay y en la región, es su propia historia, su determinación y su claridad de discurso, especialmente en la última década, cuando la ola de gobiernos de izquierda, centro-izquierda o progresistas de la que él participó entró en crisis en América Latina. En medio del ascenso de la extrema derecha en muchos países de la región y en Uruguay, Mujica pidió en su último discurso: ”No al odio, no a la confrontación. Hay que trabajar por la esperanza."