Las ideas económicas de Javier Milei son rudimentarias. El presidente estudió en una universidad académicamente marginal y recibió un doctorado honoris causa de un grupo de conmilitones por el que, bordeando la usurpación de títulos y honores, se hace llamar “doctor”. Su saber se limita a unas pocas identidades contables sobre la cantidad de dinero y el equilibrio presupuestario, es decir a la suma de un monetarismo y un fiscalismo primitivos que no se practican en ningún lugar del planeta. Nunca comprendió la dinámica económica, las relaciones causa efecto entre las políticas y sus resultados. Su profundidad matemática y su jerga son las de un estudiante de microeconomía básica, algo así como de segundo año de la licenciatura. Y su capacidad de construir políticamente, un requisito indispensable para llevar adelante cualquier plan económico, es inexistente. No le interesa la construcción de mayorías. También en este rubro cree que la disputa es a todo o nada, que el camino no es convencer, sino “domar”.
Los resultados de estas visiones están a la vista. Indujo un shock de partida, la única acción realmente inevitable dados los desajustes de “la herencia recibida” que tanto recalcan los consultores económicos de todo tipo y color. A partir del shock y después de haber retrocedido diez casilleros, se comenzó a contar desde cero. La política fiscal fue un ajuste draconiano del gasto a la par que se aflojaban impuestos de todo tipo a los más ricos, desde bienes personales a retenciones, lo que no solo fue regresivo, sino que afectó las funciones elementales del Estado, que hasta dejó de amortizar la infraestructura básica y se apropió de recursos que legalmente les pertenecían a las provincias.
Su política monetaria fue trasladar pasivos contables del Banco Central a deuda del Tesoro e iniciar una política de apreciación cambiaria como ancla antiinflacionaria. En paralelo pisó todo lo que pudo las paritarias, sumando al ancla cambiaria, la salarial, otro reflejo del carácter de clase del gobierno. Como la apreciación del peso fue ficticia, es decir nunca fue el reflejo de la mejora en la productividad de la economía y el superávit de la cuenta corriente del balance de pagos, que por el contrario pasó al rojo constante, debió financiarse con entrada de capitales. Primero, durante la segunda mitad de 2024, fueron los fondos del exitoso blanqueo, más de 23 mil millones de dólares, un ingreso privado que no se reflejó en un aumento de reservas internacionales. Luego, ya a partir del segundo trimestre de 2025, comenzó a consumirse el nuevo endeudamiento con el FMI, del que ya llegaron 14 mil millones sobre 20 mil, lo que agravó la solvencia intertemporal de la economía.
A pesar de las recomendaciones del grueso de los economistas, el gobierno persistió en la estrategia de no acumular reservas. También por dogmatismo, optó por eliminar las restricciones cambiarias para las personas humanas, el “levantamiento del cepo”, quienes previsiblemente empezaron a dolarizar sus excedentes. El Presidente dijo incluso que recién compraría divisas cuando el tipo de cambio baje de 1000. Luego, como los dólares no son infinitos, el gobierno recurrió al uso indiscriminado de un conjunto de mecanismos: primero fueron las operaciones de dólar futuro, lo que se traducirá en pérdidas multimillonarias para el BCRA. Luego llevó los tipos de interés hasta niveles de tasa real positiva que destruyen el funcionamiento normal de la economía provocando recesión. Finalmente, en las últimas semanas y siempre para evitar que los pesos se vayan a dólares, decidió aumentar a niveles irracionales los encajes bancarios, que ya están en más del 50 por ciento y mantiene en estado de furia al sector financiero. Y para completar, esta semana el gobierno rompió el último dogma y comenzó a vender los dólares de las reservas.
Por el lado de los ingresos hubo sorpresa en el oficialismo porque a pesar del RIGI, el régimen sodomita para atraer capitales a la producción, la inversión extranjera cayó a mínimos históricos. Si se creía que la sumatoria de medias anti Estado eran “pro mercado” y “pro inversión” no estaría funcionando. Los capitales no creen en la sostenibilidad el modelo libertario. Votan con los pies, no vienen. Entre otras razones porque invertir en Argentina resulta carísimo en dólares, a lo que se agrega que la percepción del capital sobre la capacidad de pago de la economía sigue cayendo, es decir, el riego país sigue en alza.
