El peligro de la aceleración

07 de agosto, 2025 | 00.05

Regresemos a una obsesión de este espacio. La economía es una ciencia, tiene leyes y en consecuencia existen las relaciones causa-efecto, lo que significa que pueden hacerse predicciones. Como es una ciencia social, en las predicciones intervienen una multitud de variables aleatorias, lo que impide la exactitud temporal. Decir por ejemplo que una crisis ocurrirá a las 16 horas del 26 de febrero del 2026. Lo que puede predecirse es más modesto, apenas decir que determinadas acciones económicas provocan determinados efectos. Luego, estos efectos son conocidos no sólo porque los predice la buena teoría, sino porque la teoría fue confirmada en el laboratorio de la historia.

Lo dicho no quiere decir que pueda predecirse cualquier cosa. Los modelos económicos suelen agotarse, por lo que nunca errará quien, en Argentina, pronostique un aumento del tipo de cambio o una crisis. En consecuencia, si se trata de predicciones, el margen temporal importa, aunque no sea exacto. 

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¿Y qué es lo que puede predecirse en el presente? Que, con un déficit persistente en la cuenta corriente del balance de pagos, es decir con “déficit externo”, el ancla cambiaria no es sostenible. Y si el ancla cambiaria no es sostenible, no puede sostenerse la estabilidad macroeconómica ¿Por qué? Porque los precios de cualquier producto no pueden separarse de sus costos “indefinidamente”. En este punto resulta esencial evitar los dogmatismos. La ortodoxia más ramplona sostiene que los precios solo dependen de la oferta y la demanda, que el momento de la producción no existe. En contrapartida, una parte de la heterodoxia cree que solo dependen de los costos. En este espacio se prefiere la síntesis de David Ricardo, que consideraba los dos componentes. Dejando de lado las excepciones, los costos determinan los precios “tendencialmente”, en el largo plazo, mientras que la escasez, la oferta y la demanda, lo hacen en el corto.

Si se traen estos conceptos a la coyuntura presente ocurre que el precio del dólar es un precio básico, es decir un componente de los costos de todos los productos. En consecuencia, si aumenta el dólar aumentan los precios. Y ello sucederá incluso en bienes de demanda inelástica, como por ejemplo alimentos y medicamentos. (No nos detenemos aquí en los detalles de los cambios en el consumo, de lo que se trata es de recortar la tendencia general). Sin embargo, hay excepciones. Puede haber una situación recesiva y que la demanda no convalide los precios, sean estos empujados por los costos o por la puja distributiva. Si los costos suben, pero la demanda no confirma los nuevos precios un ortodoxo dirá, no sin algo de razón, que los productores están compelidos a la eficiencia, a mejorar sus costos. Pero no es solo una disputa por el excedente entre el trabajo y el capital ni una cuestión de eficiencia potencial. El productor puede reducir su ganancia por un tiempo, pero no puede alejarse para siempre de la ganancia media. Si ello sucede seguramente deberá salir del mercado (cerrar) o mudarse de rubro, lo que no siempre es posible. Dicho de otra manera, la caída de la demanda no es un incentivo para invertir y ser más eficientes, sino la puerta para la recesión.

Luego está la historia, la que confirma que siempre que aumentan los precios básicos, entre ellos el dólar, los precios también lo hacen, como lo sabe cualquiera que se dedique a la producción o al comercio. La excepción, como se detalló, son los contextos recesivos, es decir cuando hay destrucción de la actividad y cierre de empresas, el menos deseable de los mundos.

Pero regresemos al origen del debate, a la insustentabilidad del mantenimiento de un tipo de cambio estable cuando existe déficit externo. La excepción a esta regla de hierro está dada por la entrada de capitales. El gobierno produjo un shock devaluatorio como inicio de su programa lo que, por algunos meses, dio lugar a un superávit externo de origen recesivo. Luego clavó el tipo de cambio y se inició el cambio de tendencia hacia el déficit externo. La proyección de agotamiento parecía evidente, pero en la segunda mitad de 2024 apareció la compensación del blanqueo de capitales privados. Cuando este ingreso de divisas finalizó, reaparecieron las tensiones cambiarias, que duraron hasta el desembolso del FMI de 12 mil millones de dólares. A partir de abril también comenzó a jugar la liquidación estacional de las divisas del agro.

Saltando al presente, en las últimas semanas las tensiones cambiarias reaparecieron. La solución transitoria, que la semana pasada evitó que el dólar supere los 1.400 pesos, fue el respaldo y desembolso del Fondo de apenas 2000 millones de dólares. En el medio el gobierno recurrió a todas las manganetas conocidas, operó fuerte con el dólar futuro y sin asco con la tasa de interés. Estas herramientas, aunque bastantes costosas, son eficaces, pero solo sirven para la coyuntura, su efecto es transitorio. El dato duro es que así como los costos conducen los precios, el resultado externo conduce el tipo de cambio, no importa quien gobierne. Todos los caminos conducen a Roma. El oficialismo puede hacer lo que quiera con el resultado presupuestario, pero con ello solo influirá en la distribución del ingreso y el funcionamiento del Estado. Sin embargo, si no soluciona el problema externo no existirá estabilización duradera.

La conclusión preliminar es que el actual modelo solo se sostiene con ingreso de capitales, pero suma el cierre de barreras. El súper peso desincentiva la inversión y las exportaciones. La caída del precio internacional de los hidrocarburos frena el crecimiento de Vaca Muerta. Las inversiones mineras pueden ser una ayuda, pero no para el corto plazo. La caída de la demanda comprime el mercado interno. Al gobierno se le aceleraron los tiempos y se le achicaron los márgenes, quizá por ello al Presidente se le debilitó el animal spirit de insultar a todo el mundo. Argentina sigue sin modelo de desarrollo, el neoliberalismo recargado de LLA no conduce a ninguna parte.