Karina Milei y el vicio que podría hundir al gobierno

Los escándalos de corrupción que cercan a Karina y Javier Milei precipitan una crisis política inédita: con el Congreso en pie de guerra, la justicia en movimiento y el establishment evaluando alternativas, el gobierno se radicaliza mientras crece el fantasma de la acefalía prematura.

24 de agosto, 2025 | 00.05

“El vicio de Karina por la plata va a meter en líos a todo el gobierno”, vaticinó Juan Luis González, el biógrafo de Javier Milei y uno de los periodistas que mejor conocen al presidente y a su hermana. Fue en mayo de 2024 en un posteo en su cuenta de X. Unos meses más tarde, a principios de agosto del año pasado, en una entrevista en Radio Estación Sur volvió a avisar sobre Karina: “Yo creo que va a tener quilombo en algún momento monetario / judicial porque es una persona que le gusta mucho meter la mano en la lata”. 

Faltaban meses para $LIBRA. Faltaba un año para los audios de Diego Spagnuolo, el amigo personal de Milei y funcionario de su gobierno que desnudó el mecanismo de retornos millonarios que corre en la Agencia Nacional de Discapacidad mientras el gobierno veta una ley para mejorar el presupuesto de ese área argumentando que no hay plata. Sin embargo ya estaba todo a la vista, aunque buena parte del sistema de poder decidió mirar hacia otro lado hasta que se volvió imposible fingir demencia (y algunos aún lo intentan).

En el centro de cada esquema de recaudación siempre aparece Karina. Venta de candidaturas. Pago de “peajes” para acceder a su hermano. Reuniones con todos los protagonistas de la cripto estafa. Retornos y otros mecanismos de recaudación en PAMI y ANSES que están siendo investigados por el Poder Judicial. Hasta ahora todo sucedía en un segundo plano gracias a una gigantesca y costosa maquinaria de seteo de agenda y el respaldo casi sin fisuras del establishment. Los audios cayeron como una bomba atómica en ese esquema, que ya mostraba fisuras.

La mala noticia para el gobierno es que los problemas no se anulan unos a otros sino que se acumulan hasta que se vuelve inevitable hacerles frente. Los grandes estrategas son los que saben decidir el mejor momento para dar cada batalla. A Milei el momento más crítico, en la recta final antes de las elecciones, lo encuentra de la peor manera: con un arma humeante en la mano pero la pólvora mojada, demasiados frentes abiertos y habiendo quemado, él mismo, con premeditación y alevosía, los puentes que le ofrecían, al menos, una retirada en orden.

El pronóstico es reservado. El escenario de acefalía prematura ya forma parte de todas las mesas de arena. Por la magnitud de los escándalos de corrupción que se desenvuelven en tiempo récord, sí; por el riesgo de que un mal resultado electoral precipite los acontecimientos, también; pero principalmente porque muchos creen que este gobierno no tiene las herramientas necesarias para sortear exitosamente la transición entre este esquema económico, que se mantiene con vida gracias a un respirador artificial carísimo, y lo que sea que esté planeando hacer después.

¿De cuándo hablamos cuando hablamos de después? El largo plazo para Milei es cada vez más corto. Hace un rato nomás empezaba el 10 de diciembre, con la nueva configuración del Congreso. Después se acortó hasta el 27 de octubre, después de las elecciones nacionales, y de ahí hasta el 8 de septiembre, con el resultado puesto de las bonaerenses. Mientras escribo esta nota, da la sensación de que el largo plazo para Milei llega hasta el lunes. Quizás cuando se publique el largo plazo esté sobre nosotros. Quizás, lector, usted lea esto desde el otro lado.

A esta altura, todos tomaron nota de que el Congreso no le ofrece garantías a este gobierno. Incluso si logra evitar un traspié, como sucedió esta semana en la cámara de Diputados, cuando se sostuvo el veto presidencial al aumento en las jubilaciones, el resultado desnuda su fragilidad: al oficialismo le cuesta carísimo garantizar un tercio de los votos y eso no sólo pone en riesgo su estrategia autárquica de gobernar por veto y decreto sino que lo deja vulnerable ante una eventual ofensiva del Poder Legislativo, al que no le faltan razones para avanzar.

El juicio político es una fruta que cuelga de una rama baja y ahora, finalmente, está madurando, en condiciones propicias que el mismo presidente se encargó de facilitar. En Casa Rosada cifran la esperanza en consolidar su bloque de 87 fieles con un sólido resultado electoral, pero el resultado es hipotético y la trinchera electoral que saldría de ese triunfo no tiene garantías: el día que el establishment decida apostar a otro caballo, sus soldados quedan a un mensaje de whatsapp de convertirse en traidores. Los Milei nunca fueron ni van a ser los verdaderos jefes.

El único camino que les queda por delante es radicalizarse. Cuando sabés que al despoder le siga, seguramente la cárcel, todos los incentivos están puestos en que hagas lo que sea para aferrarte al poder. Si no les importaba la democracia cuando no tenía tanto en juego, cabe preguntarse hasta dónde están dispuestos a llegar, cuando llegue el momento, para evitar su caída. Milei ha buscado como antagonista al Poder Legislativo desde su primer día; la lógica es que profundice esa confrontación, aunque el costo sea demasiado alto.

Las escaramuzas ya pasaron de los dichos a los hechos. El jueves, casi dos horas después de que el Senado echara al basurero el decreto delegado con el que Milei decidió disolver el INTA, el INTI y otros organismos, el ministerio de Economía que conduce Luis Caputo avanzó en la desvinculación de personal de esas áreas, en un evidente gesto de desafío a la decisión del Congreso, que coincide además con un fallo judicial vigente. En doble desacato, el gobierno profundiza su sendero autocrático y el país se parece cada vez menos a una república.

Milei seguirá vetando cada iniciativa que salga del parlamento, escudándose en la excusa pueril de un superávit fiscal que ni siquiera existe. Aunque la oposición consiga revertir alguno de esos vetos, algo inédito hasta ahora, tiene que ganar cuatro votaciones, dos de ellas con mayoría de dos tercios, para sancionar una ley. Procedimentalmente es lo que dice la Constitución, sin embargo se contradice con el mismo texto, que establece que para sancionar una ley alcanza con dos votaciones, una en cada cámara. Es un abuso de las reglas de la democracia.

El veto es una figura constitucional pero desde 1853 nadie lo había usado de esta manera, en contra de las propias normas en las que sustenta su poder. El problema no son las reglas sino un presidente dispuesto a torcerlas y a romperlas y un establishment que elige ser cómplice con esa ruptura del pacto democrático a cambio de una buena cantidad de beneficios, que seguirán allí una vez que los Milei ya no estén, o estén pagando por sus delitos, hasta que llegue alguien a hacer justicia retributiva. Beneficiarse de la quiebra del país no puede ser gratis.

La realidad es que un plan económico que no soporta el normal funcionamiento de otro poder del Estado es inviable, ilegal e ilegítimo, contrario a la democracia y a la Constitución y no muy distinto, en ese sentido, a otro que se sustente en la abolición de la propiedad privada o la restitución de la esclavitud. La complicidad generalizada le permitió hasta acá hacer de cuenta que su fantasía megalómana tenía algún tipo de asidero en la realidad. Ahora deberá enfrentar las consecuencias de sus actos. Algo que nunca pudo entender y ya es demasiado tarde.