En un contexto político cada vez más polarizado, reunir a líderes de distintos partidos en una misma mesa puede parecer una tarea casi imposible. Sin embargo, no hay democracia posible sin diálogo ni construcción colectiva. Argentina y la región necesitan de nuevos liderazgos capaces de escuchar, comprender y colaborar, aun cuando las diferencias sean profundas.
Una de las trampas más dañinas que hoy atraviesa el debate público es el razonamiento binario: la idea de que todo se reduce a una contienda entre héroes y villanos, amigos y enemigos. Esa lógica erosiona la posibilidad de acuerdos, bloquea las soluciones que nuestra sociedad necesita. No se trata de vieja política versus nueva política. Se trata de buena política.
Y la buena política es la que reconoce que la democracia se construye con diferencias, con matices, con la capacidad de convivir y dialogar más allá de las identidades partidarias. La “nueva política” sólo será una verdadera innovación si logra traducirse en buena política, evitando reincidir en los errores y las mañas de la vieja. Porque también es cierto: hay dirigentes jóvenes que expresan lo peor de la vieja política, y hay dirigentes con larga trayectoria que traen ideas renovadas y visión de futuro.
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La desconexión entre la dirigencia política y la sociedad no es mera coincidencia. La sensación mayoritaria es que la política ha dejado de preguntarse por el otro, por su sufrimiento concreto, y en su lugar alimenta relatos que encuentran cada vez más culpables, menos responsables y aún menos soluciones. En este esquema, los personajes políticos se nutren unos de otros en un ciclo estéril: cuanto más extremo es el antagonista, más se justifica la propia posición. Mientras tanto, las preocupaciones reales de la gente quedan en el olvido.
Quienes debieran representar los intereses de la mayoría están ocupados en declamaciones autorreferenciales, muy lejos de las preguntas que realmente importan: ¿cómo llego a fin de mes?, ¿cómo está mi barrio?, ¿cómo puedo proyectar o soñar un futuro? En ese vacío, crece el desencanto y se erosiona la confianza en la democracia misma, que se traduce en dramáticos ausentismos en las urnas.
Frente a este panorama, la coherencia entre palabras y acciones se vuelve condición indispensable. La política no puede ser apenas un ejercicio performático. Necesitamos líderes capaces de actuar con propósito, de tender puentes en lugar de levantar muros, de sostener la palabra con hechos consistentes.
Desde Potencia Argentina trabajamos precisamente en esa dirección. Nuestro programa de formación de liderazgos emergentes busca alinear vocación con coherencia: que cada participante descubra y fortalezca su propósito, que aprenda a transformar diferencias en oportunidades de encuentro, y que pueda liderar procesos complejos con responsabilidad y empatía. No buscamos romantizar la idea de una dirigencia tomada de las manos en una ronda: sabemos que el presente plantea problemas enormes, tensiones duras y decisiones incómodas. Pero también sabemos que la política, cuando se ejerce con sentido y compromiso, puede ser la herramienta más poderosa para cambiar la vida de las personas.
En 2024, más de 6.000 personas de todo el país iniciaron el proceso de inscripción para sumarse a nuestra primera cohorte, de la cual surgió una generación de 147 líderes emergentes que hoy ya están teniendo incidencia en sus comunidades. Ahora abrimos una nueva convocatoria con clases virtuales, espacios de debate, talleres prácticos y dos encuentros presenciales donde el intercambio humano se convierte en motor de aprendizaje colectivo.
Creemos que el futuro democrático de la Argentina depende de la capacidad de formar dirigentes que sepan convivir con la diferencia y transformarla en acuerdos posibles. Esa es nuestra apuesta: construir una red multipartidaria y federal de liderazgos capaces de enfrentar los dilemas de nuestro tiempo con la fuerza de las convicciones, pero también con la humildad del diálogo.