En un breve comunicado publicado en redes sociales el pasado 9 de julio, la editorial que dirijo hace ya una década desde Tel Aviv, anunciaba a sus lectores que nuestros futuros libros llevarían la siguiente leyenda en la contratapa: "La editorial Nine Lives declara su oposición al asesinato de personas inocentes en Gaza, llamando al cese del fuego y al retorno de los secuestrados". El mensaje era escueto, pero su intención, ambiciosa: a partir de un mínimo común denominador, buscábamos el apoyo y la colaboración de colegas editores e instituciones culturales, universitarias, artísticas y sociales, así como de museos, teatros, radios, y podcasts (todo ente involucrado en la producción de saber y de cultura en Israel) para condenar los crímenes de guerra (incluidos el hambre inducida, el aniquilamiento masivo, y el destrozo de infraestructuras públicas y de más de un millón de viviendas) perpetrados por Israel en nombre de todos sus habitantes y con su consentimiento tácito.
Nuestra llamada a la acción tuvo repercusión en los medios. Siendo la edición literaria un acto de amor y una ventana abierta a la comunicación con el otro desde el arte, teníamos la esperanza de que nuestro mensaje trascendiera el posicionamiento específico de nuestra editorial. Absurdamente, nuestro llamamiento, haciendo un uso pleno y consciente de la libertad de expresión, nos expuso esta vez a la mofa, al boicot y a un principio de cancelación general. Ante el aviso propuesto, la reacción fue la violencia o el silencio. Violencia por parte de nuestros conciudadanos y el más completo silencio por parte de nuestros colegas. Es por eso que, al no haber conseguido apoyo alguno por parte de nuestros pares locales hasta el momento, apelamos al apoyo y a la solidaridad de la comunidad internacional a la que pertenecemos: editores, escritores, productores de cultura, todo sujeto o institución que haga parte de la trama contextual en la que acontece nuestra labor.
Abriendo el espectro a la realidad en Israel hoy, me permito presentarles algunas impresiones recogidas desde el prisma de un inmigrante judeo-argentino que quiso a este país desde temprana edad, pero que también fue testigo de la completa transformación de su sociedad. En Israel está mal visto hablar mal de Israel, y peor criticar a Israel ante terceros. En tiempos de guerra, está directamente prohibido hablar por fuera del consenso. El consenso sobre la guerra es santo e inamovible.
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Hoy en día el sujeto es inseparable de un estado omnipresente, y acepta con gusto estar supeditado a él. El objetivo militar está por encima todo y el individual se encuentra en el fondo de la pirámide social israelí. No se puede hablar mal de Israel durante la guerra, entre otras cosas, porque mueren en ella niños soldados, que forman parte de dicho ejército con la complicidad de sus padres y sin ningún tipo de interpelación a la autoridad. Israel está conformada por un aparato de relaciones de poder en el que cualquier crítica a su mecanismo de argumentación despierta el odio en cada uno de sus componentes utilitarios. Sigamos. Si un inmigrante, que es considerado menos que un civil sabra (judío-nativo) en la escala social israelí, se expresa de manera crítica sobre Israel, es invitado a abandonar el país y retornar al suyo de origen. En la pirámide social de este país, el árabe-israelí va incluso por debajo del inmigrante. El palestino de Jerusalén va por debajo de la categoría anterior (en cuanto a derechos y a libertad de expresión y movimiento). El palestino de Cisjordania va todavía más abajo que el jerosolimitano, pues no posee derechos civiles y está sujeto a la ley marcial. El palestino de Gaza va por debajo de todos.
Por eso no se les adjudica cualidades humanas y su eliminación no es más que un detalle numérico para el israelí promedio. El palestino de Gaza no es real, no tiene entidad en el imaginario local y no simboliza sino a un enemigo uniforme que amenaza (en su totalidad) la existencia del país.
El sujeto israelí en estado de guerra no puede sino considerarse a sí mismo como víctima, más allá del acontecer de la contienda. En Tel Aviv, pasadas las atrocidades que Hamas perpetró el 7 de octubre de 2023, la venganza generalizada e indiscriminada se ofrece como única alternativa. Las excusas más frecuentes por la falta de humanidad en la población local se le atribuyen al estado de shock, el post-trauma, el agotamiento, el aturdimiento, la sensación de amenaza externa y de peligro inminente, la necesidad de supervivencia a través de la guerra eterna para asegurar la existencia futura, y la falta de otras soluciones. Para el común de los israelíes no existe otra alternativa que la guerra. Lo "bueno" y lo constructivo, lo humanizante se cataloga como algo naive mientras que "serio" y adulto es solo lo militar. Incluso los civiles con derechos, la gente ilustrada, "cultural" o académica, que pareciera comprender la magnitud de las atrocidades en Gaza, se quita toda responsabilidad personal proyectándola al primer ministro Netanyahu, considerado como una suerte de anticristo de poderes múltiples y cualidades satánicas que inhabilita la posibilidad de acción en el civil democrático, bienintencionado ("liberal").
