Del riesgo kuka al riesgo farsa

31 de julio, 2025 | 00.05

“Esta vez es distinto”, al menos para el análisis económico. Que la economía sea guiada por alguien que no puede ver más allá de unas pocas cuentas de almacenero disfrazadas de presunta “teoría austríaca”, conducida por un trader que solo vive en la adrenalina del minuto a minuto del mercado y liderada intelectualmente por un trasandino enamorado de la primitiva escuela de Chicago es lo que condujo a este presente, a un programa económico monovariable, obsesionado con clavar el dólar a todo o nada. El objetivo es contener la inflación, pero el costo no es la cada vez más evidente profundización de una distribución regresiva del ingreso, con la sola excepción muy parcial del conjunto raleado de los trabajadores formales, sino una dimensión mucho más profunda y duradera, el parate del aparato productivo, el comienzo de lo que amenaza ser una larga recesión.

En este espacio repetimos, como un mantra, que la economía es una ciencia porque tiene leyes y que el laboratorio donde se ensayan y validan estas leyes es la historia. Por eso vale la pena recordar lo sucedido entre 1998 y 2001, los 4 años largos de recesión de los que recién comenzó a salirse a fines de 2002 y luego de la profunda crisis que terminó de estallar en diciembre de 2001. Desde entonces ya transcurrió casi un cuarto de siglo, demasiado para una sociedad de memoria corta. Un dato de aquellos años fue la baja inflación, incluso con el extremo de períodos de deflación, es decir con precios que no solo no aumentaban, sino que bajaban, Argentina año verde.

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A los más jóvenes les puede parecer un pasado remoto, pero durante aquel período hasta se recurrió al recorte “nominal” de jubilaciones y salarios. No solo no se discutían recomposiciones salariales en paritarias, sino que los salarios se recortaban. Un dato de color es que la ministra de Trabajo de entonces era la actual la ministra de Seguridad, una especialista todo terreno. Quizá más que un dato de color sea un dato triste en términos de aprendizaje social. Pero el punto es que estos recortes nominales de quienes tenían ingresos fijos, asalariados y jubilados, fueron posibles porque existía una gran recesión. La desocupación rondaba los 20 puntos y quedarse sin trabajo equivalía a quedarse afuera del sistema. Como en el presente, quienes tenían trabajo toleraban casi cualquier cosa con tal de no perderlo. No existe nada más socialmente disciplinador que una recesión.

Solo la desmemoria sobre hechos sucedidos hace más de un cuarto de siglo posibilita que puedan romantizarse los gobiernos de Carlos Menem. También que el actual Presidente, en sus épocas de telepanelista, dijera cada vez que podía que el súper ministro de la Convertibilidad, el siempre creativo Domingo Cavallo, había sido “el mejor ministro de economía de la historia”. Como es sabido, la opinión presidencial es voluble, pero nobleza obliga, en el regreso nada triunfal de Cavallo durante el gobierno del fallido Fernando de la Rúa, el ex ministro advirtió los estragos de dos fenómenos que se habían consolidado a partir de la Convertibilidad, el endeudamiento externo y la sobrevaluación cambiaria. Para mitigar la bola de deuda, Cavallo ideo el judicialmente cuestionado Megacanje, que a partir del pago de súper tasas agravó en los mercados financieros internacionales la percepción de un default inminente. Luego, para escapar de los efectos recesivos de la sobrevaluación en el marco del rígido corsé de la caja de conversión, ideó los “planes de competitividad”, que en la práctica eran devaluaciones tributarias sectoriales.

Las soluciones propuestas por Cavallo podrían haber funcionado como el principio de un camino de salida posible, pero mantener el tipo de cambio atrasado para el conjunto de la economía demandaba la continuidad de la entrada de capitales. Y la suerte, como se sabe, no suele durar para siempre. A comienzos de 2001, ya con George W. Bush en la Casa Blanca y en tiempos de Horst Köhler y Anne Krueger en el FMI, comenzó a consolidarse en el mundo de los organismos financieros el debate sobre el “moral hazard”, el “riesgo moral”, que refería a que muchos países, como Argentina, se endeudaban “irresponsablemente” porque esperaban que otro, el FMI, los rescate. Lo que se proponía luego de las experiencias de crisis financieras como la mexicana y las asiáticas, era dejar de rescatar, dejar de financiar a los países que antes se habían sobre endeudado. Y a Argentina le tocó la mala suerte de servir de ejemplo. 

El financiamiento externo privado se cortó después del megacanje de mayo de 2001 y el de los organismos financieros durante el segundo semestre de aquel año. La convertibilidad terminó en diciembre, el día en que debió establecerse el corralito que puso fin al gobierno de Fernando de la Rúa, no sin que antes, en las luctuosas jornadas del 19 y el 20 de diciembre, el gobierno de la primera Alianza se despidiera con un baño de sangre. Hoy sabemos que el presidente renunciante fallecería impune, incluso reivindicado por la segunda Alianza, la macrista. Una hipótesis interpretativa posible es que, en esta impunidad, que hoy aparece hasta como reivindicación, se encuentra una de las razones de la reiteración de los ciclos históricos. 

Las analogías con el pasado de fines de la convertibilidad son abundantes. La primera es que a los votantes, especialmente a las clases medias para arriba por el efecto riqueza que provoca, les encanta el dólar barato, la monovariable cuidada por la actual administración. La segunda es que la sobrevaluación cambiaria destruye a los sectores transables y, más lentamente, recorta la actividad interna por caída global de la demanda y desincentivo de la oferta, de la producción. Todavía no son la norma, pero empiezan a aparecer los locales comerciales vacíos, los destinos vacacionales nacionales sin turistas y la suspensión de trabajadores en las fábricas. La tercera es que la inversión externa no repunta porque se vuelve carísima en dólares. La cuarta es la dependencia del endeudamiento con el exterior. Las diferencias principales, en tanto, son dos. La primera es que ya nadie habla de “riesgo moral”. Todo indica que Estados Unidos está dispuesto a continuar sosteniendo “geopolíticamente” la insolvencia externa local. Que el FMI le haya sumado un acuerdo por 20 mil millones de dólares adicionales a un país al que ya le había prestado más de 44 mil millones significa haber incurrido en un “moral hazard” total, una irresponsabilidad mutua que deberá renegociarse no en términos económicos, sino políticos. La segunda no es, como decía Marx, que la historia se repite “primero como tragedia y después como farsa”, sino que la historia, si bien efectivamente se repite y por seunda vez, ahora parece también acelerarse. A la Convertibilidad le insumió una década alcanzar su agotamiento, al macrismo dos años y medio. El actual modelo, en tanto, todavía no llega a los dos años.

Es difícil razonar como quienes conducen la economía, pero todo parece orientado solamente a superar las elecciones de medio término, una fuga hacia adelante para pasar octubre. Existe una idea difusa de que el día después de mañana todo se acomodará mágicamente, que lloverán los dólares que faltan por la simple vía de la desaparición de lo que el oficialismo denomina “riesgo kuka”, es decir la posibilidad de un regreso opositor. Aquí también la historia sirve de referencia. En su momento el macrismo, a pesar de haber multiplicado la deuda, se impuso en las elecciones de medio término, las de 2017. La sensación en noviembre de aquel año era que el gobierno se quedaría un piso de dos períodos. Sin embargo, el triunfo electoral no disipó los verdaderos riesgos: el “riesgo deuda” y el “riesgo déficit de cuenta corriente”. Regresando al presente, sólo cabe esperar que el Marx del 18 Brumario no vuelva a tener razón, aunque el “riesgo farsa” esté a la vuelta de la esquina.