¿Estamos yendo los argentinos en la dirección de un régimen político férreamente presidencialista? Hay un sector -de tradición liberal-democrática- que plantea la cuestión en esos términos. Algunos registran el hecho con satisfacción y otros con alarma; pero lo común es el registro de un crecimiento del peso y el poder del presidente por sobre los otros poderes orgánicos de la democracia. Eso es enteramente cierto, pero ¿es la amenaza principal que tiene frente a sí nuestra democracia? ¿Sería un fortalecimiento del poder legislativo una garantía de defensa contra el poder de hecho que se ha ido enseñoreando en nuestra democracia?
El problema -como es habitual en el análisis liberal- es la reducción de lo político al funcionamiento de los organismos que la constitución y las leyes reconocen como habilitados para tramitarlo y resolverlo. Hoy no hay a la vista las restricciones que en otros tiempos existieran: no hay poderes fácticos como en otro tiempo lo fueran las fuerzas armadas, no hay proscripciones ni persecuciones político-partidarias. Pero hay un territorio -que no ha dejado nunca de existir- que no funciona en los términos en los que piensan los constructores institucionales de nuestro sistema: los grandes grupos económicos ejercen un poder dominante indiscutible en la formación de la opinión popular. ¿Cómo se forma esa opinión popular? ¿es un terreno llano y parejo en el que los contendientes libran una batalla por la influencia en la opinión pública ¿o se parece más a una guerra librada por combatientes de muy distinto poder de fuego que se articulan -no de modo automático como cree un p pensamiento ultra-simplificador, sino de un modo contradictorio -y a veces caótico. En los últimos tiempos se han sumado a los grandes medios de comunicación las empresas de “análisis de la opinión pública”. Estoy seguro de que ninguno de los analistas que trabajan en el rubro se escandalizarían por el hecho de que su trabajo forme parte de un complejo sistema de influencias directas o indirectas en la opinión de las personas. No vale la pena perder el tiempo en preguntas metafísicas sobre la influencia de esta red en la formación de la conciencia y la opinión popular: este género está bien atendido. el gremio de los “formadores de opinión” es una de las estructuras de mayor crecimiento en la última etapa, en el país y en el mundo.
Y esta cuestión avanza sin límite a la vista: la utopía liberal de la “libre conformación de la opinión política” no es creída ni por quienes la difunden. ¿Es esto un peligro para la democracia? Es un viejo y prestigioso tema político-literario: la novela corta “Desde el Jardín” lo dejó planteado y como sabemos su autor, el polaco-norteamericano Jerzy Kozsinsky lo dejó abierto: y hoy está más abierto que nunca.
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Podemos desde aquí aterrizar en nuestras pampas. La figura de Javier Milei está tan asociada a la de Chance (el hombrecito disminuido y presumiblemente analfabeto que sirve para abrir dramáticamente el tema) que permite organizar la cuestión. No estamos simplemente ante la emergencia de un tiempo mundial abierto a los desarrollos más insospechados. La sociedad (¿mundial?) está llamando a este nuevo e insólito mesías que la libere del sinsentido de un sistema político que gira enloquecido sobre su propio eje.
Si esto fuera cierto, ¿qué se puede hacer para evitar este curso distópico de la humanidad? Desde aquí no se pretende bajar una línea con presuntas claves para salir de la encerrona histórica. Desde ya que abrir básicas y locales partidarios no puede dejar de ser un punto de partida (ultra minoritario, pero como tal promisorio y provocativo). Y junto a esto, seguir conversando con el papa Francisco, que siempre tuvo y tendrá cosas interesantes para charlar.