Netanyahu es la excusa para no decir ni hacer nada contra la barbarie israelí en Palestina. Durante los dos últimos años de guerra no hubo acción alguna o manifestación masiva que llegara al menos al medio millón de personas, no se gestó una retórica de resistencia y hubo tan solo un paro general, que duró 60 minutos (no en contra de la guerra sino a favor del retorno de los rehenes). Cuando se nombra o se condena el asesinato de 100.000 personas y de decenas de miles de mujeres y niños, y algún osado decide titular esto como genocidio, etnocidio, limpieza étnica y demás, la mayor parte de la gente elige enfrascarse en una lucha por la denominación, por el término. Como si la palabra definiera o mermara su grado de responsabilidad. Nadie quiere cargar con la denominación "masacre" o "asesinato masivo". Lo máximo que se acepta es un lacónico "las muertes", sin dimensionar el número ni especificar quien las ejecuta, ni con qué propósito se está matando.
La imposibilidad de denominar lo que está sucediendo, al no ser nombrado, imposibilita también la acción, por ejemplo, manifestaciones masivas en contra de la guerra, o mejor dicho, de la destrucción desenfrenada de Gaza, o del aniquilamiento inmoral de más de veinte hospitales y del hambre impuesta; o en contra del incendio constante de poblados palestinos en Cisjordania por parte de colonos armados y del asesinato de inocentes al azar, donde el culpable es protegido por el Estado y exonerado sin un juicio real. No existe la oposición política institucional a las matanzas de Gaza ni de Cisjordania. Ninguna institución (en cuanto institución) se pronuncia o actúa en su contra y toda crítica quiebra antes de gestarse. En tal contexto, continúa la vida cotidiana de Tel Aviv, entre bares, restaurantes y rutinas de autoayuda, segregación y ejercicio físico, eliminando la posibilidad de proceder con sentido común, adoptando un discurso elusivo y desestimando el desarrollo de una conciencia política personal.
La escena literaria israelí funciona dentro de ese mundo desdibujado, que aprovecha cínicamente los beneficios económicos de comprar materias primas o sostener almacenes en asentamientos israelíes ilegales ubicados en territorio palestino, distribuye sus libros en los poblados extremistas desde donde salen los incendiarios a incendiar a sus vecinos sin derechos, y publica libremente obras de autores que normalizan la ocupación. Es un mundo desdibujado, pero también colaboracionista y apartheid: las editoriales israelíes no publican literatura árabe local, las librerías no exhiben libros en árabe, los suplementos culturales no nombran ni se ocupa del quehacer árabe-palestino, ni las editoriales ni los suplementos, ni los programas culturales suelen tener colaboradores árabes. Salvo en ocasiones aisladas en las que el otro se domestica y asimila, abandonado su cultura (los popularmente llamados "árabes-mascota").
La maquinaria editorial en Israel es también cómplice de la descontextualización y desarticulación de la guerra: durante los últimos dos años se publicaron más de 150 libros sobre el 7 de octubre en prosa, poesía, ensayo, crónica y testimonio. Se publican también libros de regimientos militares relatando sus experiencias y anecdotarios de batalla. Ningún libro se ocupa de lo que le siguió a la catástrofe de 2023 ni de su documentación. Todo festival literario local tiene una pátina negacionista, en la que los autores invitados son inducidos a expresarse en favor de la nación. En cuanto a otros eventos literarios (todavía cuantiosos, aunque la disminución de los índices de lectura en el país es de más del 40% en este último año) suelen comenzar con el deseo de retorno de los secuestrados, jamás con la necesidad de parar la matanza en Gaza o de que la guerra termine. La importancia de lo militar es tal en la sociedad israelí, que los soldados reciben regalos, cupones y descuentos para la compra de libros, no así ancianos, discapacitados o estudiantes. Con respecto a la cobertura en los medios del boicot de varios escritores internacionales a Israel por su accionar, el adoctrinamiento político es tal que, lejos de generar una reflexión, el mundo literario local se embarca en el escrache de los autores en cuestión y los cataloga de ciegos y antisemitas. No existe la toma de responsabilidad o una mirada crítica sobre las causas de tal negativa a publicar en Israel mientras se siga masacrando.
