El dólar ya ronda los 1500 y comenzó a operar el techo transitorio que conducirá a la liquidación de reservas internacionales escasas, lo último que deseaban los acreedores de la Argentina. Otra vez la crónica de un proceso largamente anunciado, el de la privatización forzada de los dólares que quedan, el viejo deporte nacional de apropiarse de las reservas del BCRA. El equipo económico deberá salir a buscar su “punto Anker” en aquellas latitudes a las que no llega el sol.
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Lo notable es que –si se exceptúa al staff oficial– no hubo un solo economista, cualquiera sea su visión del mundo o representación de intereses, que no le haya recomendado al gobierno acumular dólares para no llegar a la actual situación de crisis. No fue una recomendación de alta macroeconomía, sino de contabilidad pública. En una economía que no puede recuperar la moneda propia, la única manera de mantener estable el precio del dólar es disponiendo de un alto nivel de reservas. Y para tener un alto nivel de reservas se necesita generar dólares genuinos vía aumento de exportaciones. Las opciones son intentar reducir las importaciones o arbitrar distintas formas de ingresos de capitales. Los pasos de magia financieros solo sirven de parches y no duran para siempre.
El resultado de esta cuenta de ingresos y egresos de divisas es que, si las reservas son o se perciben escasas, la demanda de dólares tiende a infinito. Para justificar este punto alcanza con repasar la historia. Y si se desconfía, también se puede repasar la teoría económica (más) clásica, la que dice que el precio de una mercancía no reproducible, y el dólar lo es por excelencia, depende exclusivamente de su escasez.
La teoría ensayada por el gobierno, en cambio, fue exactamente la contraria. No había que trabajar por el lado de tener más dólares, sino que el objetivo era tener menos pesos. En términos oficiales de lo que se trataba era de “secar la plaza de pesos”, un monetarismo ramplón que se desentiende de los avances de la teoría económica del último siglo, que no se aplica en ningún lugar del planeta y que no se enseña en ninguna universidad, salvo, quizá, en la escuelita de amigos que le entregó un doctorado honoris causa al Presidente. El monetarismo libertario parece no comprender ni el dinero endógeno, ni el dinero crediticio e, incluso, por más dolarizadores que se hayan propuesto, no entiende bien las consecuencias de que la moneda propia no cumpla la función de reserva de valor
Es precisamente por no tener moneda propia y por tener dólares escasos que “el clima de los mercados” se volvió tan decisivo para la economía. Sin moneda y sin reservas el mercado se torna ingobernable. El problema fue que, al menos en el discurso, el único plan era dependiente de la confianza de este mercado. Primero, el gobierno se endeudó para sostener el ancla cambiaria, con ello esperaba que, en un contexto de superávit primario, la inflación baje progresivamente. El resultado sería, a pesar de la depresión del Gasto y las caídas del Consumo y la Inversión, es decir a pesar del derrumbe de la Demanda Agregada, el comienzo de una lenta expansión post estabilización. La previsión era que a partir de la estabilización se produciría una baja en el “riesgo país” que facilitaría la renegociación “de mercado” del inmenso endeudamiento acumulado, lo que permitiría la continuidad del esquema mientras maduraban las inversiones destinadas a la exportación de recursos naturales. A la fecha ninguna de las predicciones se cumplió, vale recordar que el buen economista es el que prevé correctamente las relaciones causa-efecto de las políticas económicas, las monetarias y las fiscales.
Aunque es un indicador famoso, vale recordar que el “riesgo país” es la inversa del precio de un conjunto de títulos de la deuda local. Lo que destaca es la percepción de los tenedores de esta deuda, de estos bonos, de que el país cumplirá o no con sus obligaciones. El mercado construye esta percepción sobre la base del equilibrio interno. Supone que un gobierno que ajusta tiene más excedentes para comprar las divisas necesarias para hacer frente a sus compromisos. Si los acreedores advierten que, a pesar de que se reduzca el déficit interno, el gobierno que les debe, en vez de tener más dólares (reservas) tiene menos, comienzan a dudar. La consecuencia es que el precio de los bonos baja y el riesgo país sube. 100 puntos de aumento del riesgo país significan un punto de aumento de la sobretasa que debe pagarse por encima de la tasa de referencia internacional, la de los bonos del Tesoro estadounidense a 10 años que hoy ronda el 4 por ciento anual. Ello significa, aproximadamente, que un riesgo país por encima de los 500 o 600 puntos supone ya tasas insostenibles. Y ni hablar de los alrededor de 1200 puntos actuales, los que indican que los llamados “mercados voluntarios” están cerrados para Argentina. Se trata de un riesgo país de Default.
La síntesis provisoria es que el riesgo presente de la economía es la doble D, la devaluación, que ya está ocurriendo, más un potencial default, que sucederá frente a la imposibilidad de refinanciar vencimientos. Los efectos inmediatos, como ya lo adelanta la evolución por encima del 3 por ciento de los precios mayoristas de agosto, se sentirán más o menos rápido en el bolsillo de las mayorías. El único ancla que todavía le resta a la inflación es la recesión.-