El primer balance preliminar es que no hace falta ser un opositor furioso para advertir que el modelo mileísta entró en una fase de insustentabilidad de la que le será muy difícil salir, no solo por su orientación, sino también por la mala praxis. Se puede comprender que el gobierno se juegue a mantener las apariencias de una estabilidad ficticia hasta las elecciones, menos claros parecen los beneficios esperados para el día después, pues incluso la ilusión de un holgado triunfo libertario que nadie predice no sería una solución para ninguno de los problemas planteados. Parte del oficialismo se esperanza en que un buen resultado electoral provoque el efecto mágico de la recuperación de la “confianza de los mercados”. Sin embargo, aunque los mercados comparten el corazoncito anti Estado, nunca dejan de mirar los números. Un ejemplo en la historia reciente es 2018, también con Luis Caputo manejando las cuentas públicas.
Resulta difícil no relacionar la evidencia de la insustentabilidad creciente del plan económico con la emergencia del inesperado cisne negro del escándalo de corrupción. El oficialismo decía representar tres banderas en orden de importancia: terminar con la inflación, terminar con el “déficit de represión” de la protesta callejera y luchar contra “la casta política corrupta”. En el momento cercano en que ya no se pueda sostener el precio del dólar, la bandera de haber reducido la inflación desaparecerá. La bandera de luchar contra la casta corrupta, en cambio, ya cayó con el affaire de las escuchas. Sin embargo, las evidencias de corrupción oficial no son nuevas, vienen desde el comienzo de la administración. Ya era un rumor o dato que la hermanísima presidencial intermediaba en distintas recaudaciones. El caso de la criptomoneda $Libra tuvo todos los componentes de una estafa. Las “presuntas” coimas en discapacidad, como “los bolsos de López”, tuvieron en cambio la potencia de lo muy visible para el común de la población. La pregunta del millón es si existe alguna relación entre la difusión de los audios grabados muchos meses atrás con las señales de la creciente insustentabilidad del programa económico.
Repasando la historia, Milei fue puesto en los medios de comunicación por sus antiguos empleadores para cumplir el rol de guerrero ideológico, para correr el discurso económico a la derecha, rol que en la segunda mitad de los años ’90 cumplía José Luis Espert. Pero sucedió que el personaje creado para ser panelista televisivo resultó exitoso. Medía. Fue una suerte de economista ideal, no sólo no molestaba al poder económico, sino que le era funcional y, por su estilo controversial y payaseco sumaba rating. Sobre finales del macrismo fue el economista con más minutos de aire en los medios audiovisuales. Su presencia continuó durante el gobierno del Frente de Todos y su fama mediática, conseguida a fuerza de aire, le permitió ser elegido diputado nacional. Su paso por la Cámara no se recuerda por su contenido, sino por el marquetinero sorteo mensual de su salario. Al parecer, ya desde entonces financiaba su sustento con otros ingresos. Sin embargo, ni la imaginación del tarot fraterno habría augurado en aquellos primeros años que el personaje terminaría en la presidencia de la Nación, que sería el cúlmine de un largo proceso de degradación política, económica e institucional.
Entusiasmado con el éxito de su criatura, el poder económico lo cobijó y, tras el triunfo electoral, lo encerró en un hotel y le armó un programa económico maximalista. Milei llegó al poder sin red, pero el establishment se apuró a sumarle cuadros técnicos y su aparato de legitimación mediática. Lo que no pudo proporcionarle, aunque lo intentó a través del PRO, fue una estructura política territorial.
Una de las principales limitaciones para cualquier proyecto de desarrollo reside precisamente en que el poder económico no tiene proyecto de país a largo plazo. Su único plan es destruir al Estado que cobra impuestos y buscar toda la desregulación que sea posible. Incluso a costa de la infraestructura más básica. La llegada de Milei fue recibida como la posibilidad de destruir el Estado con apoyo popular. El caldo de cultivo fue la persistencia de la alta inflación. Pero próxima a cumplir la primera mitad de su gobierno, la criatura parece haber dado ya todo lo que podía dar. El reseteo del gobierno del que se habla en todos los ámbitos del poder no podrá ocurrir sin un salto devaluatorio, lo que terminará con la bandera del éxito en la lucha antiinflacionaria, es decir con la ilusión de la estabilidad macroeconómica conseguida a fuerza de deuda, y golpeará duramente los restos de la legitimad oficial.