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En el ámbito académico, las universidades se limitan a la confección de cartas simbólicas y a la recolección de firmas para salir del paso y no perder becas ni apoyos internacionales. Ni hablar de que se organicen paros, se involucre a los estudiantes o se llame a la acción. Las pocas personas que se expresan en contra de la guerra por radio y televisión son interrumpidas y censuradas. Canales estatales y privados no cuentan qué pasa realmente, ni en sus imágenes ni en sus informaciones. Cuando se da noticia de algún suceso relacionado con la guerra, la coordinación entre los medios es evidente y de una sospechosa simetría. La sintaxis de la atrocidad queda escondida detrás de un conjunto de declamaciones de tinte nacionalista. Diferentes entidades hacen saber de su "preocupación" general y llaman abstractamente a terminar una guerra todavía más indeterminada. Dentro de este estado de inactividad providencial en Israel, de impotencia innata, sin haber querido negociar la paz durante los últimos veinte años, haciendo la vista gorda ante la falta de derechos de 3,5 millones de habitantes palestinos nacidos en esta nación, sin actuar en favor de ningún avance cívico, llora en silencio su drama de cámara la denominada “izquierda sionista”.
Más allá del rechazo y la censura, el breve texto que tenía como destino la contratapa de nuestros libros no tuvo la posibilidad de colarse en ninguna discusión real en el marco literario, por el hecho de que tal diálogo no existe dentro de la sociedad israelí. No se trata de un ámbito cualquiera: la literatura posee una carga simbólica y expresiva que ha formado parte de protestas, revoluciones y de grandes cambios estructurales a lo largo de la historia. En el caso de Israel, el ámbito literario censura, silencia, deforma, segrega y en consecuencia colabora con las atrocidades perpetradas en Gaza. Extendemos esta carta abierta a toda entidad y persona perteneciente a la cultura y la literatura ya que no queremos ser cómplices y quisiéramos actuar. Nuestra editorial es de carácter migrante y opera a través de fronteras nacionales, y, por ende, es relegada cívicamente. No distribuye sus productos en asentamientos israelíes ilegales ni almacena sus libros en ellos. Imprimimos gran parte de nuestros libros en Cisjordania, considerada por la mayoría un territorio enemigo, lo cual nos transforma en una entidad abyecta. Hablamos abiertamente de lo que acontece en Gaza. En todo caso, hacemos uso de nuestra libertad de expresión acotada y nos posicionamos en contra del etnocidio israelí.
Pensamos que estamos a tiempo de recobrar el registro del otro desde una perspectiva humana, que hay gente que piensa diferente y que no se expresa, que no busca ni encuentra las palabras para trazar un límite y decir "ya basta, hasta acá", debemos reeducarnos. Soñamos con un primer paso hacia la paz desde la acción y la palabra. Como editor, aparte de repintar las inscripciones de "muerte a los árabes" que pululan en el espacio público, pido pasar a la acción. Personalmente, como judío, nieto de europeos que sufrieron persecuciones y pogromos, y fueron expulsados de su tierra natal y recibidos en tierras multiculturales; y como argentino nacido bajo la dictadura militar, pero educado en la libertad y el pluralismo, el comportamiento de Israel, no solo de sus gobernantes ni de los segmentos sociales más fanáticos, sino de la mayoría de su población, es inadmisible. El Israel de hoy actúa mediante el lenguaje y los métodos usados por los verdugos de antaño de los judíos y por ende supone una vergüenza para el pueblo que sufrió el holocausto.
En este entorno, desde esta sensación de soledad en el marco local y con el peso de no poder compartir nuestros pensamientos con libertad y seguridad, es difícil encontrar el deseo de idear y publicar libros nuevos. Pedimos recolectar condenas a la guerra provenientes de la comunidad literaria internacional, para hacerlas públicas e inducir al diálogo, a la entrada en razón. Invitamos a nuestros colegas editores a evaluar la medida en que la edición en Israel comercia y colabora con la ocupación. Sugerimos a la comunidad judía mundial efectuar un análisis crítico y reevaluar sus lazos con el Israel de hoy. Una condena moral a lo que atenta con la base del judaísmo sería más constructiva y útil que el apoyo incondicional. Queremos que nuestra pasión por la edición literaria se reavive al alzar la voz en estos tiempos, al transformar nuestra plataforma y nuestros libros en objetos con carga política y humana. La masacre, el hambre y la destrucción en Palestina tienen que terminar.